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Te vemos mal, TV

Nadie entiende cómo en Colombia con una población que se aproxima a los 50 millones de habitantes, sean sólo dos organizaciones privadas, 'RCN' y 'Caracol', las que monopolicen el jugoso mercado de la televisión.

Germán Uribe, Germán Uribe
28 de noviembre de 2014

La televisión colombiana no es que sea totalmente mala. Claro que no. Tiene sus méritos. ¿Acaso no es prodigioso que haya logrado el unanimismo de los televidentes para considerarla pésima? ¿Cuál otra empresa o entidad, pública o privada, ha podido acariciar tamaño record? Claro que Claro, y algunas otras como la DIAN, o el Congreso, o la Justicia, o los bancos, son su dura competencia en la acopio de furiosos defraudados. Para alcanzar el unanimismo se requiere darlo y mostrarlo todo, convenciendo a todos de que lo que se da y se muestra es lo que todos querían ver y recibir… o, precisamente lo contrario, lo que nadie quería ver ni recibir. Así me parece que es como los colombianos percibimos nuestra televisión. Nos muestra lo que no queremos ver y nos da lo que nos merecemos por idiotas.

Pero por supuesto que, como en toda regla, hay sus excepciones. Digamos que, por ejemplo, el nivel de producción, dirección y actoral de algunas telenovelas es excelente y muy competitivo frente a realizaciones semejantes de otros países. O algunas transmisiones deportivas de calidad que, tras la sobresaturada exaltación de algunas destacadas figuras nuestras en diversas torneos del nivel mundial -Montoya, Villegas, Falcao, James, etc.-, les han permitido descubrir una nueva veta de oro para su negocio. Pero pare de contar. Los noticieros dan grima, son sesgados, amarillistas, duchos en ensañarse contra todo aquel o aquello que les incomoda, malintencionados espacios que intentan malograr la sindéresis de nuestro razonamiento al tiempo que la paciencia de quienes los consumen. Los escasos programas de opinión -salvo los de Canal Capital y uno que otro canal público- parecen darle la misma lectura al libreto. El cine que presentan, todo él de extracción Hollywoodense y transmisor de una cultura netamente capitalista, desdibuja nuestra identidad nacional y nuestros propios valores culturales distorsionando la mente de los jóvenes. La cabida es generosa con las narcoseries, el prime time acoge complaciente a las telenovelas extranjeras, el rentable remake está a la orden del día y, en fin, la lista sería larga para un espacio tan corto.   

Pero como no se trata de exhibir únicamente lo malo sino de sugerir fórmulas que puedan corregir lo que ni nos gusta, ni nos sirve, veamos algunas simples consideraciones en ese sentido.

Una rápida mirada sobre el conjunto de los medios de comunicación, y de la TV en especial, nos revela que su estructura tiende hacia el afianzamiento de unos cuantos monopolios comerciales en contravía de lo que debería ser su democratización. Lejos como están de los grandes intereses nacionales, cuán conveniente sería una introspección crítica de quienes se lucran de ellos que conduzca a ceder una proporcionada parte de sus utilidades en beneficio del bien común. Hay, desde luego, algunos contados esfuerzos en esa dirección, pero falta mucho.

No existe en Colombia una rigurosa autoridad que controle esta perversidad neoliberal de la economía en el negocio de la televisión ya que, como sabemos, con el creciente estímulo a su tendencia monopolística, ofrenda acentuada en los dos últimos gobiernos, unos pocos grandes vienen obstruyendo a los variados más pequeños que han intentado y todavía intentan diversificar las ofertas. Son ciertos pulpos empresariales sin fronteras en su ambición los que ahora la tienen bajo su dominio absoluto.  

Y es que hablando de autoridad, Juan Carlos Gómez hizo en El Espectador una denuncia que por su gravedad me veo precisado a reproducir. En cinco puntos explica por qué la ANTV -Autoridad Nacional de Televisión- debe desaparecer:

“1. La ANTV tiene ingresos anuales que superan los $200.000 millones. De esa suma, aproximadamente el 35% se destina al pago ineludible de las pensiones de Inravisión. Quedan pues alrededor de $180.000 millones que se destinan anualmente a financiar los operadores públicos. Demasiado dinero de cuyo beneficio social poco se sabe…

2. La ANTV se creó para reemplazar a la Comisión Nacional de Televisión (CNTV). Del afán nació entonces un organismo sin estructura institucional ni coherencia directiva. El manejo de la ANTV está en cabeza de una junta conformada en su mayoría por personas sin ninguna formación en regulación y guiada por lazarillos, lo cual propicia la dilución de la responsabilidad jurídica y política que implica vigilar y controlar a los operadores de televisión.

3. La ANTV le ha dado prioridad en su agenda a la televisión por suscripción, dejando de lado la formalización y el fomento de la televisión comunitaria.

4. La ANTV se destaca por la falta de transparencia en su gestión. Se mantiene oculta información esencial para el legítimo control ciudadano, la cual debería estar disponible en su página web. Por ejemplo, no se encuentran allí las actas de su junta, ni copia de sus actos particulares, ni el número real de usuarios y de ingresos de la televisión por suscripción.

5. En un curioso acto de inmolación, la propia ANTV reconoció hace poco ante el Consejo de Estado que ella no es competente para regular las nuevas realidades de la industria audiovisual. ¿Qué sentido tiene entonces mantener viva a esa entidad?”
   
Nadie comprende cómo en nuestro país, con una población que avanza velozmente hacia los 50 millones de habitantes, sean dos organizaciones privadas, RCN y Caracol, las que disfruten del jugoso mercado de la televisión obligando a millones y millones de televidentes a restringir su curiosidad, o su entretención, o sus necesidades culturales a lo que ellas quieran ofrecer siempre dentro del interés de sus ventajas económicas. Desde el 2009 venimos esperando que se cumpla la ley y se asignen uno o dos canales privados nuevos que le den alternativas al televidente. Pero ahora en 2014 vemos con estupor que sin importar la ley y por sobre la vigilancia gubernamental, el poder monopolístico de los dos canales existentes es invencible.    

En cuanto a los ocho canales públicos regionales, su impulso y fortalecimiento sería el más idóneo mecanismo para contrarrestar, así sea en mínima parte, el cubrimiento y la visión unidimensional de la televisión privada. Porque vale la pena resaltar el hecho de que mientras la televisión pública presta con escasos recursos y sin afanes monetarios egoístas un servicio social y cultural del orden regional de incalculable valía para el ciudadano del común, el origen y la finalidad de la televisión privada no es otro que el “lucro”. Qué bueno sería que, como lo sugiere Omar Rincón en su aporte crítico semanal de su columna de El Tiempo, para reforzar el financiamiento de los canales públicos regionales, las entidades oficiales más pudientes destinaran un porcentaje de sus presupuestos publicitarios a estas esforzadas empresas.

Respecto a lo que hoy tenemos como televisión nacional, creemos que sólo una fuerte competencia de calidad podría acercarnos a la televisión que queremos… ¡y merecemos!

Ha llegado la hora de que el Gobierno se amarre los pantalones y proceda.  

guribe3@gmail.com

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