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Un sapo con sabor a elefante

En tiempos en que la reelección se embolata, Santos terminó en brazos de sus enemigos del pasado.

José Manuel Acevedo M., José Manuel Acevedo M.
7 de septiembre de 2013

En una columna que publiqué aquí mismo bajo el título “Germán, Juan y Ernesto” les conté los primeros pasos de una poderosa alianza que terminaría quedándose con el poder y apendejando al presidente Santos.

Desde entonces hasta ahora, los personajes de la historia –Ernesto Samper, Juan Mesa y Germán Vargas Lleras– han avanzado mucho en su propósito. De dos ministerios, un viceministerio y la poderosa secretaría general de la Presidencia, pasaron a seis carteras en el gabinete y la sensación de que en el Gobierno no se mueve un solo papel sin que los tres den su visto bueno.

El riesgo de que el presidente Juan Manuel Santos quedara capturado por una trinca silenciosa pero efectiva es ahora una realidad.

Aunque todos aparezcan como samperistas vergonzantes frente a los medios de comunicación, lo cierto es que el ‘expresidente gordito’ es el eje central de la movida política actual. Es dueño de Gómez Méndez, que entra al Ministerio de justicia; amo de la canciller, María Ángela Holguín –con quien comparte viejas y ocultas responsabilidades por el desastre de La Haya-; ‘padrino’ del min TIC, Diego Molano; amigote de los Iragorri –del viejo Aurelio y también del designado ministro del interior–; mentor del nuevo ministro de Minas, Amylkar Acosta, y padre del viceministro de justicia, Miguel Samper, entre otros.

Por su parte, Germán Vargas conserva la lealtad del ministro de vivienda, Luis Felipe Henao, que lo invita sin falta a todas las entregas de viviendas gratuitas para que se luzca como corresponde. Aunque Vargas Lleras nunca se la llevó bien con Gómez Méndez, recientemente hicieron las paces y ahora juegan en el mismo equipo. No es de extrañarse entonces que los buenos oficios para lograr la reconciliación los emprendieran los mismos samperistas en plan de cerrar el círculo y que esta nueva redistribución del poder quedara en ‘familia’.

Se dice, entretanto, que Juan Mesa fue el gran arquitecto de la remodelación del gabinete. Tiró línea y, como consejero que sigue siendo del presidente, junto con Gabriel Silva, le ayudó a componer el paisaje.

Por eso digo que la ‘desbogotanización’ del Gobierno es en realidad la ‘samperización’ del poder, y el presidente, insisto, se dejó apendejar. En momentos en que la reelección se embolata y en ausencia de un escudero de verdad fiel, Santos terminó cambiando la buena amistad que tenía con César Gaviria y reemplazándolo por Ernesto Samper. Se distanció de Pastrana innecesariamente y en vez de oír los consejos de su hermano Enrique –porque ya poco lo oye–, terminó en los brazos de sus enemigos del pasado.

Dejó en una posición difícil a Simón Gaviria frente a los parlamentarios liberales, pues los voraces congresistas han entendido el mensaje de que para llegarle al presidente es preferible hacerlo a través de Horacio Serpa o de Ernesto Samper que por conducto del debilitado director del partido liberal.

Santos sacó por la puerta de atrás al ministro Fernando Carrillo, que fue el único que se hizo moler por el primer mandatario en tiempos de paros, y a Ruth Stella Correa la tenía cuenteada diciéndole que la apoyaba incondicionalmente cuando desde hace rato venía pensando en sacarla.

Nos advirtieron que quizá tendríamos que tragarnos un sapo muy grande en aras de la paz. Lo que nunca nos dijeron es que el verdadero sapo tendría sabor a elefante y significaría el reencauche impune de Ernesto Samper. La paz no será liberal, será samperista y, así, ¡qué pereza da reelegirlo, señor presidente! 


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