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¿Terrorismo?

Lo dijo Kofi Annan en la discusión sobre la definición de la palabra: “El terrorista del uno es el ‘luchador por la libertad’ del otro”

Antonio Caballero
6 de agosto de 2001

Terrorismo es lo que nos hacen ellos a nosotros. Justicia es lo que les hacemos nosotros a ellos. Y viceversa. Depende de quienes seamos nosotros y de quienes sean ellos. Y depende también de qué tan fuerte o tan débil sea cada cual. El que tiene un bombardero, bombardea. El que sólo tiene una bomba, pone bombas.

Lo primero, lo de ellos y nosotros, lo ilustra una frase reciente de Kofi Annan, que en su calidad de Secretario General de las Naciones Unidas, tan enemistadas entre sí, está crucificado en los contradictorios maderos de su organización. Dijo Kofi Annan, en la discusión sobre la definición de la palabra “terrorismo”: “El terrorismo del uno es el ‘luchador por la libertad’ del otro”.

Lo segundo, lo de la relatividad del poder, lo ilustró hace 15 siglos San Agustín con una anécdota de casi 1.000 años antes, referida a Alejandro Magno. Capturó este gran hombre a un miserable pirata, y le espetó, indignado: “¿Por qué siembras el terror en el golfo de Corinto?”. Y le contestó el pirata (más o menos): “Y tú ¿por qué siembras el terror en el mundo entero? A mí me llaman pirata porque sólo tengo un barquito. A ti, porque tienes una inmensa flota de navíos de guerra, te llaman emperador”.

Es que no es fácil definir lo que es el terrorismo. ¿Por sus agentes? ¿Por sus fines? ¿Por sus métodos?

Sus agentes pueden ser el pirata o el emperador. La historia del mundo está plagada de piratas que, a fuerza de terror, acabaron siendo emperadores. El más poderoso —y por el momento el único— de los emperadores actuales, que es el presidente de los Estados Unidos George W. Bush, es el heredero directo de unos señores hoy respetadísimos, porque triunfaron, que se llamaban Washington, Jefferson, Adams, Madison; pero que de no haber triunfado en la empresa de liberar eso que hoy son los Estados Unidos de la corona inglesa hubieran sido ahorcados como terroristas: ponían bombas. Vladimir Putin, el presidente de Rusia, llama hoy terroristas a los chechenos que buscan su independencia poniendo bombas: pero es el heredero de Lenin, otro que ponía bombas. Aquí en Colombia, para no ir más lejos, este gobierno actual que dice combatir el terrorismo es el heredero de los que nosotros llamamos “patriotas”, pero en su momento fueron llamados “bandidos” por el gobierno español contra el que se levantaron hace casi dos siglos: los libertadores. El emperador Bush dice hoy, calcando lo que dijo entonces el rey Fernando VII de España, que la guerra no cesará hasta que no cese “el terror contra lo gobiernos establecidos”. Pero quién sabe: puede cesar cuando cesen los gobiernos establecidos.

Los cuales, a su vez, también son agentes del terror. La palabra, en su acepción política actual, viene de los “gobiernos establecidos” por la Revolución Francesa: “La Terreur”, con mayúscula. Y desde entonces (y aun desde muchos milenios antes) el método ha sido usado por todos, en todas partes. No me quiero remontar a Asurbanipal de Babilonia o a Tutmosis de Egipto: pero, hablando de ahora ¿es más terrorista el gobierno del libio Gadaffi, que pone bombas en los aviones, o el del británico Blair, que desde los aviones tira bombas? Explica Dick Cheney, vicepresidente de los Estados Unidos, que las bombas sobre Afganistán son “para aterrorizar a la población”, y no para matar a nadie. (Aunque a veces matan gente).

Y eso nos lleva a los métodos. Los romanos se quejaban, durante las guerras púnicas, de que los cartagineses usaran elefantes en las batallas terrestres, que aterrorizaban a sus legionarios; y de que usaran escorpiones en las batallas navales, que aterrorizaban a sus remeros. Pero ellos, a su vez, envenenaban los pozos de agua de las ciudades cartaginesas sitiadas. No hay métodos ‘limpios’ en la guerra: ni el avión suicida contra la torre ni el cohete inteligente contra la cueva, ni el ántrax por correo ni la bomba atómica por ordenador, ni los arcabuces con pólvora ni las cerbatanas con dardos emponzoñados. Durante la feroz (aunque hoy tenida por ‘‘caballeresca” guerra colombiana de los Mil Días, un general conservador le mandó un ‘propio’ a un general liberal (o viceversa) en el curso de una escaramuza en el que al uno se le había acabado la munición y se defendía del otro haciendo rodar peñascos: “Echen bala, carajo: pero a piedra no, no sean tan vergajos”.

¿Y los fines, entonces? Tampoco ellos definen el terrorismo. No es más condenable ni maligno, en sí mismo, el fin de imponer la democracia occidental que el fin de imponer la ley coránica. Es cuestión de opinión. O de interés, naturalmente. O ellos, o nosotros. ¿Cuál es el Bien, cuál es el Mal? Dice un poeta anónimo del Romancero español, de la época de las guerras entre moros y cristianos:

“Llegaron los sarracenos / y nos molieron a palos: que Dios protege a los malos / cuando son más que los buenos”.

(Quería añadir aquí una coda final sobre el problema práctico que se les plantea, con esto de la difícil definición del terrorismo, a los socios del Plan Colombia: ¿Son “terroristas” las Farc, como acaba de afirmar enfáticamente la embajadora norteamericana Anne Patterson? ¿O “no son terroristas”, como acaba de asegurar no menos enfáticamente el comisionado de Paz del gobierno, Camilo Gómez? No sé, no sé: es un tema complejo. Que lo desenreden ellos).