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Terrorismo ajeno

Hace 25 años el presidente Jimmy Carter tuvo que prohibir oficialmente asesinar jefes de Estado extranjeros. Y perdió la reeelección

Antonio Caballero
28 de febrero de 2005

Denuncia el gobierno de Venezuela que existe un plan del gobierno de los Estados Unidos para asesinar al presidente Hugo Chávez. Y los portavoces del gobierno norteamericano fingen un virtuoso escándalo, y aseguran que la acusación es "ridícula". Según ellos, jamás en la historia los gobiernos de los Estados Unidos han asesinado a nadie, y menos aún a un

jefe de Estado extranjero (para no hablar de alguno propio). De modo que la ridícula acusación de los venezolanos simplemente sirve para demostrar una vez más que el gobierno de los Estados Unidos tiene toda la razón cuando afirma que el Presidente venezolano es un insensato peligroso.

Puede ser. Es un insensato en el sentido de que se atreve a desafiar al Imperio, lo cual es peligroso para él mismo, y de rebote para su país: el asesinato de un jefe de Estado suele tener efectos bastante desagradables, que los funcionarios norteamericanos suelen llamar simplemente "colaterales". Un ejemplo: cuando las fuerzas militares norteamericanas bombardearon e invadieron Panamá con el propósito de asesinar (o, en vista de que se refugió en la difícilmente bombardeable Nunciatura Apostólica del Vaticano, secuestrar) a su 'hombre fuerte' el general Manuel Antonio Noriega, hubo cuatro mil panameños muertos. Y a continuación el país, que por obra y gracia de los gobiernos de los Estados Unidos llevaba varios años gobernado por un narcotraficante que era a la vez agente de la CIA (el propio Noriega), pasó a ser gobernado por un lavador de dólares del narcotráfico impuesto por la CIA.

Cito el caso por haber ocurrido en un país de nuestro continente. Pero, por supuesto, son mucho más recientes y graves el bombardeo y la invasión de Irak, con sus varias docenas de miles de muertos y su caos prometido para muchos años, su destrucción de las infraestructuras y su saqueo de los recursos naturales y de los tesoros arqueológicos. Un bombardeo y una invasión que se hicieron con el pretexto de desembarazar al país invadido y bombardeado de un feroz dictador cuya culpa principal consistía en que, después de muchos años de haber sido aliado fiel de los Estados Unidos, y utilizado por éstos para combatir a su vecino Irán, se había convertido en un insensato peligroso. Como Hugo Chávez. O como los ayatolas iraníes. Es decir, el gobernante de un país rico en petróleo que había dejado de obedecer al capricho de los gobiernos norteamericanos.

Todo eso, en cuanto a la insensatez de Chávez. En cuanto a la presunta 'ridiculez' del proyecto de asesinarlo, basta con recordar un par de detalles.

Hace veinticinco años, y como consecuencia de una investigación adelantada por el mismísimo Senado de los Estados Unidos, el entonces presidente Jimmy

Carter tuvo que prohibir oficialmente los asesinatos de jefes de Estado extranjeros. A continuación, y dada la 'blandura' de Carter (que por esa blandura perdió la reelección), el presidente Ronald Reagan restableció la práctica de tales asesinatos, aunque sólo de modo clandestino. Y poco más tarde -hace quince años- una "orden ejecutiva" del presidente George Bush (padre) volvió a autorizar a los servicios secretos norteamericanos (CIA, DEA, FBI) para matar o secuestrar en el extranjero. Una "orden ejecutiva" que no fue entonces, ni ha sido desde entonces, puesta en cuestión por el Legislativo. Ni lo será ahora, en este clima de patriotismo justificador de todo abuso promocionado por el gobierno del actual presidente George Bush (hijo).

Así que sí: aunque sus portavoces digan que la sospecha es "ridícula", es un hecho de sobra conocido que el gobierno de los Estados Unidos asesina y secuestra en el extranjero. Y más: se considera con derecho a hacerlo (más, claro está, a negar que lo hace). No es sorprendente, en consecuencia, que quiera matar a Chávez.

Está en su poder, de acuerdo. Pero lo que de verdad resulta grave es aceptarlo como su derecho. Y es esa aceptación la que tácitamente dio el gobierno colombiano cuando hace dos meses decidió atreverse también él a violar las leyes internacionales y la soberanía de los países secuestrando a un guerrillero colombiano en Caracas, o más exactamente (al parecer: pues no se conocen todavía los detalles), sobornando a funcionarios venezolanos para que lo secuestraran y lo trajeran a Cúcuta. Los uribistas -y en consecuencia, o viceversa, bushistas- quisieron justificar esa violación con el argumento de la lucha contra el terrorismo. En realidad estaban justificando el terrorismo de Estado.

Claro: el suyo.

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