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Trump y la Corte Constitucional

Son igualitos: viven en el país de las maravillas y muchas de sus soluciones son irrealizables y populistas.

Semana.Com
13 de febrero de 2016

El 16 de junio de 2015 Donald Trump anunció su candidatura a la presidencia de Estados Unidos. Dicen que el empresario contrató a actores para garantizar un lleno total en el auditorio y, más importante, aplausos. Trump era considerado un payaso y su aspiración un chiste flojo. Tal vez porque no tenía nada que perder, o tal vez, como piensan algunos hoy, sabía que prometer el oro y el moro le generaría votos. Esa tarde Trump no se cuidó la lengua. Luego de acusar a los mexicanos de cruzar la frontera para violar a las inocentes mujeres estadounidenses, propuso una política sencilla para ponerle fin a la inmigración ilegal: construir un muro “grande” que evitaría el ingreso de criminales. Pero en éste, habría también una “gran puerta” donde podrían entrar los mexicanos “buenos”. Y de ñapa, toda la obra sería pagada por el gobierno de México.

No es la única solución mágica del magnate. Para reducir el déficit comercial con China, ha contemplado imponerle un arancel del 45 por ciento a los productos chinos. Según Trump, esa medida motivaría un cambio de actitud de la segunda economía más grande del mundo. Y en un abrir y cerrar de ojos, desaparecería ese desbalance de exportaciones e importaciones entre los dos países. Su respuesta al terrorismo islámico: prohibir temporalmente el ingreso de musulmanes a Estados Unidos mientras que “entendamos que está pasando”. Preguntado sobre cómo se implementaría esa restricción, contestó sin vacilar que sería fácil: los oficiales de inmigración le inquirirían a cada visitante qué religión practica.

En el mundo de Trump, todo se puede. Es cuestión de voluntad. Que sea inverosímil -los mexicanos pagando por un adefesio-, es irrelevante. Que tenga consecuencias nefastas -una posible guerra comercial con China-, es insignificante. Lo que importa son las ovaciones de la galería. Ese populismo barato del señor Trump tiene sus similares en las Cortes colombianas. Aquí, hay magistrados que llevan varios años imponiendo recetas particulares con poca atención a las consecuencias.

Ese populismo judicial ha estado especialmente activo en los últimos meses. En diciembre, la Corte Constitucional ordenó suspender el funcionamiento de la hidroeléctrica “El Quimbo” en Huila. Una decisión que nos puso a puertas de un racionamiento. Es como si ignoraran la fuerte sequía que azota al país. Primó más su defensa del inciso, del parágrafo.

En febrero volvieron a exigirle a la empresa Ferrocarriles de Colombia -Fenoco- no transportar carbón entre las 10.30 pm y 4:30 am por el municipio de Bosconia, Cesar, porque, según el tribunal, afecta la calidad de vida de 139 familias. Para la Corte, no importó que quien abogó por la levantada de la medida fuera la misma Autoridad Nacional de Licencias Ambientales (ANLA), que dijo que “la actividad férrea actualmente no está generando impactos ambientales representativos". Aparentemente, nuestros togados saben más que los expertos. El impacto de la decisión sobre los ingresos fiscales del país no es de poca monta al exportarse menos carbón.

La semana pasada la Corte suspendió la explotación petrolera en un campo en Orito, Putumayo. Alega que las empresas no consultaron con los indígenas awá. Si bien el Ministerio Interior, entidad encargada del tema, certificó la no presencia de esa comunidad en el área de la actividad, para los magistrados no tuvo validez. Ellos saben más.

Hubo júbilo en varios sectores por la decisión de la Corte de prohibir la minería en los páramos. Sólo hay un detalle: con excepción de Santurbán, ningún páramo ha sido delimitado. Entonces, todo queda en el limbo.

La sabiduría de la Corte no se limita a los asuntos ambientales.  Creen, como Trump, que ejecutar es una cuestión de voluntad. Que es diciendo y haciendo. En una reciente sentencia, le dan un plazo perentorio de seis meses al Ministerio de Justicia y al INPEC de crear “más cupos carcelarios”, satisfacer las “necesidades de los reclusos”, “instalar duchas”, etcétera, etcétera. Intención loable y urgente, pero si fuera tan fácil de implementar, ya se habría hecho. Sobre la restitución de tierras, en un fallo de enero exigió, nuevamente en seis meses -parece que les gusta este plazo-, un diagnóstico consensuado y fechas precisas de cuándo se devolverán los decenas de miles de predios esparcidos por todo el territorio nacional. Si ejecutar políticas públicas fuera tan simple.

“Construiré un gran muro -y nadie construye muros mejor que yo- y los construyo muy baratos. Y haré que México pague por el muro. ¡Acuérdese bien lo que le digo!”. ¿Donald Trump? ¿O nuestra corte?

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