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ANÁLISIS

Toros, política y periodismo

¿Por qué los medios no defendimos con el mismo entusiasmo las corralejas, el coleo y las peleas de gallos?

Armando Neira, Armando Neira
5 de febrero de 2015

En general el tono de la mayoría de medios de comunicación sobre la decisión de la Corte Constitucional para que la fiesta brava regrese a Bogotá fue tratado con alborozo. ¿Por afecto a la tauromaquia? ¿Por qué era una derrota de Gustavo Petro? ¿Por qué es un hecho que el conjunto de la sociedad estaba esperado en esta dirección? Puede haber tantas respuestas como preguntas.

Lo cierto es que es una de las noticias de este jueves. Han pasado años desde cuando los antitaurinos eran apenas unos cuantos ciudadanos que rara vez eran escuchados. Algunos marginales, uno que otro joven que se mostraba indignado frente a la Plaza de Toros de La Santamaría, pero de ahí no pasaban. ¿Por qué? Porque todos los políticos de peso estaban ligados de alguna u otra manera a la fiesta brava. Incluso se llegó al punto de que con sus ovaciones o silencios se dictaba sentencia sobre la popularidad de un presidente o de un líder nacional.

Así, por ejemplo, Enrique Olaya Herrera, como presidente, estuvo en su fundación el 8 de febrero de 1931; Jorge Eliécer Gaitán hizo célebres manifestaciones allí antes de su candidatura en 1946 y encendió los tendidos con su oratoria antes de que los toreros salieran a sus faenas. Muchos sostienen que la suerte del general Rojas Pinilla se decidió en este coso y César Gaviria  salió en hombros en los tiempos del revolcón y de la Asamblea Constituyente.

Hasta que llegó Petro quien marcó un divorcio absoluto con la tauromaquia y se declaró un alcalde antitaurino. Petro decidió que no prestaba más la plaza al considerar que era un espectáculo que le rendía homenaje a la muerte.

Paralela a esta discusión la Corte legisló sobre las expresiones artísticas que incluyen animales donde hay tradición. Esto es igual para las corralejas de Corozal, Sucre; el coleo de San Martín, Meta, o las peleas de gallos de Sabanalarga, Atlántico. El máximo tribunal defendió los derechos a mantener las tradiciones culturales y estipuló condiciones para evitar que manifestaciones como el toreo, las riñas de gallos y el coleo se desarrollen en lugares ajenos a su tradición. “La Corte declaró que aquello que responde a una tradición cultural, que responde a una afición que no es una invención de tiempos modernos, merece la protección constitucional, pero estableció restricciones que constituyen un desincentivo para que no sigan apareciendo ajenas al concepto de tradición cultural”, explicó en su momento el magistrado Mauricio González.

Por lo tanto, la noticia del regreso de los toros en Bogotá no hay que verla como algo aislado sino en un contexto nacional. Los taurinos pueden si quieren hoy montar sus corridas en la ciudad, pero no se deben construir escenarios distintos a La Santamaría.

Sin embargo, es evidente que el tratamiento informativo para los casos fuera de la ciudad ha sido diferente. Tienen razón los usuarios que se han manifestado al señalar una dosis de clasismo y regionalismo en las notas periodísticas. “Lo que ocurre en las lejuras les parece horrible, lo que pasa a los pies de los cerros, debajo de Monserrate y Guadalupe, arte puro”, argumentan.

“Pero es el colmo la comparación tan absurda”, reclaman los puristas desde la capital. Y claro que son diferentes. La plaza de toros en Bogotá forma parte de un espléndido conjunto arquitectónico que lleva la firma de Rogelio Salmona; para las corralejas son improvisados plazas levantadas en varas de mangle; hay alcohol, pero este se pasa en finas botas en un lado, mientras en el otro es a pico de botella; en uno van rostros conocidos, mientras en el otro es el pueblo anónimo. Pero todos sus protagonistas, aquí y allá, enarbolan la bandera de la manifestación cultural. Lo que pasa es que desde la urbe se ve lo demás como una vulgar mezcla de sofoco, polvo y bullicio.

Es posible que estos elementos hayan influido para que desde Bogotá se hayan visto dos reacciones en dirección contraria. Se habló de indignación nacional en contra de las corralejas a principios de año –obvias por la sevicia y el maltrato a los animales- pero globalmente se juzgó con dureza a los alcaldes de esas localidades porque no tenían el valor para prohibirlas y mientras tanto, a Petro se le levanta la voz para decirle que respete los derechos de las minorías. Es la manera de informar en un país profundamente marcado por el clasismo, el elitismo y el regionalismo.
 
*Director de Semana.com
 Twittter: @armandoneira

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