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Un 30 de febrero

La poesía sirve para evadir la realidad, pero también para volver a ella renovados, armados con las palabras frescas que la definan mejor.

Semana
24 de febrero de 2007

Le debo a un amigo que no digo (detesto chicanear con los amigos), un libro de sonetos de Joaquín Sabina. Y a otro amigo le debo (y no digo su nombre porque le gusta tanto ser anónimo que a duras penas su esposa se lo dice) las canciones y la música del mismo Joaquín Sabina. El libro me acompaña desde hace poco; las canciones, en cambio, son ya desde hace tiempos un vicio de mañanas alegres o noches desoladas. Pero tanto en los versos como en las canciones encuentro siempre motivos para alegrarme de saber leer y para ser feliz simplemente por tener oídos.

Orientado por sus canciones me he enamorado y desenamorado y vuelto a enamorar ya varias veces; y en sus sonetos encuentro temas para orientar mi pensamiento, palabras certeras para encontrar las palabras que yo mismo no encuentro. Un poeta es el que sabe decir lo que nosotros apenas confusamente intuimos, el que es capaz de poner en el ritmo preciso, con la gracia adecuada, en el tono necesario, aquello que nosotros apenas balbuceamos con interjecciones y palabras sueltas. Y aunque los cantantes, en general, estén puestos por debajo de la categoría de los poetas, Sabina a mí no me acompaña menos que muchos poetas de esos completos, con corona de laurel, que flotan sobre las nubes del Parnaso.

Escribir sobre un cantante que me parece tan bueno como cualquier poeta, en este momento clave de este país tremendo en que vivimos, en este instante en que el planeta se calienta y la sangre salpica las calles de Irak, dirán que es una forma de evasión. Y sí. La poesía sirve para evadir la realidad, pero también para volver a ella renovados, armados con palabras frescas que la definan mejor. Si soñamos con un país menos bárbaro, con un mundo menos devastado, con gobiernos menos brutales que el de Bush, es porque nos gusta leer poesía y porque la poesía nos ha enseñado (también) a identificar mejor la barbaridad, la devastación, la brutalidad, y a denunciarlas "con frases nunca dichas".

Leyendo los sonetos de Sabina (Ciento volando, se llama el libro), por ejemplo, uno puede aprender a definir mejor a ciertas divas locales: "La sexi star de anónima vagina / folla con la rutina de las putas". Pero no vayan a pensar, por estos versos, que Sabina desprecia "la profesión más antigua del mundo", como dicen los cursis. Para negarlo basta recordar esa canción de elogio a María de Magdala ("que hasta un hijo de un dios se fue con ella"). Y sobre todo esta sabia blasfemia (porque es contra una beata de la Iglesia), que aparece en la cola de otro de sus sonetos, en el cual bendice "los húmedos chochitos de las putas / que consuelan a más desconsolados / que las madres teresas de calcutas".

Hablando de santos, recuerdo que hace unos días el presidente Uribe, un poco antes o un poco después de su ataque de furia contra el Polo, estuvo llevando en andas a la Santísima Virgen en una procesión y proclamándose devoto de Jesucristo desde un púlpito. Dijo el señor Presidente: "Oh Virgen santísima, Madre mía de Los Remedios, patrona de La Guajira: en este día yo consagro totalmente a ti mi vida, mis trabajos, mis penas y alegrías; mis triunfos y fracasos, todo cuanto soy y cuanto tengo es de ti, y todo mi ser". Cuando leí lo anterior, ahí mismo, no sé por qué, me acordé de ese irónico poema de Machado a don Guido, ¿lo recuerdan? Era don Guido "un señor / de mozo muy jaranero, / muy galán y algo torero; / de viejo, gran rezador. / Dicen que tuvo un serrallo, / este señor de Sevilla, / que era diestro / en manejar el caballo". ¿Ven? Los poetas adivinan el futuro. Pero los versos que mejor le cuadran a Uribe son estos otros: "¡Aquel trueno!, vestido de Nazareno". Y también Sabina en su libro lo define, sin saberlo, cuando habla de un "asceta a dieta de tres platos".

Y para que vean que la poesía sí enseña a leer el presente, díganme qué les evocan estos otros endecasílabos de Sabina: "Malditos sean los que no se cansan, / los que ganan carreras de tortugas, / los capataces de la certidumbre, / los rectos eficaces, los que transan, / los que estiran el alma y las arrugas, / los secuaces del rey de la costumbre".

Aunque sus versos no hablan solamente de política. Si alguno de ustedes, por ejemplo, estuviera desolado por una separación, le receto el consuelo de estas líneas tomadas del mismo libro: "dueño de mí, quiero decir con nada, / fuera de ti, quiero decir sin todo". O la paradoja de estas otras: "Estoy más solo cuando estamos juntos". O en últimas, este desdén: "Te echo menos de menos cada día". Política, sexo, amor, religión. Para hablar de todo esto sirve un gran poeta y cantante como Sabina. Dejaré de leerlo un 30 de febrero.

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