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¿Tendrán las Farc un final como el de Sendero Luminoso?

La muerte de Pedro Antonio Marín, Manuel Marulanda, como lo fue la captura de Abimael Guzmán en Perú, es un golpe decisivo para las expectativas de supervivencia de las Farc.

Semana
28 de mayo de 2008

El liderazgo es un factor misterioso al mismo tiempo que determinante en el desarrollo de una campaña militar. Ciertamente, tiene que ver con la estructura formal de la fuerza en operaciones y con las atribuciones del comandante para conducirla en la batalla. Pero además, está condicionado por otros ingredientes menos tangibles, pero igualmente importantes como la confianza de los subordinados en sus jefes o los lazos invisibles que los hombres tejen con sus superiores en la línea de fuego.
 
Dicha combinación de organización y psicología determina si un grupo de combatientes seguirá la orden de continuar resistiendo por encima del límite del aguante humano o por el contrario se desmoronará a la primera enbestida del enemigo.

La historia está llena de ejemplos de cómo buenos o malos líderes han empujado a sus tropas a la victoria o las han condenado a la aniquilación. Ahí está el caso del general Giap forzando al Viet Cong a resistir la enorme presión militar de Estados Unidos hasta provocar su agotamiento. De igual modo, se puede contar en el otro extremo la temeridad suicida de Ernesto Guevara conduciendo a un puñado de radicales a un callejón sin salida en las selvas bolivianas. Es precisamente este valor estratégico inexplicable pero indiscutible del liderazgo el que convierte la muerte de Pedro Antonio Marín, Manuel Marulanda, en un golpe decisivo para las expectativas de supervivencia de las Farc.

Para entender el impacto de la desaparición de Marulanda, se hace necesario recordar la coyuntura estratégica por la que atraviesan las Farc. Varios factores se han combinado para erosionar la cohesión interna de la organización. Para empezar, las unidades de la guerrilla se ven obligadas a operar de forma dispersa para evitar su localización por la Fuerza Pública. Como consecuencia, la capacidad de la dirección del grupo para controlar sus fuerzas dispersas resulta cada vez menor.

Al mismo tiempo, el grado de convicción política y formación militar de los mandos guerrilleros se ha degradado a medida que un buen número de los líderes más experimentados han sido dados de baja o han optado por la desmovilización. En este contexto, las comunicaciones entre las distintas estructuras de la organización se han hecho cada vez más difíciles debido a que el uso de las radios está limitado ante el riesgo que sus emisiones sirvan para ubicar los campamentos guerrilleros.

Bajo estas circunstancias, no resulta relevante si Marulanda era el artífice o no de las directivas que recibían los frentes. Lo verdaderamente importante del papel del extinto líder la organización era que su firma legitimaba las órdenes impartidas a los combatientes. Dicho de otra forma, para los militantes de las Farc, las comunicaciones de la dirección de la guerrilla se convertían en decisiones inapelables porque venían refrendadas por la firma del fundador del grupo. Dado que nadie entre los nuevos miembros del Secretariado disfruta del mismo liderazgo indiscutido de Marulanda, resulta claro que de ahora en adelante las órdenes serán mucho más cuestionables para aquellos que las reciban. En consecuencia, las posibilidades de divisiones y disidencias dentro de la guerrilla prometen crecer de forma exponencial. Es decir, el camino para la fragmentación está abierto.

Desde esta perspectiva, el impacto estratégico de la muerte de Manuel Marulanda después de haber reinado sobre las Farc durante más de cuatro décadas debería ser comparado con el arresto de Abimael Guzmán en su calidad de líder de la guerrilla peruana de Sendero Luminoso en 1992. Desde luego, existen enormes diferencias entre Sendero y las Farc. La organización armada peruana se articulaba en torno al culto a la personalidad de su máximo líder mientras contaba con una capacidad militar relativamente limitada. En cambio, las Farc se han estructurado en torno a una dirección colegiada que se ha apoyado en una potente estructura armada.

Sin embargo, hay dos factores que asemejan el escenario estratégico confrontado por ambos grupos en el momento de la salida de escena –por arresto o muerte– de sus respectivos líderes. Para empezar, Sendero y las Farc enfrentaban una situación político-militar crítica cuando sus líderes desaparecieron. Por otra parte, tanto Abimael como Marulanda habían sido los fundadores de sus respectivos grupos armados. En consecuencia, su desaparición presentaba el reto organizativo y psicológico de reemplazar al “padre” de ambas organizaciones terroristas.

La semejanza entre los dos casos anima a mirar el desenlace de Sendero como un modelo de cuál podría ser el oscuro futuro de las Farc. El desmoronamiento del grupo terrorista peruano fue el resultado de las fracturas de la organización que vinieron acompañadas de un proceso de desmovilización masivo. De este modo, la guerrilla terminó colapsando sin que se produjese una negociación política entre el gobierno de Lima y el grupo armado. Hoy Sendero Luminoso todavía existe. Reúne entre 400 y 500 combatientes concentrados en las zonas más remotas de Perú. Pero eso es algo que no importa a la mayoría de los ciudadanos peruanos para los cuales la amenaza senderista es solo un mal recuero. Tal vez ese sea el futuro que espera a las Farc.



 
Román Ortiz es coordinador del Área de Estudios de Seguridad y Defensa de la
Fundación Ideas para la Paz.



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