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Tres nombres

En el de Lourdes Flores hay algo excesivamente catolicón. En el de Alan García, una contradicción. Y el de Toledo es pretencioso

Antonio Caballero
30 de abril de 2001

La semana que viene se celebran elecciones presidenciales en el Perú, y hay tres candidatos con posibilidades razonables de ganarlas, si no en la primera, en la segunda vuelta. El uno se llama Alejandro Toledo, la otra Lourdes Flores, y el tercero Alan García.

Los partidos que los tres representan, si vamos a mirar bien, no representan mucho. Alan García es el hombre del Apra, aquella prestigiosa, perseguida y siempre derrotada Alianza Popular Revolucionaria Americana que fundó hace 80 años Víctor Raúl Haya de la Torre; prestigiosa y siempre derrotada hasta que el propio Alan García la llevó al poder hace 15 años, y consiguió en sólo cinco desprestigiarla por completo y volverla migas. Lourdes Flores es la mujer de Unidad Nacional, un partido demócrata conservador nunca muy prestigioso, y bastante desprestigiado además por su colaboración con el gobierno autocrático y corrupto de Alberto Fujimori. Alejandro Toledo, en fin, aunque se presenta con las banderas de un partido improvisado hace seis meses llamado Perú Posible, no se representa en realidad más que a sí mismo (y quizás al Fondo Monetario Internacional). De modo que quienes se disputan la presidencia del Perú son simplemente tres personas individuales: tres nombres.

Lourdes Flores. Como nombre propio, el de Lourdes es reciente. Viene de la muy celebrada aparición milagrosa de la Virgen María a mediados del siglo XIX en un pueblo de Francia que lleva ese topónimo; pero curiosamente no se usa en Francia (sonaría demasiado pesado: literalmente, “lourdes” quiere decir “pesadas”), y en cambio es muy frecuente en España, donde casi todas las mujeres llevan nombres de vírgenes. Flores: pues eso, flores: con flores a María, con flores a porfía. Hay algo excesivamente catolicón en eso. Un sobrepeso de catoliquería. Una redundancia.

Alan García. Ahí, en cambio, hay una contradicción evidente entre el nombre y el apellido, y más aún entre el nombre y el apellido por un lado y la presencia física del candidato por el otro. Alan en un nombre gótico, germánico, que significa “crecido”, o “regordío” y eso sí corresponde a la personalidad fisiológica y política del personaje: un tipo enorme y bien comido que hace pensar irresistiblemente en el refrán sobre los hombres de pesadez agobiante: “Pesa más que un alano colgado de una oreja”. Pero en tanto que nombre de pila, en castellano Alan no se usa. En francés sí —Alain—, y en italiano —Alano—, y en ingles —Alan, Allen—, y, por supuesto, en las lenguas germánicas. Intuyo que a la madre de García el nombre de su hijo le llegó por la vía de Hollywood: a principios de los años 50 el actor Alan Ladd arrasaba. Porque ya digo que en español “alano” no es nombre de persona sino de tribu bárbara del Norte o de raza de perros, como “dogo” o “podenco”: unos perros enormes, ferocísimos, que usaban los conquistadores españoles en América para cazar indios. El famoso ‘Leoncico’ de Núñez de Balboa era un lebrel alano de gran tamaño, que se comió él solito a la mitad de las tribus que poblaban el istmo de Panamá.

Si el nombre Alan es alemán, o quizás hollywoodense, en cambio el apellido García sí es inequívocamente, casi caricaturescamente español: tal vez, con el de López, el más corriente en España. Y sin embargo Alan García no tiene aspecto gótico, ni hispánico, ni de cine: parece el último de los Incas. Un corpachón descomunal de dos metros por dos y una nariz como la del mismísimo Manco Cápac (y calza, según cuentan, zapatos de talla 54). Si la acumulación reiterativa de Lourdes con Flores parece una cursilería, el triple choque entre Alan por un lado, García por el otro y el Incario por el de más allá resulta francamente inquietante. (Además, ya se lo vio en la presidencia).

¿Y Alejandro Toledo? Su nombre es griego, y pretencioso. Pero desde Alejandro Magno no ha habido muchos Alejandros dignos de mención: algún Papa, algún peluquero. Su apellido es prehispánico en la propia España: la ciudad de Toledo fue fundada por los judíos de la primera diáspora, la de la destrucción del Templo por Nabucodonosor. El llamarse como una ciudad suele indicar —salvo cuando el que se llama así es dueño de la ciudad— ascendencia de judíos conversos. Pero a la vez Toledo es cholo: mezcla de indio y español. No parece tan inca como Alan García, sino que sus rasgos recuerdan más bien los de las ánforas antropomórficas de la cultura mochica. Pero no tiene empacho en hacerse llamar a gritos, en sus giras electorales, “¡Pachacútec!”, como el más grande de los emperadores Incas del Perú precolombino.

Bueno, sí, los tres candidatos a la presidencia del Perú parecen raros. Pero hay que tener en cuenta que al presidente anterior, que era japonés, lo llamaban “el chino”.

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