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ANÁLISIS

Un país que mata niños

¿Quién es el responsable de la muerte de la pequeña de cinco años golpeada por su propia madre?

Armando Neira, Armando Neira
23 de enero de 2015

A las 10:30 de la mañana de este viernes, en la Fundación Cardioinfantil de Bogotá, se apagó la breve vida de Shaira Valentina Candil. La menor, de cinco años, había sido trasladada de urgencia desde La Punta, un sector del municipio de Tenjo (Cundinamarca) por su adolorido padre, quien la encontró tendida en el suelo en su casa. La autora material de este crimen fue su propia madre, quien ante una discusión con su pareja la emprendió a golpes contra su hija. Según los informes médicos, la niña recibió un fuerte impacto en su cabeza contra una pared o con un objeto contundente. Eso le produjo la muerte cerebral, por lo que la lucha de los galenos fue infructuosa.

Pero ¿quién más es el responsable de la muerte de esta pequeña? La violencia contra los niños es un mal que infecta  toda nuestra sociedad. De hecho, un gran porcentaje de casos de menores que llegan a los centros médicos con lesiones y el argumento de que se cayó, o que estaba jugando cuando se tropezó, es falso. Los expertos saben que por temor los niños no señalan a los responsables de los golpes, sus padres, hermanos mayores, padrastros, tíos, la familia. La casa es un lugar muy peligroso para los inocentes.

La correa, el cable de la plancha y otros objetos forman parte de un catálogo salvaje con el que muchos pretenden formar cuando no recurren a bofetadas, golpes y puñetazos. En los campos se escuchan las historias de los niños que son puestos de rodillas sobre el maíz sosteniendo ladrillos con los brazos en alto “para que aprenda”. Esta expresión forma parte esencial de la cotidianidad: “Para que aprenda”.

Cuando no es en la casa, es su vecindario. Hace un par de meses, el país fue sacudido por la forma como murió la también niña Andrea Marcela García Buitrago. Su cuerpo fue hallado en la margen de la carretera que conduce de Tunja a Villa de Leyva, entre una tierra abrasada y agrietada por el sol. Un curtido investigador del CTI lloró al contar lo que le habían hecho. Le amputaron una pierna y le quemaron gran parte de su piel, tal vez para borrar su identidad. “Sólo una bestia pudo haberle hecho algo así”. Nunca se encontró al responsable, pero varias hipótesis decían que quien se la llevó pudo haber sido alguien que la conocía.

El origen están en la venganza de la pareja. Años atrás, el país se indignó por el asesinato del bebé Luis Santiago, de sólo 11 meses de edad, a manos de su propio padre. El caso ocurrió en Chía y creó una conmoción nacional no sólo por la sevicia para matarlo, sino que trascendió que el hombre quería vengarse de su exesposa.

Estos tres casos citados son distintos, con orígenes disímiles pero que despiertan una fuertísima sensación de rechazo general. Esa reacción es natural porque se trata de la población más frágil del país. Sin embargo, suele durar poco. Pasa el tiempo hasta que evapora en la memoria de la comunidad.

Pero la violencia contra los menores continúa de manera silenciosa. Es el pan de cada día en cada uno de los departamentos del país. Cada año en Colombia hay un promedio de 1.000 casos de homicidios. Las víctimas son menores de 10 años. Al revisar las causas aparecen todos los ingredientes de los problemas de la sociedad colombiana, desde el narcotráfico hasta la ignorancia extrema de quienes creen que la mejor manera de corregir a los niños es a golpes. ¿Puede haber algo más estremecedor que alguien que la emprende a patadas contra su hijastro de dos años porque hizo sus necesidades sin avisarle? Esa fue la razón por la cual el Juzgado Primero Penal del Circuito de Bucaramanga condenó, hace un tiempo, a 19 años de cárcel a un hombre de 43 años. “Mi intención no fue matarlo sino reprenderlo”, dijo el criminal en su defensa.

Desde su círculo de afectos, cuentan que cuanto murió la senadora Gilma Jiménez, quien dedicó su vida política a tratar de blindar a los niños del salvajismo, estaba tremendamente desolada por haber fracasado en su propósito de dotar a la legislación de herramientas eficaces. Como, por ejemplo, un referendo para imponer la cadena perpetua a violadores de niños. Ella, que llevaba los registros de la violencia contra los chiquitos, decía: “Creo que es un problema estructural de la sociedad que no aprende a respetar los niños y los considera ciudadanos de segunda”.

Según estadísticas del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, entre el 1 de enero y el 4 de abril de este año, se reportaron 13.670 denuncias relacionadas con este fenómeno, 7.851 de las cuales corresponden a situaciones de maltrato por negligencia, 4.519 a maltrato físico, 789 a maltrato sicológico, 309 a episodios de acoso escolar y 202 a casos de maltrato a niños en gestación. De acuerdo con los datos recopilados por la Dirección de Servicios de Atención al Ciudadano del ICBF, para el mismo período del 2013, se observa un aumento equivalente al 52,3 %. El acumulado de denuncias entre enero y abril del año anterior fue de 8.975.

A estas informaciones se suman los casos de violencia sexual contra niños, niñas y adolescentes que, según el Centro de Atención Integral a Víctimas por esta modalidad de la Fiscalía General de la Nación, ascienden 1.364 en lo corrido del 2014. Por eso, hay que decirlo, los responsables del crimen de Shaira Valentina Candil somos todos.

*Director de Semana.com
Twitter: @armandoneira

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