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Timochenko en la arena política

El flamante director del partido político de las Farc luce un tanto perdido en materias económicas. Toca ayudarle, si se deja.

Jorge Humberto Botero, Jorge Humberto Botero
15 de septiembre de 2017

Hemos todos de tener claro que para entender los discursos políticos hay que ocuparse tanto de las palabras como de los silencios. Este del ahora excomandante de las Farc es notable por la moderación republicana del lenguaje empleado, excluye las previsibles invitaciones a la “lucha de clases”, la “estatización de los medios de producción” y el rechazo al “imperialismo yanqui”.

No propone explícitamente un modelo comunista convencional; tampoco respalda a los gobiernos de Cuba y Venezuela a los que tanto deben las Farc en los planos político, militar y logístico. Como dirigente pragmático que es, en el plano discursivo se aleja del Castrochavismo. Cuando se sale a buscar lo que con tanta ternura el presidente Uribe llama los “voticos”, no conviene andar mostrando filiaciones, gratitudes y simpatías que son sólidas y vienen de tiempo atrás, pero que en el momento actual son un pesado fardo.

Sin embargo, es claro que el objetivo consiste en “la construcción de una sociedad alternativa al orden capitalista vigente”. ¿Cuál? Esa es una definición pendiente: “No tenemos la pretensión de seguir en forma predeterminada modelo político o económico alguno, ya experimentado históricamente y con expresión en el presente. Nos comprometemos eso sí a desear y hacer parte de un proceso histórico-social que permita construir una sociedad alternativa en la que impere la justicia social”.

Esta exclusión de modelos que se encuentran en funcionamiento o que lo han sido en otros momentos de la historia, nos impide saber, para usar una metáfora castrense, “por dónde van los tiros”. Se descarta implícitamente el “socialismo del siglo XXI”, que ha fracasado con estruendo en la “hermana república”, el híbrido cleptómano-populista de los Kirchner, y el uso improvidente de financiamiento estatal que dio al traste con el Correismo en el Ecuador. Le debe causar alguna repugnancia el régimen de capitalismo clientelar impuesto por la pareja que gobierna en Nicaragua como si fuera una monarquía tropical. Tiene, pues, razón Timo: las canteras del socialismo lucen bastante agotadas.

Tal vez por esa carencia de referentes vira hacia el pensamiento de la Iglesia católica: “...a propósito de la proyectada visita del papa Francisco a Colombia, quisiéramos hacer eco a sus reflexiones en Laudato Sí: el suelo, el agua, las montañas, todo es caricia de Dios. Se da una manifestación divina cuando brilla el sol y cuando cae la noche. La explotación irracional de la naturaleza provoca el gemido de la hermana tierra, que se une al gemido de los abandonados del mundo, con un clamor que nos reclama otro rumbo”. Karl Marx, quien sin vacilar afirmó que “la religión es el opio del pueblo”, debe estar revolcándose en su tumba, así la lírica ecologista de nuestro líder sea encomiable.

Debo decir que me apena la perplejidad del compañero Timo en materia de modelos económicos. Y aunque él no me ha pedido consejo en ninguna de nuestras inexistentes conversaciones, le daré unos cuantos.

El socialismo puro y duro, que ya maltrecho subsiste en Cuba y ha derivado en una dictadura horripilante en Corea del Norte, es como las oscuras golondrinas de que hablaba el poeta Becquer: que ya nunca volverán. La doctrina social de la Iglesia puede proveer una sensibilidad conveniente sobre los problemas de la pobreza y la preservación del planeta, pero no aporta un sistema económico. El liberalismo extremo, que desconoce el papel del Estado en la distribución del ingreso y vela por aquellos a los que la competencia, por razones ajenas a su voluntad, deja atrás, está superado en todas partes. No hay modelo viable distinto al de un capitalismo con compromisos sociales como el que se ha desarrollado con éxito en Europa, y, en particular, en los países nórdicos. Hacía allí hay que mirar.

Ya para irme recordemos que el privilegio de conformar un partido político inerme, que es lo que pretenden las Farc, impone la carga de someterse a la legislación del Estado, más si ella ha sido construida con su participación. Cabe mencionarlo en el contexto de las responsabilidades penales derivadas de la inclusión en las listas de integrantes de la guerrilla de personas que, según el comisionado de paz, no lo son. Nada más se requiere para que la Fiscalía General, como seguramente ya lo está haciendo, inicie las investigaciones pertinentes para detectar a los culpables, los cuales deberán ser procesados de inmediato por la justicia ordinaria.

Como la lista de militantes de las Farc remitida al Gobierno para comenzar el proceso de sometimiento a la JEP (cuya posibilidad de operar es aún incierta), no pudo ser elaborada sin la participación del alto mando fariano, las falsedades que se hayan cometido para beneficiar a “angelitos” diferentes a los buenos revolucionarios tendrán graves consecuencias. En este momento ignoramos si la alta dirigencia de la guerrilla a un año vista estará en el Congreso. O en la cárcel.