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Un caso específico

Si el niño muere, ¿dirán las Farc que lo mató de cáncer el gobierno, como dijo en su tiempo Turbay que los guerrilleros se autotorturaban?

Antonio Caballero
10 de septiembre de 2001

En el caos de matanzas de nuestra guerra interna puede parecer marginal y casi sin importancia el caso de un niño enfermo de cáncer que antes de morir quiere ver a su padre. Pero tal vez ese caso, en apariencia marginal, pueda ser la chispa galvanizadora que haga que los colombianos nos demos cuenta del horror de inhumanidad en que nos estamos sumiendo.

Hablo de todos los colombianos, y no sólo de los de las Farc, responsables directos de esta atrocidad particular. Los colombianos, que hemos encanallado hasta la náusea nuestros métodos de hacer la guerra. Los colombianos que secuestran, los que torturan, los que matan con motosierra, los que sin ensuciarse directamente las manos de sangre humana financian a los distintos bandos, los que, cada día con mayor frialdad, la frialdad vergonzosa del encallecimiento, escribimos sobre todas estas cosas, para condenarlas de un lado o del otro, para justificarlas de un lado o del otro, o incluso simplemente para comprenderlas de los dos. No son justificables. No son comprensibles. No son necesarias.

Este caso específico de maldad intolerable, en la ocasión por cuenta de las Farc, es el de un niño de 12 años, Andrés Felipe Pérez, hijo del cabo de la Policía Norberto Pérez, al que los guerrilleros se llevaron por defender un pueblo (Santa Cecilia, en Risaralda) asaltado por ellos hace dos años. No es un caso típico: ni es un niño secuestrado (como hay cientos), ni es un niño reclutado para la guerra (como hay cientos más), ni es un niño abandonado, huérfano de la guerra (como hay miles). Ni siquiera es un caso especialmente horrendo, comparado con otros muchos. Se trata simplemente de un niño enfermo de cáncer, desahuciado por los médicos, que antes de morir quiere despedirse de su padre, al que las Farc, que en otras ocasiones se han jactado de ser tan humanitarias, no quieren dejar libre para que vaya a verlo. Pero ese caso específico, tan insignificante en apariencia dentro de la deshumanización que vivimos en Colombia desde hace muchos años, ha despertado reacciones de indignación generalizadas en una sociedad que ya prácticamente no reacciona ante el horror. Han protestado los niños (manipulados o no); ha protestado la prensa, y también los periodistas tomados individualmente; han protestado los médicos pediatras, la mamá del niño enfermo, la Iglesia, los políticos (oportunistamente o no). Protesto yo también, ahora, desde aquí. Algunos (otros colombianos: como los que asesinan o secuestran o ‘desaparecen’ o torturan a sus enemigos) han llegado al extremo heroico de ofrecerse a las Farc ellos mismos en canje por el padre del niño. Esto último me parece lo más notable del asunto, dado el encallecimiento de que hablaba más arriba.

Frente a todo eso, las Farc se han mostrado inconmovibles. El sufrimiento de un solo niño, por mucho eco que tenga, no va a hacerles cambiar la rigidez ‘correcta’ de su línea política, como no se la ha hecho cambiar tampoco el sufrimiento de otros muchos miles. Y no sólo se niegan a soltar al padre (del cual, por otra parte, no han dicho ni siquiera si está vivo o muerto), sino que exigen además que les entreguen al niño para que sus propios médicos, en la selva, le practiquen sus propios exámenes oncológicos. No han llegado (al menos hasta ahora) al exceso de cinismo de prometer que lo devolverán curado de su cáncer; y ni siquiera que lo devolverán (pues casos se han visto). Pero aseguran, sin necesidad de los exámenes de campo, que el niño no está tan enfermo como dicen. Que se trata de un montaje político y publicitario orquestado por las Fuerzas Armadas y en el cual participamos como borregos todos los demás: la madre del niño, los médicos, los periodistas, el gobierno. Un montaje para desprestigiar a las Farc.

Montajes por el estilo existen en los conflictos civiles, claro está. Muchas veces los he visto denunciados desde el lado opuesto, como organizados por la subversión y sus secuaces para desprestigiar a las instituciones democráticas. Si el niño muere, ¿dirán las Farc que lo mató deliberadamente de cáncer el gobierno, como llegó a decir en su tiempo el presidente Turbay que los subversivos presos se autotorturaban para desprestigiar a su gobierno? No se daba cuenta de que diciendo eso se desprestigiaba a sí mismo más eficazmente de lo que pudiera haberlo hecho cualquier montaje, por bien ‘orquestado’ que estuviera. Y por lo que vamos viendo, tampoco se dan cuenta las Farc de que su estilo turbayesco las desprestigia aún más que sus vergonzosos métodos de guerra, con los cuales llevan tantos años desprestigiándose a sí mismas como los que llevan denunciando campañas orquestadas para desprestigiarlas.

Pero no es sólo que las Farc sean torpes, y tercas en su torpeza. Es además que, como lo está mostrando el caso específico del infortunado niño Pérez, están más encallecidas ellas que el resto de la sociedad. Y eso, al margen de que las desprestigia, da miedo.

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