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Sin oposición

Una democracia sin debate no puede invitar a nadie a que venga a hacer cambios por la vía legal.

María Jimena Duzán
12 de enero de 2013

En esta semana en que se reanudan las conversaciones de paz entre el gobierno y las Farc en La Habana he estado recordado una frase que pronunció el presidente Santos hace unos meses cuando presentó las premisas fundamentales sobre las que se firmó el acuerdo con las Farc que dio inicio a las negociaciones en La Habana. Palabras más palabras menos dijo que este proceso de paz se diferenciaba de otros porque no ponía en discusión el modelo de Estado y que si las Farc querían cambiarlo,  bien lo podían hacer desde la arena de la política legal, una vez se desmovilizaran.


La frase me gustó porque tenía una lógica democrática. Es obvio que en las democracias los cambios se hacen a través de las vías institucionales y que para eso están las urnas y la política. Lo que se le olvidó decir al presidente es que con un sistema político tan cerrado como el que tenemos, en el que prácticamente no hay oposición, esos espacios son muy difíciles de conquistar. A pesar de que Colombia tiene unas instituciones aparentemente democráticas  y una Constitución de avanzada en temas como el derecho de las minorías y de los que menos tienen, en realidad seguimos siendo una democracia con serias restricciones, o como decía Mario Latorre mi profesor de Ciencia Política, una democracia cerrada y asfixiante. Es decir, un remedo de democracia. 

La prueba de que somos un remedo de democracia es que en este país es imposible hacer política de manera independiente –mire en lo que terminaron Los Verdes, cooptados por la Unidad Nacional– y mucho menos hacerla desde la oposición de izquierda como afirma Santos. Por cuenta de la última reforma electoral que pasó, en la que se elevó el umbral de los partidos, lo más probable es que desaparezca el Polo en las elecciones del año entrante. Para no hablar del capítulo de Petro, quien si bien ha dado papaya, ha sido objeto también de una campaña por parte de un notablato que no termina por aceptarlo.

En la democracia colombiana los partidos de oposición no se fortalecen, como debería sucederles, sino que se van desdibujando. Por eso mientras el PRI floreció en la oposición y hoy está de vuelta en el poder en México, el Partido Liberal colombiano casi se acaba en los años que estuvo por fuera de la casa de Nariño y ahora que ha vuelto a esos pasillos, como un hijo pródigo,  va a hacer todo lo posible para aferrarse al poder y evitar volver al asfalto. Para los liberales y los conservadores de hoy la oposición es un escenario casi que indigno. Para no hablar de lo que piensa Uribe sobre quienes la hacen. A lo largo de sus ocho años de gobierno convirtió a la oposición en un brazo armado de las Farc y a todo el que lo criticaba en un auxiliador de la guerrilla.  

La única oposición que este sistema tolera es la oposición uribista que en realidad no es sino una escisión de la derecha nacional producto más de una desavenencia personal entre Uribe y Santos que de una divergencia ideológica insondable: los dos quieren el mismo modelo de Estado y solo los dividen pequeños matices: Santos es un político de centro derecha mientras que Uribe se ha ido corriendo cada vez mas a la derecha. A pesar de que los dos están en contra de que sus congresistas sean elegidos con un pie en la ilegalidad, en realidad cada vez que hay elecciones la mafia paramilitar ayuda a elegir a sus congresistas. Y sin que ni siquiera se sonrojen estos son los mismos políticos que le exigen a las Farc hacer política sin recurrir a la combinación de las formas de lucha. 

Las Farc son una guerrilla asesina que ha sembrado el terror en el territorio nacional. No comulgo ni con sus secuestros ni con su política de llenar de minas extensas zonas geográficas en donde viven familias campesinas. También es cierto que si se desmovilizan, este remedo de democracia tiene poco que ofrecerles. Y la única forma de cambiar esa ecuación es abriendo este sistema para hacerlo realmente democrático y para que políticos independientes que vengan incluso de la izquierda puedan hacer política y conseguir los cambios a través de las urnas. 

Santos tiene ese desafío inmenso: el de demostrar que su Ley de Víctimas y de Restitución de Tierras va a ser efectiva y que esta incapacidad por implementarla y por proteger a las víctimas es transitoria. Tiene que demostrar que sus propósitos por depurar la política son ciertos y que va a trabajar por incrementar la participación de la mujer en esta, para que dejemos de ser el país con menos representación femenina en los cargos públicos de Latinoamérica; tiene que velar porque la tolerancia y la crítica sean una premisa de su unidad nacional para que este unanimismo que se percibe hoy en su gobierno sea flor de un día. Una democracia sin oposición, sin debate, no puede invitar a nadie a que venga a hacer cambios por la vía legal. 

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