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Una cigüeña

Las autodefensas y la guerrilla son una realidad. En cambio el Estado colombiano es una entelequia que sólo guarda autoridad para mantenerse a sí mismo

Antonio Caballero
4 de diciembre de 2000

Secuestra Carlos Castaño a siete parlamentarios. En fin, ‘secuestrar’ es tal vez un verbo demasiado rotundo: los invita a su finca, donde los trata —dice por teléfono uno de los secuestrados— “con mucha amabilidad”. No en vano son representantes de una región del país en la cual, según explica el padre de una de las parlamentarias invitadas, ex parlamentario él mismo, “las autodefensas gozan del aprecio de todos los habitantes”.

Bueno. Pues Carlos Castaño, jefe de las criminales autodefensas, secuestra a un puñado de parlamentarios —aunque por lo visto más que de un secuestro se trata de una reunión de trabajo: un coloquio, un seminario—, y de inmediato se plantea en el Congreso de la República la inclusión de esas criminales autodefensas en las conversaciones políticas de paz. La Dirección Nacional Liberal en pleno le pide al presidente Andrés Pastrana que designe un alto representante del gobierno para que vaya a hablar de igual a igual con el cabecilla de los criminales. Y el Ministro del Interior, tras afirmar blandamente que el gobierno “no se somete a presiones”, añade que el Procurador General de la Nación y el Defensor del Pueblo irán en comisión “humanitaria” a hacerle una rogatoria al secuestrador, para que suelte a sus convidados. Y proclama, ante el Senado reunido en sesión plenaria, su convicción jurídica de que “el único acuerdo posible” con los grupos armados al margen de la ley es que dejen las armas y se comprometan a respetar la ley.

Ya sé que todo esto, por grotesco, suena perfectamente inverosímil. Pero les aseguro a mis lectores que es verdad, que no estoy inventando nada. Lean los periódicos de esta semana y lo verán. Yo me limito a transcribirlos.

Pero, claro, lo que pasa es que Castaño tiene a sus órdenes —dicen los periódicos— 5.000 hombres armados. Como Manuel Marulanda, el jefe de las Farc, tiene a las suyas 15.000. Y como Nicolás Bautista, el del ELN, tiene —¿cuántos tiene?—. Y entonces, claro, quieren traducir a términos políticos su poder militar. Dice un parlamentario, y tiene razón, que “las autodefensas son una realidad”. Como es una realidad la guerrilla. Lo que no es una realidad, sino una mera entelequia, es el Estado colombiano, que sólo guarda autoridad para seguir cobrando impuestos con los cuales mantenerse a sí mismo. Y aunque el Estado es sin duda una cosa mala, es todavía peor la ausencia del Estado. Porque no lo sustituye la amable anarquía de la fraternidad, sino las autoridades de facto: las guerrillas, las autodefensas, los militares. La gente armada, con intereses propios.

Hay una fábula de Esopo que se titula más o menos Las ranas pidiendo rey. Parece ser que había una charca habitada por un montón de ranas que saltaban de aquí para allá y comían moscas y libélulas en el mayor desorden. Algunas de entre ellas, que tenían formación jurídica como el doctor Humberto de la Calle, acudieron al dios Zeus para plantearle que esa situación no era seria, y que ellas necesitaban el ordenamiento formal de un Estado de derecho. El dios les tiró un tronco podrido. Al principio, las ranas lo miraban con desconfianza y con respeto, al verlo ahí, flotando. Luego vieron que no se movía, ni nada. Y empezaron entonces a encaramársele, a defecar en él, y las más avispadas hicieron en él su casa, usándolo para escupirles desde arriba a las demás. Hasta que las ranas juristas acudieron nuevamente a Zeus y le dijeron que eso tampoco les parecía serio. El dios, conmovido por sus razonamientos, retiró el tronco podrido —o más bien, lo dejó hundirse— y envió en su lugar a una cigüeña de poderoso pico para que pusiera orden. Y la cigüeña procedió a tragarse una por una a todas las ranas de la charca.

El tronco ya lo tenemos los colombianos, flotando en nuestra charca. Y es evidente que es completamente inútil. Pero ¿de verdad queremos una cigüeña?