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SUPERSAM Y LA GUERRA

Semana
30 de agosto de 1999

Es un avión?_-¡No!-¿Es un pájaro?_-¡No!-¿Es el Tío Sam?_ Pues el 66 por ciento de los
colombianos esperaría que sí, según una reciente encuesta contratada por RCN. ¡Cómo cambian los tiempos!
Cuando hace sólo unos años un eventual intervencionis-mo militar norteamericano en nuestro país era visto
como un acto de agresión imperialista ahora es percibido como un gesto humanitario de la superpotencia
para acabar con la guerra. Es el SuperSam, con su doble S en el pecho. En cuestión de minutos
pasamos del ideologizado Yankee go home al desesperanzador Yankee come home. Los inesperados giros
que da la historia. O, más bien, la resignación colectiva que produce la guerra. Porque inclinar la cabeza ante
la intromisión militar de un gobierno extranjero _y en particular de Estados Unidos_ es reflejo del estado de
ánimo de un país que se siente frustrado, desmoralizado e indefenso. Pero ante todo derrotado. No en el
terreno militar, donde se divisa una leve recuperación táctica del Ejército, sino en el sicológico, que es el flanco
estratégico en los conflictos armados prolongados. Pese a que los colombianos hemos aprendido a convivir en
medio de las balas y la violencia desde los albores de la República, sorprende que nunca hayamos querido
asimilar sicológicamente el tema de la guerra. Nos da pánico. Creemos que asumir a cabalidad la guerra es
traicionar nuestra pretensión civilista por la paz y la reconciliación. Por eso la historia reciente de Colombia ha
sido la del alma de un pacificador en el cuerpo de un guerrero. Sólo hasta ahora, cuando los plomazos
retumban en las goteras de las principales ciudades y los sobrevuelos de helicópteros no dejan dormir,
nos empezamos a dar cuenta de algo que siempre oímos pero nunca quisimos creer: estamos en guerra.
Cuando el presidente Barco le declaró la guerra a Pablo Escobar, la opinión pública, impertérrita, cerró filas
en torno al gobierno para combatir los tentáculos corruptores de la mafia y el régimen del terror que se
cernía sobre la sociedad colombiana. Pero, como bien lo anotó García Márquez: "Con las primeras bombas la
opinión pedía la cárcel para los narcoterroristas, con las siguientes pedía la extradición, pero a partir de la
cuarta bomba empezaba a pedir que los indultaran". Diez años después los colombianos ya no quieren
indulto para los narcos sino marines para la guerrilla. Es así como la progresiva desmoralización del país,
producida por el conflicto armado y la crisis económica, sumado a nuestro etnocentrismo y paranoia, nos
tiene viendo visiones al horizonte: el oasis de la VII flota de la armada norteamericana. Pero aquí también se
nos adelantó la historia. Porque después de haber intervenido más de 100 veces en América Latina durante
este siglo (mandando tropa como en Guatemala, República Dominicana, Haití, Panamá, Cuba, Nicaragua,
Granada, o 'indirectamente' como en Chile, Argentina, Brasil, Bolivia, Paraguay y Uruguay), Estados
Unidos ya no está dispuesto a enviar marines a su patio trasero. Así la mayoría de los colombianos se lo
pidan a gritos.Y no porque Clinton se lo haya dicho a Pastrana en una carta (típica mentira presidencial)
sino por razones de política interna y de geopolítica internacional del coloso del norte. La decisión de la Casa
Blanca de intervenir en un país debe contar con el respaldo de la opinión pública. Y para la mayoría de
los norteamericanos, incluidos varios altos funcionarios en Washington, 'Tirofijo' no es Milosevic, Osada Bin
Laden o Pablo Escobar. Todavía guardan un retrato romántico e idealista de una guerrilla que lucha contra
un régimen opresor y corrupto (esto último todavía muy cierto). De otro lado, Colombia no es Panamá, Haití
o Granada. Es un país de casi 40 millones de habitantes, con una accidentada topografía tropical y con
una guerrilla de 20.000 hombres muy bien armados que lleva 30 años en el monte. Aquí influye el trauma de
Vietnam, que sigue muy fresco en la memoria colectiva de ese país. A esto habría que sumarle el peligroso
récord de Kosovo _guerra sin muertos_ que mal acostumbró a la opinión norteamericana y va a poner a
pensar al Pentágono tres veces antes de enviar tropas a Colombia. Así que el disfraz rojo y azul de
SuperSam seguirá colgado en un clóset de Arkansas. Al menos por un tiempo.

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