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Te amo, Petro

Siempre tuve claro que votaría por Petro el día en que no tratara a su interlocutor de usted y de tú en la misma frase.

Daniel Samper Ospina
5 de noviembre de 2011

No es una confesión fácil de hacer, pero resulta que el domingo por la noche, mientras Petro anunciaba en su discurso que con él empezaba la política del amor, me convertí en petrista y quise tener un poco de intimidad con mi mujer. -¿Puedes decirme qué te pasa? -me dijo, molesta, mientras le subía el volumen a la televisión.

-¿No estás oyendo? -respondí-: ¡Empezó la política del amor! ¡Amémonos!

Qué linda es la política del amor. La verdad es que Petro me sedujo con esa idea, pero eso fue después: porque antes, antes yo no creía en él. Me parecía populista: ofrecía agua gratis para jugar con las ilusiones de los meseros de Andrés Carne de Res, los vendedores de Zara y tanta gente que tanto la necesita. Y también me parecía soberbio: en el debate de Caracol, por ejemplo, no tuvo lío en proclamar que él era el Mandela colombiano; lo cual hizo que Mandela, preocupado, se declarara el Petro sudafricano, se hiciera la vasectomía y cambiara todo su vestuario.

Siempre tuve claro que votaría por Petro el día en que no tratara a su interlocutor de usted y de tú en una misma frase; el día en que utilizara el verbo poner en vez del verbo colocar; el día en que dejara de confundir la letra d con la letra t y, más importante aún, el día en que no hablara de sí mismo en tercera persona, como suele hacerlo: "A Petro lo persiguen"; "Petro será un alcalde muy humano"; "Petro tiene hambre"; "Ayayay, a Petro se le está inflamando otra vez". Ya lo veo exculpándose cuando no cumpla sus promesas: "Eso no lo prometí: eso lo prometió Petro".

Ese domingo lamentaba los resultados electorales de Peñalosa que, por unirse a La U, no solo perdió las elecciones, sino, peor aún, la bicicleta: Hipólito Moreno ya negó que la tuviera él. También estaba acongojado por la derrota de Uribe, a quien ruego que, en adelante, apoye a Millos.

Pobre Uribe: perdió sus apuestas grandes, como Bogotá. ¿Qué va a hacer ahora con el megáfono que cargaba en la campaña de Peñalosa? ¿Vestirse como Poncho Rentería y anunciar corrientazos en el centro? ¿Vendérselo al Fercho Durango, para que ambiente los discursos de Petro? Ojalá que el doctor Uribe no se desanime y siga trabajando por el país, esta vez en las minas de Zipaquirá, donde sabrán valorar la sal de la que hizo gala.

También me dolía la suerte que corrieron mis otros excolegas: David Luna, que, en lugar de hacer una campaña, se dedicó a batir récords inútiles: gastar seis pares de zapatos en una semana, durar 48 horas sin dormir: ¿por qué hacía ese tipo de pruebas? ¿Creía el niño lobo que íbamos a votar por alguien que nos gobernaría muerto del sueño? También me causó dolor la suerte de Jaime Castro, pese a que su votación no fue tan mala: habría podido salir de edil. Y casi no me repongo de la derrota de Gina, porque perdimos una oportunidad de oro: con Gina cada uno iba tener su personal shopper. El personal shopper de Angelino sería cobijado por la Ley de Víctimas.

A ese abatimiento dominical sumaba el triunfo de Petro que, hasta ese momento, me parecía tan inconveniente como inevitable. Su aspiración contó con muchas adhesiones, algunas de gran peso, como Léider Preciado. La verdad es que la única manera de atajar a Petro era que Álvaro Uribe lo apoyara. Sin embargo, oír hablar a Petro de su política del amor desvaneció mis prevenciones. Y desde entonces aprendí a aceptar al nuevo alcalde y, por qué no, a amarlo.

Desde entonces veo el lado bueno de su elección. Sí: que se haya hecho la vasectomía después, y no antes, de tener seis hijos no habla muy bien de su talento como planificador; pero los hijos de Petro son una bancada en sí misma, y eso garantiza el futuro de su proyecto. Con Petro de alcalde, además, se salvan de la quiebra los parqueaderos que él iba a administrar si salía derrotado. Y su talante indica que como gobernante se rodeará de técnicos, lo cual tiene muy ilusionado al Bolillo Gómez.

Pero su mejor propuesta es la política del amor. Qué lindo eso. Siempre he creído en el amor, en el amor y en el Estado, y por eso el desfalco de AIS me pareció excusable: porque Valerie firmaba los subsidios por amor. Incluyente, como es, Petro debería sellar una alianza como la que hizo con el procurador, y desarrollar la política del amor en los moteles de Cielito Lindo Salazar, al lado de conservadores como José Galad, como lo llama él: porque ahí sí no pronuncia la letra t.

Mientras el alcalde electo instaba en su discurso a que nos amáramos, no aguanté más y me le ofrecí, coqueto, a mi mujer.

-¿Qué pasa?

-Que Daniel quiere promover en la casa la política del amor.

-¿Te volviste bobo?

-No, Daniel se colocó romántico, que es distinto.

-¿Puedes, por favor, dejarme ver los resultados de las elecciones?

-¡Ámame, por caridat!

No lo logré. Pero seguiré insistiendo. Quiero abrazar, soñar, correr desnudo por una pradera con Carlos Vicente de Roux y otros progresistas: estoy que me amo.

Me declaro petrista. Desempolvo el traje beige. Me sumo a las celebraciones por su triunfo, como las que se dieron en Sudáfrica, donde la gente tiraba maizena en las calles por la victoria del Mandela blanco. Petro es el amor en la política. Y el amor es la sal de la vida. Aunque la sal de Colombia es Álvaro Uribe.

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