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Una alianza clave en tiempos turbulentos

La nueva oleada de nacionalismo “anti-gringo” olvida que el papel de EE.UU. como socio estratégico de Colombia resulta irremplazable

Semana
5 de mayo de 2009

Durante las pasadas semanas, se han multiplicado las críticas contra la “relación especial” entre Washington y Bogotá que ha constituido la apuesta central de la política exterior colombiana durante los pasados años. Una parte de los señalamientos han venido de las habituales posiciones de izquierda que sostienen el carácter dañino de una alianza con Estados Unidos a la vista de su naturaleza desquilibrada y su potencial para alejar a Colombia de sus supuestos “socios naturales” latinoamericanos.
 
Pero además, al tradicional coro antinorteamericano, se han añadido algunas voces desde la derecha que nada bueno esperan del nuevo inquilino demócrata de la Casa Blanca, menos dispuesto a apoyar las campañas antiterroristas de sus aliados y más inclinado a enfatizar los cuestionamientos sobre derechos humanos. En cualquier caso, venga de donde venga, la nueva oleada de nacionalismo “anti-gringo” olvida que el papel de Estados Unidos como socio estratégico de Colombia resulta irremplazable. En consecuencia, más que lanzar ataques demagógicos, parece urgente fortalecer una alianza cuyo valor estratégico resulta creciente para ambos países. 

El Partido Demócrata y un sector de la administración Obama no lo están poniendo fácil a aquellos que defienden la necesidad de mantener la asociación estratégica entre Colombia y Estados Unidos. 
 
Primero, fue la congelación del Tratado de Libre Comercio en el contexto de la carrera electoral por conquistar la Casa Blanca.
 
Luego, ha venido la modificación del Plan Colombia decidida más en función de las preferencias ideológicas de algunos congresistas estadounidenses que a partir de un análisis balanceado de donde pueden tener mayor impacto estratégico los menguantes dólares de asistencia económica y de seguridad. Entretanto, algunos líderes demócratas han dado muestras de un irritante doble rasero que les permite denunciar sin concesiones a Colombia por problemas de derechos humanos o ineficiencias en la justicia mientras no han tenido inconveniente en defender la necesidad de dialogar con tiranos como Bashar al Assad de Siria acusado de asesinar opositores dentro y fuera del país.

Las consecuencias de esta cadena de desencuentros han provocado un enrarecimiento del clima de confianza entre los dos gobiernos. Y sin embargo, ambos países se necesitan. Para Colombia, la relevancia de Estados Unidos resulta evidente tanto desde el punto de vista económico como de seguridad. Pero al mismo tiempo, la capacidad de Washington para proyectarse sobre el continente tiene bastante que ganar de una alianza estrecha con Bogotá.
 
De momento, las perspectivas de algunos académicos estadounidenses sobre la construcción de un orden hemisférico basado en una relación triangular entre Estados Unidos- México – Brasil están chocando con la realidad. Los efectos combinados de la guerra contra los carteles de la droga, la recesión económica y ahora la epidemia de gripa porcina prometen obligar al Estado mexicano a replegarse sobre si mismo. Entretanto, resulta difícil de concebir como las relaciones entre los estadounidenses y Brasil van a poder desprenderse de la ambigüedad entre cooperación y competencia que las han marcado tradicionalmente. Sin duda, existen un buen número de temas en los que Washington y Brasilia van a colaborar sin inconvenientes.
 
Pero también hay una lista de cuestiones relevantes – desde la crisis boliviana hasta la proliferación de armas nucleares – donde las diferencias se harán visibles tarde o temprano. En tales circunstancias, la influencia de la diplomacia estadounidense se beneficiaría notablemente de contar con socio en la región como Colombia. Dicho en otras palabras, existe el espacio geopolítico para que las relaciones Estados Unidos-Colombia se desarrollen en la dirección que tomaron en su momento los vínculos de Washington con Turquía o Tailandia.

Sin perder de vista el potencial de la relación bilateral, resulta imprescindible ser conscientes del momento por el que atraviesa la política estadounidense. Con apenas cien días de vida, la administración Obama todavía esta definiendo su estrategia exterior. Bajo tales circunstancias, las batallas entre los sectores pragmáticos del ejecutivo y aquellos afiliados a las posiciones más ideológicas del Partido Demócrata provocarán ambigüedades en el comportamiento de la Casa Blanca. Al mismo tiempo, la profundidad de la crisis económica reducirá la capacidad de Estados Unidos para respaldar a sus aliados. En este contexto, se deben entender las señales emitidas por Washington sobre la posibilidad de que el Tratado de Libre Comercio sea ratificado.
 
Para que estas perspectivas puedan materializarse, será necesario resolver dos cuestiones. Primero, la administración Obama tendrá que alcanzar un consenso sobre las condiciones bajo las que otorgará su respaldo al Tratado. Segundo, se tendrán que superar las barreras que los sectores opuestos a la liberalización del comercio entre Colombia y Estados Unidos tratarán de poner en el Congreso. Ambas tareas demandarán tiempo y esfuerzo.

Entretanto, la relación bilateral puede encontrar otros intereses comunes sobre los que crecer. A finales del presente año, el presidente ecuatoriano, Rafael Correa, expulsará de la base ecuatoriana de Manta a un pequeño número de aviones de vigilancia electrónica norteamericanos comprometidos en el combate al narcotráfico. La decisión de Quito dañará los esfuerzos destinados a frenar el flujo de drogas en el Pacífico. Bogotá, que comparte con Washington el interés en desmantelar el negocio de la droga, debería alcanzar un acuerdo para permitir que los aparatos estadounidenses operen desde su territorio.
 
Al mismo tiempo, soldados colombianos se unirán próximamente a las fuerzas internacionales en Afganistán donde EE.UU. está reclamando más apoyo para estabilizar el país centroasiático. Se trata de un contingente reducido que debería crecer a medida que Colombia pueda desprenderse de algunas tropas adicionales para destinarlas a misiones en el exterior.
 
Las alianzas son como cualquier relación. Suelen atravesar por altibajos marcados por el debilitamiento de la confianza entre las partes. La mejor forma de resolver estas dificultades suele ser demostrar compromiso y actuar con generosidad.




*Román D. Ortiz es Coordinador del Área de Estudios de Seguridad y Defensa
Fundación Ideas para la Paz