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Un coctel para empezar el año

¿Qué tipo de lagarto necesita ser uno para armar un almuerzo con los amigos y llamar a un fotógrafo para que haga retratos mientras todos se emborrachan?

Daniel Samper Ospina
16 de enero de 2010

Después de ver las revistas en las que aparecía el jet set en vacaciones, afloró como nunca el arribista que hay en mí y organicé un evento social para comenzar el año.

Soñaba con un coctel al que asistiera gente de la alta sociedad: grandes banqueros, personas del gobierno. Incluso ya sabía dónde esconder los objetos de valor.

—Despiértate -le dije a mi mujer-. Necesito que te pongas bótox y te hagas amiga de las hermanas Lara y de una señora que se llama Chiqui Echavarría: vamos a empezar a codearnos con los que salieron en las sociales de fin de año; vamos a armar un coctel.

—Déjame dormir -me respondió de mal genio-: además no sé quiénes son esas señoras. ¿La 'Chiqui' no era una guerrillera del M-19?

—No seas bruta -la corregí-: es una que fue ministra de Minas de Pastrana.

—¿Ese no es el 'Chiqui' Valenzuela? -preguntó.

—¡Cómo se te ocurre! -le dije-: ya le gustaría a él tener las medidas de la Chiqui.

La señora Echavarría, miré después, es una dama que organizó un almuerzo en una isla; el evento fue registrado en todas las revistas de enero, en una exigente modalidad de lagartería que implica o llevar en una lancha hasta la isla a un fotógrafo para que haga las fotos, o pedirle el favor a alguno de los invitados de que las tome, con el riesgo de que el encargado sea Fernando Botero Zea y queden torcidas.

Reconozco que en un primer momento no entendía la lógica de esas personas del jet set que mojan prensa: ¿Qué tipo de lagarto necesita ser uno para armar un almuerzo con los amigos y llamar a un fotógrafo para que haga retratos mientras todos se emborrachan? ¿No les da pena? ¿No les parece una afrenta salir con esa sonrisa de yeso en medio de este incendio?

Pensaba eso, digo, pero era por resentido.

La verdad es que sueño con ser uno de ellos; y las veces que he salido en las secciones de sociedad con los ojos rojos y un trago en la mano, y al lado de un Christian Toro, de un Yamid Amat Jr., me he sentido muy orgulloso de mí mismo y he recortado esas páginas para demostrarles a mis hijas que fui alguien en esta vida.

De ahí que ser anfitrión de un coctel me llenaba de emoción. Agasajar socialmente a los poderosos le permite a uno ingresar a un circuito muy agradecido, lleno de nombramientos y embajadas. La especialista en ese tema es doña Olga Duque de Ospina. La sala de su casa está llena de retratos de ella con las personalidades que ha conocido a lo largo de su vida: doña Olga con el presidente Turbay; doña Olga con Belisario; doña Olga con Napoleón; doña Olga con don Juan de la Cosa. La verdad es que el Distrito debería hacerle un busto. O dos, dos bustos, por simetría, en caso de que ella acepte la operación.

Me dispuse, pues, a preparar todos los detalles. Decoré la sala con unos adornos precolombinos que iban desde poporos quimbayas hasta doña Gloria Zea, y armé una lista con la gente que nunca puede faltar a este tipo de eventos: soñaba con que fueran Tomás y Jerónimo; aspiraba a contratar la asistencia de Carlos Mattos, y que él a su vez subcontratara a Carmen Martínez de Bordiú para que el coctel adquiriera brillo internacional. Y no veía el momento de que todo eso saliera impreso a color en todas las revistas de sociedad.

Pero todo salió mal. Para empezar, el mesero me canceló a última hora y de no ser porque me ayudó Alfredo Rangel, que es experto en servir a los uribistas, el asunto habría podido salir peor. Y desde el comienzo vi con horror que mi poder de convocatoria había sido un fracaso: la sala se fue llenando rápidamente de uribistas de medio pelo, de políticos en desuso, mientras yo procuraba venderle al fotógrafo la idea de que de esa materia humana podían salir unas sociales respetables: cuadré una foto en la que salía Abelardo de La Espriella y sugerí que en el pie de foto escribiera que se trataba de Armandito Benedetti: finalmente ambos están hechos con una greda genética bastante similar, y estoy seguro de que cuando van al sastre, los dos dicen que cargan para el mismo lado. Debe ser el derecho, pero esto ya es una suposición. Para otra foto cuadré a Luis Camilo Osorio, y pedí al fotógrafo que dijera que era Nilson Pinilla; en otra, acomodé a Carlos Alonso Lucio, y rogué que lo presentara como Rafael Mora; en la última, y ya desesperado, ubiqué un trapero al lado de un queso gruyère y sugerí, qué más da, que escribiera que Ramón Jimeno departía alegremente con Fernando Araújo.

En medio de ese caos, y para rematar, pisé sin darme cuenta la cola de Roy Barreras: una cola fría, aceitosa y llena de escamas, que le salía de la parte trasera del blazer y que quedó moviéndose en el piso.

—No te preocupes -trató de tranquilizarme-: me vuelve a crecer.

Pero se notaba que le dolía.

Cuando esperaba que mi mujer se hiciera presente con las mujeres de la alta sociedad para salvar en algo el estatus de la fiesta, apareció con el 'Chiqui' García y Eduardo Lara:? —¿Y por qué trajiste a dos técnicos de fútbol?

—¿Cómo? -me respondió sorprendida-. ¿Estas no son las señoras que me habías encargado invitar? ¿La Chiqui, la Lara?

Tenían un aire, pero su aporte terminó de hundir lo que quedaba de fiesta. Reconozco que no sirvo para nada, mucho menos para establecer relaciones. Y por eso temo que me nombren canciller en el tercer gobierno de Uribe.

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