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¿Todo se vale?

Si nos comportamos como los guerrilleros, perdemos la superioridad legal y moral para alegar que la razón está de nuestro lado

Semana
15 de marzo de 2008

A mayoría de los colombianos, en consonancia en esto con el gobierno del país, tienen la idea de que “guerra es guerra” y de que por lo tanto contra los enemigos todo se vale, incluso descuartizarlos y exhibir sus cadáveres para el escarnio público, como en una ordalía medieval que sirva de advertencia y escarmiento para la población. En esto hay un regreso al salvajismo primitivo: caníbales que después
de una batalla se comen los muslos de los conquistadores derrotados, conquistadores que exhiben las cabezas cercenadas de los indios a la entrada de la aldea saqueada y exterminada. Es como si el humanismo y el derecho humanitario no hubieran entrado todavía en nuestras conciencias.

Recibo de un buen amigo, una persona ilustrada y sensible, el siguiente comentario, que creo que resume lo que piensan muchos colombianos cegados por la barbarie del conflicto. Se refiere a los guerrilleros Ríos y Reyes, y luego pasa a los paramilitares: “Yo no los miro como seres humanos sino como animales rabiosos que deben eliminarse para que las gentes de  Colombia vivan más tranquilas. Sé que también hay otros en la otra parte del espectro que merecen la misma suerte, pero la limpieza de nuestros escenarios demanda una voluntad de la que carecen los dirigentes y las personas encargadas de la rociada para eliminarlos”. El mecanismo mental es el siguiente: primero se deshumaniza al enemigo (los hombres se vuelven animales) para poder matarlos sin remordimientos, y luego se pasa a un verbo usado en forma metafórica, que evoca la fumigación de insectos: rociarlos.

Estaba en un lugar público cuando el ministro Santos dio la noticia de que un guerrillero (o un infiltrado, hay varias versiones) había traicionado al jefe que cuidaba, lo había matado a él y a su compañera, y le había cercenado la mano para demostrar así su identidad y cobrar la recompensa de dos millones de dólares. Las personas a mi alrededor gritaban ¡vivas! y aplaudían alegremente. A mí, en cambio, me daba fastidio que el Ministro y los militares que lo rodeaban, tanto en este caso como en el de Reyes, estuvieran sonrientes al dar la noticia. Entiendo que se alegren, pero estas noticias no pueden darse riendo, porque son graves y de todos modos trágicas. Transmitirlas requiere gravedad, no júbilo.

Quiero explicarme: no es que yo me entristezca con los golpes que el gobierno legítimo le da a la guerrilla. Yo también quisiera que las Farc fueran derrotadas por el Estado, o que los golpes que les propinan llevaran a una negociación pacífica del conflicto. Lo que no creo es que esta manera de proceder, con la violencia indiscriminada de un bombardeo (se fumiga un campo de insectos) y la celebración y el pago de actos de barbarie como el homicidio a sangre fría con descuartizamiento, sean el camino para alcanzar la paz y la tranquilidad de los colombianos.

El bombardeo del campamento de Reyes en territorio ecuatoriano fue sin duda un triunfo militar y un signo de que las Fuerzas Armadas han adquirido una precisión asombrosa. No hago minutos de silencio para homenajear a Reyes, pues en realidad era un asesino, un secuestrador y un criminal que murió con el mismo hierro con el que mató. Pero dudo mucho que estos golpes precisos, quirúrgicos, al mejor estilo de Israel cuando va y mata a un líder de Hamás en Líbano o en Siria, sean los que nos van a llevar a la paz. Por un lado los vecinos nos odian y desconfían cada día más de nuestros métodos. Y por el otro la guerrilla se sentirá justificada si en sus formas de lucha escala todavía más la barbarie de sus métodos. Ojalá las Farc estén tan golpeadas que esto no suceda, pero temo mucho que puedan llegar a cometer actos de un terrorismo y de una crueldad inimaginables, incluso peores que la barbarie que ya venían usando.

El caso de Ríos me parece más grave. Aunque la guerrilla haga una guerra salvaje e irregular, un gobierno legítimo no puede usar las armas como ellos. Una democracia se legitima si no usa los mismos métodos bárbaros de sus enemigos. No se puede legalizar la pena de muerte con la publicación de un aviso de recompensas. No se pueden premiar los actos sanguinarios. El poder legítimo va a la guerra con una mano atada, es cierto, y eso hace más difícil el combate, pero es lo que permite distinguir entre ellos y nosotros. Si nosotros nos comportamos como ellos, perdemos toda la superioridad moral y legal para alegar que la razón está de nuestro lado.

Entiendo que el Ejército nos defienda de la guerrilla y combata esta guerra. Lo apoyo en esto. Pero no puede hacerlo de cualquier manera, no puede hacerlo al estilo de los asesinos. Si acudimos a la barbarie y además la premiamos, no estamos haciendo otra cosa que parecernos a ellos. Los peores enemigos, los peores asesinos, siguen siendo siempre seres humanos. Tratarlos como tales, y no como animales, es lo que nos hace diferentes de ellos. Si no, nos convertimos en asesinos tan primitivos y sanguinarios como ellos.

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