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UNA CUESTION DE ESTILO

El gobierno debe saber que es casi tan importante el estilo con el que se solucionan los problemas como la propia solución

Semana
13 de febrero de 1995

HABLAR DE CRISIS EN COLOMBIA es como hablar de calor en el desierto. No hay novedad en el asunto: hace parte del ambiente. Gobernar el país casi que se reduce a manejar las crisis que se relevan unas a otras, y se puede decir que para un presidente su labor básica consiste en no dejarse tumbar. Como en el rodeo.
La historia de los gobiernos colombianos es en buena parte el recuento de los malabares del mandatario de turno para dominar a un animal que corcovea, pues esa labor deja poco tiempo para la auténtica función de estadista, que consiste en darle una orientación estructural y un impulso a la Nación. Se podría decir incluso que la verdadera marca que dejan los gobiernos es la de su estilo para manejar las crisis. La imagen de Carlos Lleras con su reloj, por ejemplo, mandando a dormir a los colombianos, es un recuerdo vivo que dejó más huella entre los ciudadanos que el decreto 444 o la devaluación gota a gota.
El caso del presidente Ernesto Samper no tiene porqué ser distinto. Buena parte del recuerdo que deje su mandato estará determinado por el estilo del jefe del Estado en el manejo de las crisis, las primeras de las cuales ya se han presentado.
Dejando de lado los episodios previos a su posesión, el caso de la intervención del ex agente de la DEA Joe Toft puede ser el primero en el que hubo un asomo de crisis, cuando el estadounidense afirmó que Colombia era una narcodemocracia. En ese caso, Samper respondió a las afirmaciones dañinas de Toft con una recia postura de confrontación con las tesis generalizadas en Estados Unidos acerca de Colombia.
Puede que allá las palabras de Samper no hubieran tenido muy buen recibo, pero acá fueron interpretadas como un gesto de independencia que gustó, según lo señalaron en su momento las encuestas. Todo esto, por supuesto, independientemente de si Toft tenía o no razón. Los gestos, y no sólo las razones, tienen un valor muy grande en el arte de gobernar.
Algo similar ocurrió con el caso del narcoproyecto. A pesar de que buena parte del trámite de esa iniciativa pasó inadvertida para el gobierno, la actitud de los ministros de Justicia y Gobierno y del Fiscal, Alfonso Valdivieso, demostraron la voluntad firme de no permitir su paso y dejaron la impresión de un gobierno decidido a no ceder en sus principios .
Pero la solución al siguiente caso de crisis tuvo un estilo muy diferente. Los campesinos del Guaviare, dedicados en su mayoría al cultivo de la coca, habían bloqueado las actividades fundamentales de San José para protestar por la fumigación con glifosato. El gobierno envió una comisión que llegó a un acuerdo escrito, en el cual nunca se dijo que se dejaría de fumigar la coca. Sin embargo el país quedó convencido de que se había cedido ante los campesinos (y guerrilleros), y que en adelante no se fumigarían los plantíos de menos de tres hectáreas. El propio Fiscal quedó con esa misma impresión.
Es posible que el caso del Putumayo, hijo directo del Guaviare, esté corriendo el riesgo de confundir a la gente en cuanto al pensamiento del gobierno. El presidente Samper afirmó a su regreso de Brasil que en ese movimiento había participación de guerrilleros y narcotraficantes, tesis apoyada con declaraciones y con pruebas por altos oficiales de las Fuerzas Armadas. Sin embargo, a poco tiempo de la declaración presidencial, una comisión del gobierno se desplazó al Putumayo para dialogar con los manifestantes, quienes entre sus peticiones tenían incluso la de los diálogos regionales con la guerrilla.
Si el gobierno está de acuerdo o no con ese tipo de diálogos con la subversión, es asunto suyo. Y si la administración Samper considera válido o no hablar con unos manifestantes en el Putumayo, depende de sus elementos de análisis. Pero lo que constituye una señal confusa para el país es la de combinar la descalificación con el diálogo frente al mismo problema. Eso no significa que Samper se esté equivocando en la solución. Pero lo puede estar haciendo en el estilo, lo cual no es simplemente un asunto de forma.
El gobierno debe saber que es casi tan importante el estilo con el que se solucionan los problemas como la propia solución. De lo contrario, las manifestaciones de hecho se van a presentar una tras otra, debido al malentendido de que este es un gobierno que se deja presionar.

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