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UN JOVEN LLAMADO CARLOS LLERAS

Semana
8 de octubre de 1984

EL Frente Nacional apaciguó al país, que duda cabe, pero también es verdad que lo castró políticamente. Extremistas como somos para todos las cosas--para el amor o para el odio, para el pan o para el hambre, para la lluvia o el sol--llegamos a la conclusión de que, con tal de que no hubiera balazos, aunque tampoco hubiera debates.
Y este país, que había cometido la barbarie de echarse plomo irracionalmente, por un trapo azul o un pedazo de bandera roja, se pasó del caliente al frío, y terminamos en un marasmo de tal magnitud que ya no hay discusión ni por las cosas más importantes de la vida: el divorcio, el proceso de paz, la función social del Estado la eliminación del Concordato con la Santa Sede, que parece ser el único "concordato" próspero en esta tierra.
No soy ni he sido "llerista". La verdad, en auténtico rigor, es que nunca he sido nada de lo que malamente se piensa en Colombia, sobre todo después del Frente Nacional, que es una "filiación política".
En esta nación, que ideológicamente se volvió unica, lo que existe en la práctica no es la identificacion política, sino una especie de derecho de pernada como el que conquistadores y señores cobraban en la antiguedad. Algo así como una chamuscada con el mismo hierro que se usa para marcar a las terneras. Aquí no hay partidarios sino dependientes.
No hay militantes sino subalternos.
No es que yo comparta las ideas del doctor López, sino que el primo del diputado que me consiguió el puesto en Galerazamba es sobrino de una tía de la esposa del parlamentario suplente, que es lopista.
Y después de semejante maroma genealógica, por ahí derecho, quedo yo de lopista. O de turbayista. O de pastranista. O de lo que sea, que para el caso da lo mismo Chana que Sebastiana. El mensajero de la oficina de correos de Galerazamba, pobre hombre, no sabe lo que el doctor López piensa sobre la política internacional o sobre el déficit fiscal. Ni falta que le hace saberlo. El lo único que sabe es que, atado al grupismo por el conducto estomacal, lleva la marca de propiedad política como un buey aherrojado en la nalga.
Lo grave no es eso, porque el hombrecito de Galerazamba--al fin y al cabo--se limita a repartir telegramas, jugar una partida de billar y beberse.diez cervezas con los amigos el viernes por la noche. El mundo no depende de él para seguir girando. Lo malo es que también en Bogotá hay ministros, hay señorones, hay gerentes que tampoco saben lo que piensa el doctor Turbay sobre la situación en América Central o sobre el nuevo precio de sustentación de la chirimoya, pero son turbayistas o alvaristas porque, ajá, para eso el erario público cumple una función similar a la que tenia la cabra de Gandhi.
El cuento que quiero echar es que como no hay partidos, no hay ideas.
Como no hay ideas, no hay discusiones. Y como no hay partidos, ideas ni discusiones, la política sólo sirve para que cada grupito se lleve su pedacito. Es lo que los filósofos llamamos "un silogismo" y lo que los contribuyentes anónimos denominan "el descoñete universal".
Por eso no soy llerista. Por la misma razón (si es que puede llamársele "razón" a esto) no soy ni lopista, ni turbayista, ni pastranista, ni anapista, ni acordeonista ni nada. Me niego rotundamente a que me pongan en la frente la cruz de ceniza con que marcaron a los Aurelianos para saber con certeza a qué parte tenían que dispararles.
Pero es que, además de todos estos malabarismos argumentales, un ciudadano como yo tiene motivos adicionales para no ser llerista. En primer lugar, los árabes, por tradición y por sangre, admiramos más en los hombres la imaginación que el carácter. Y el doctor Lleras Restrepo, como lo demuestra con cada palabra y cada acto suyos, es más temperamento que ensoñación.
En segundo término, y como si fuera poco, soy costeño. De los mismos costeños a los que, de manera indiscriminada, el entonces Presidente Lleras hirió verbalmente en una plaza de Barranquilla porque una pandilla de vandalos le saboteó una manifestación. Usó contra nosotros unos adjetivos que no son de buen recibo especialmente cuando esos mandobles no distinguen entre moros y cristianos. Aquel episodio sólo sirvió para confirmarme en una sospecha: a Carlos Lleras le sobra coraje pero le falta ecuanimidad para juzgar a cada hombre como se lo merece.
Pero, como ser humano, debo declarar--y a eso viene todo este rodeo de palabras a lo largo del papel--que es cada día mayor la admiración que me provoca el caso de este hombre que probablemente no tiene comparación en la historia de Colombia. Por lo menos en la historia reciente.
La gente sabe que aquellos ex presidentes de la República menores que el señor Lleras Restrepo se van de descanso varias veces al año y por largas temporadas. El señor Turbay se halla en el exterior desde hace tres meses. El señor López acaba de emprender otro extenso periplo por las antipodas del mundo. El señor Pastrana, gracias a su entrañable amor por la cibernética y las ciencias modernas, casi que no se baja del avión.
Los mayores, a su vez, ejercen desde sus hogares él mas sagrado de los derechos del hómbre: el derecho al silencio. El señor Lleras Camargo, con un estremecedor hábito de reaTisrno y humor, dice abiertamente que las nuevas generaciones desean borrar hasta el recuerdo de la suya. El maestro Echandía, recluido en la casa de su familia en Ibagué, de vez en cuando es removido por reporteros principiantes que no han aprendido a respetar la ancianidad.
El señor Lleras Restrepo, en cambio, esta ahí, vigilante al pie de su propia trinchera, disparando el fuego graneado de su máquina de escribir, exponiendo sus ideas, defendiéndolas, orientando al país, alertándolo cada semana desde esa revista que es lo mas parecido a él, como que no esta hecha de papel sino de cartón.
Este hombre parece invencible.
Contra él no pueden ni el paso de los años, ni las trampas que le tiende la salud, ni siquiera el merecidisimo derecho al reposo del guerrero, que se ha ganado desde hace 50 años.
Extraordinaria lección la de este hombre venerable. Lo llevan al quirófano para extirparle la vesícula biliar, y a las dos semanas esta de pie ante un auditorio, leyendo un estupendo ensayo sobre la función del periodismo en la vida nacional. O las cataratas lo obligan a ponerse bajo la lampara del cirujano, y a los tres días se quita la piyama para ir a discutir las reformas de la OEA.
Lleras es un ejemplo contra los pobres de espiritu y los débiles de corazón. Para el parece escrito el consejo de Shakespeare: "Cuando sientas que se te va el aliento, ponte de pie y lucha. Que te venza Dios, no el destino... -

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