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Triple fracaso

Mal podía tener éxito una embestida contra la corrupción si a su cabeza estaba, como el incorruptible Catón, el ministro Londoño de Invercolsa

Antonio Caballero
15 de junio de 2003

Si yo fuera el presidente Alvaro Uribe estaría seriamente preocupado. No lleva todavía ni un año en el poder y ya su gobierno está clínicamente muerto: no tiene pulso, ni respira, y si le hicieran un encefalograma saldría plano. (Los primeros en darse cuenta de estas cosas son siempre los ministros de Hacienda. Por eso se van).

El gobierno de Uribe está muerto porque no ha podido cumplir en ninguno de los tres temas centrales de campaña que lo llevaron a la victoria electoral. No es que los gobernantes suelan cumplir lo que han prometido como candidatos, no faltaría más: si semejante cosa se exigiera en serio, no habría gobiernos en el mundo. Pero entonces tienen que inventar otra cosa, y Uribe no ha inventado ninguna -como no sea el embeleco de los consejos vecinales o como se llamen sus paseos al campo los fines de semana a resolver pendejadas. O ni siquiera a resolverlas: a regañar, simplemente-. Esos tres temas eran, como tal vez algún lector recuerde todavía, la renovación de la clase política corrupta; la reforma del Ejército para convertirlo en un instrumento eficaz de combate; y la derrota militar de la guerrilla. En los tres temas no es que no se haya logrado ningún avance: es que se ha retrocedido.

En lo que toca a la renovación de la clase política. ¿Recuerdan ustedes cómo temblaba toda ella con la amenaza de la pérdida de investidura por referendo popular? Fue lo primero que el gobierno suprimió, sustituyéndolo por un montón de puntos inocuos, en tanto que se entregaba a los placeres del contubernio con los políticos corruptos de siempre; con el agravante de que ni siquiera así consigue que éstos le hagan caso. Como dije aquí mismo la semana pasada, este es un gobierno autoritario a cuya autoridad no se somete nadie. Claro está que mal podía tener éxito una embestida contra la corrupción si a su cabeza estaba, como el incorruptible Catón el Censor de la República romana, el ministro Londoño Hoyos de Invercolsa, que es tal vez el más desfachatadamente 'avión' de los políticos aparecidos en muchas décadas. Pero el hecho de que el presidente Uribe lo haya nombrado para el cargo pese a su rabo de paja, y siga manteniéndolo a pesar de su absoluta inoperancia y de su genio pendenciero, indica que la batalla contra la corrupción no iba muy en serio.

Tampoco se han visto muchos progresos, o, más bien, ninguno, en cuanto a la reforma del Ejército. Sin duda se le destinan más recursos, pues para eso se han creado nuevos impuestos: pero no parece que se estén invirtiendo mejor que en los últimos cincuenta años. La ministra Ramírez, en principio nombrada para racionalizar y hacer transparente el gasto militar, se ha pasado todos estos meses peleándose con los generales teóricamente bajo su mando, sin conseguir que le obedezcan pero sin destituirlos tampoco. Con lo cual la parálisis resultante impide que se logren resultados en el tercer gran tema de la campaña uribista -el primero, quizás-, que era el de la derrota militar de la guerrilla. Tan pocos son los resultados que se ha llegado al extremo de presentar como 'éxito' un fracaso tan estruendoso como la operación de rescate del gobernador y el ex ministro secuestrados en Antioquia, que se saldó con la muerte de todos los rehenes y la fuga de todos los secuestradores.

Por otra parte, había un subtema implícito en la reforma del Ejército, aunque de él no se hablara. El de la reinserción, no a la paz, sino a la guerra, de las tropas paramilitares, mediante la figura de los 'soldados campesinos'. Tampoco eso funcionó, pues presuponía un acuerdo con los jefes de esas tropas: y ese acuerdo lo sofocó el Imperio al anunciar tajantemente que Carlos Castaño y sus secuaces serán, de todos modos, perseguidos por los Estados Unidos en tanto que terroristas y narcotraficantes.

En cuanto a la situación económica, ahora les ha dado por decir que está mejorando. Ojalá sea así. Pero el hecho es que el Ministro de Hacienda prefiere hacer un discreto mutis por el foro.

Todo lo anterior es el resumen del análisis que me hizo en estos días un amigo politólogo. Lo comparto. Salvo su conclusión, que es catastrofista: según él, habrá un golpe militar. Mi conclusión es igualmente catastrofista, pero inversa: no habrá un golpe militar. Porque no cambiaría absolutamente nada. Todo seguiría igual, en esa lenta caída de hoja seca en el abismo en que estamos desde hace, por lo menos, cincuenta años. Desde que el gobierno inepto del general Rojas Pinilla frustró las locas esperanzas que había despertado su golpe militar.