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Un caso difícil

No debe haber sido fácil retirarse de El Tiempo sin preaviso y sin dar explicaciones. Y nadie comenta su retiro en la prensa. Ni siquiera El Tiempo.

Antonio Caballero
27 de marzo de 2010

Es fácil criticar las contradicciones de Enrique Santos Calderón. Yo mismo, a pesar de ser su amigo, lo he hecho unas cuantas veces. Pero en cambio no debe ser fácil asumir las contradicciones de Enrique Santos Calderón, que acaba de irse de El Tiempo sin dar explicaciones.

Parece fácil, sí. Ahí nació, hijo privilegiado de la prensa colombiana amamantado con tinta de linotipos. Pero también hijo rebelde. Podía serlo, claro, porque para empezar era hijo (y sobrino, y nieto, y sobrino nieto). Pero sin duda le hubiera resultado más fácil no ser rebelde: niño terrible que desde que entró al periódico anduvo en contravía de su opinión editorial. Fue sin embargo esa doble condición, de hijo de El Tiempo y de rebelde a lo que entonces representaba El Tiempo, la que lo convirtió en el periodista más importante del país en los últimos cuarenta años. Pues a través de una columna de opinión cerril y discrepante, "Contraescape", publicada en el periódico de mayor circulación e influencia, hablaba de cosas nunca mencionadas e inmencionables en la gran prensa colombiana: presos políticos y abusos militares, huelgas obreras y protestas campesinas: un país diferente del unanimista y represivo representado por el Frente Nacional. Y no debió ser fácil mantener eso que su padre, horrorizado y con los pelos de punta, llamaba "un cañonazo cada domingo" en el periódico; un cañonazo que, por añadidura, apuntaba a la propia línea de flotación del periódico.

Y tampoco debió ser cosa fácil dejar El Tiempo y su cañón dominguero para montar la revista Alternativa (en la que estuvimos unos cuantos bajo la dirección de Enrique y el paraguas protector de García Márquez). Dejar la seguridad y la capacidad de influencia del gran diario para embarcarse en la aventura incierta de un semanario de izquierda enfrentado a la incomprensión de la izquierda y a la ira de la derecha en un tiempo confuso de guerrillas y de sindicatos, de Revolución cubana y de Estatuto de Seguridad, de rumbas y de bombas (una pusieron en la revista, otra en la puerta de Enrique). Nunca hubo antes aquí, ni ha vuelto a haber después, una revista como esa: una revista de izquierda hecha con criterios y ambición periodísticos, y no con objetivos y líneas de partido. Y tampoco fue fácil, claro está, resignarse a cerrarla.

Ni pudo ser fácil, aunque pareciera natural, volver a El Tiempo, abandonar la libertad de "Contraescape" por las obligaciones -y el poder- de la codirección del diario. Ni fue fácil tampoco, y se notaba, reanudar la columna tras dejar la dirección: el sombrero de director había desteñido sobre el cerebro del columnista, destiñéndolo a su vez. Aunque la desteñida también venía de antes: de cuando el columnista se había proclamado "de extremo centro" -como... digamos que como El Tiempo-, y se había convertido luego en uribista -digamos que también como El Tiempo-, y aún más: en reuribista de cuando la primera reelección del que no dudó en llamar "el mejor presidente que pueda tener Colombia". Pero me atrevo a pensar que tampoco fue de verdad fácil esa conversión al uribismo para quien había sido el hijo rebelde y el niño terrible y el director de El Tiempo.

Ni puede haber sido fácil, ahora, retirarse de El Tiempo sin preaviso y sin dar explicaciones. Despedirse de su casa al cabo de toda la vida, como si se hubiera dado cuenta por fin y de repente de que el periódico lo habían comprado otros.

Ahora se va de El Tiempo Enrique Santos Calderón, su antiguo niño rebelde, su antiguo director, el periodista más importante de las últimas décadas, sin dar explicaciones. Y nadie comenta su retiro en la prensa. Ni siquiera en El Tiempo.

Raro país.

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