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La transición energética

Pese al empeño de los escépticos y de los “mercaderes de la duda”, que es como los denominan Naomi Oreskes y Erik Conway, encabezados por Trump, en negar el cambio climático, cada día el consenso es mayor sobre la necesidad de encararlo a riesgo de abocar al mundo a su autodestrucción.

Semana.Com
7 de noviembre de 2017

La energía se rige por dos principios fundamentales de la termodinámica: el primero, el de la conservación de la energía, desarrollado por Clausius y Thomson y el segundo, el de la degradación de la energía, desarrollado por S. Carnot, más conocido como la entropía. Las fuentes de energía se clasifican entre aquellas que son renovables y las que son no renovables. Históricamente la generación, el transporte y el uso de la energía han dependido de los desarrollos de las tecnologías, los cuales a su vez han sido los protagonistas de las cuatro ediciones de la revolución industrial que han jalonado el crecimiento y el desarrollo de la economía global.

Como bien lo dijo Joseph A. Schumpeter, “la innovación implica, por virtud de su naturaleza, una gran paso y un gran cambio…y difícilmente se mantiene alguna de las formas de hacer las cosas que fueron óptimas antes”. Y es propio de la tecnología su evolución disruptiva, a saltos. Así se explica que la primera revolución industrial (1784) fue posible gracias a la invención de la máquina a vapor, la segunda (1870) se caracterizó por la generación eléctrica a gran escala, concomitantemente con la invención del motor de combustión interna, la tercera (1969) por la electrónica y las tecnologías de la información y la cuarta, la actual, por los sistemas físicos cibernéticos (Big Data, IoT, Smart Cities y la inteligencia artificial).

Entre las fuentes primarias de energía, así como en la matriz energética han tenido y siguen teniendo una gran preponderancia aquellas de origen fósil (el carbón, el petróleo y el gas, especialmente), superando el 80 por ciento de las mismas. Hoy el mundo produce unas 12.000 millones de toneladas equivalentes de petróleo (TEP) de energía, equivalente a 218 millones de barriles de petróleo equivalente (MMBPE), de las cuales el 81 por ciento se obtienen del carbón, del petróleo y el gas. No obstante, las megatendencias apuntan hacia una recomposición de la matriz energética, debido a dos factores fundamentales, la reconfiguración del mercado energético (2007) y el Acuerdo de París contra el Cambio climático (2015).

La teoría del “pico” de Hubbert, también conocida como cenit del petróleo, se tuvo por mucho tiempo como la verdad revelada. Según ella, las reservas de crudo empezarían a declinar con el despuntar del siglo XXI y de paso su escasez mantendría por las nubes su cotización. Lo sintetiza muy bien el experto petrolero Luis Giusti, cuando afirmaba que “a un precio de USD 75/barril, el petróleo de esquistos se torna ‘muy sucio’, el bitúmen canadiense ‘muy viscoso’, el crudo pre – salino de Brasil ‘muy profundo’ y el Ártico de Rusia ‘imposible’”. Pero, de pronto, irrumpió la tecnología del fracking en los EE.UU. para explotar yacimientos no convencionales y ello catapultó a la potencia del norte, que llegó a equipararse con Arabia Saudita como gran productor. Y de paso la “revolución de los esquistos”, como se le denomina, arrastró a la baja los precios del petróleo. Si antes se especulaba sobre el momento en que las reservas de crudo empezarían a declinar, ahora abundan los vaticinios sobre el momento en que empezará a decaer la demanda del mismo.

Pese al empeño de los escépticos y de los “mercaderes de la duda”, que es como los denominan Naomi Oreskes y Erik Conway, encabezados por Trump, en negar el cambio climático, cada día el consenso es mayor sobre la necesidad de encararlo a riesgo de abocar al mundo a su autodestrucción. Por fuerza de las circunstancias, la comunidad internacional arribó en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el cambio Climático (COP21) en París (2015) al consenso en el sentido que “el mundo debe alcanzar la ‘neutralidad’ de las emisiones de gases de efecto invernadero en la segunda mitad de este siglo”. Y para ello es menester impulsar el objetivo 7, de los 17 y 32 metas, de las 169 de los Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS) a alcanzar para 2030. Se trata de que la energía sea asequible y no contaminante, con lo cual se le abre un espacio enorme al desarrollo de las energías renovables y limpias.

Como lo dijo Parke Dickey, en 1958, anticipándose a los acontecimientos, “muchas veces en el pasado pensábamos que nos estábamos quedando sin petróleo, pero realmente nos estábamos quedando sin ideas”. Y lo dijo Bill Gates, “la clave del éxito está en saber detectar hacia dónde va el mundo y llegar allí primero”. En esa carrera están los países, tratando de llegar primero y gracias a la torpeza de Trump China está sacándole ventaja a EE.UU. y no solo a EE.UU. Lo dijo claramente la comisaria de Industria de la Unión Europea Elzbieta Bienkowska: “Si China introduce una cuota de 10 por ciento de vehículos eléctricos -como acaba de hacer– los fabricantes europeos no pueden invertir únicamente en mejorar los motores de combustión”. Y advirtió la comisaria, “en la década de los 2000 no creímos en los teléfonos inteligentes y perdimos”. Trae la comisaria a colación, como ejemplo de lo que les puede volver a pasar, si no se avispan, lo que pasó con la finlandesa Nokia, que se dejó arrollar por la estadounidense Apple, Huawei china y la surcoreana Samsung. Estamos, entonces, en medio de una transición energética que no se va a detener y de lo que se trata es de no rezagarse, de no dejarse sorprender. ¡El que despabila pierde!

*Exministro de Minas, Energía e Hidrocarburos

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