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UNA GOLONDRINA

Antonio Caballero
21 de abril de 1997

Estaba empezando a escribir un artículo sobre la floración de auto-pre-candidatos a la Presidencia que se han destapado con las últimas lluvias, como hongos. Mockus, Serpa, Valdivieso. Samperismo puro, sea cual sea la posición individual de cada cual frente a la persona de Ernesto Samper. Porque ser samperista no quiere decir ser partidario de Samper, sino tener el espíritu conformado de tal modo que sólo se satisface ocupando un puesto público, sea cual sea y a cualquier precio. Es lo que hace unos pocos años se llamaba ser turbayista, y hace un siglo ser de ese partido que se llamaba sin rubor 'partido de los partidarios del gobierno', fuera cual fuera el gobierno. Iba a escribir sobre la flora samperista, digo, pero me deprimió el tema: me iba a salir una vez más un artículo negativista. Así que voy a escribir sobre el nuevo Ministro de Defensa. Tras el fiasco del anterior, González, un samperista nato que sólo ambicionaba ser cónsul en la Cochinchina con tal de tener puesto; y del de más atrás, Esguerra, samperista por cooptación, que se conformó con ser sólo el asesor jurídico, o la coartada jurídica, de los jefes militares; y del otro, Botero, samperista infiltrado en el samperismo que se enredó de tal modo en su juego de espejos que acabó traicionándose a sí mismo cuando creía estar traicionando a Samper; tras esos tres fiascos sucesivos, digo, y desconfiando por fin él mismo de lo que el samperismo conlleva, el presidente Samper acabó por nombrar en el Ministerio de Defensa a un antisamperista: Gilberto Echeverri. Un tipo serio, o sea lo contrario de un samperista. Lo demostró de entrada, declarando como recién nombrado Ministro de Defensa que el problema de Colombia no es el de cómo ganar la guerra, tal como pensaban sus predecesores, sino el de cómo lograr la paz. No se trata, o eso parece, de una simple declaración protocolaria. Echeverri llevaba ya dos o tres años trabajando en Antioquia en una 'comisión facilitadora' de la paz cuyas funciones, privadas y discretas, consistían en algo elemental pero difícil: entender las razones de la guerra, conversando con sus protagonistas. Echeverri no viene de un cargo público -aunque ha ocupado varios- ni va en busca de otro -aunque nunca se sabe: tiene, ya digo, la apariencia de ser un hombre serio (y lo digo con toda la cautela posible)-. No parece un fascista neo-light, como Botero, que disfrazaba a sus niños de 'Hombres de Acero' con uniformes de camuflaje; ni parece un correveidile pomposo, como Esguerra; ni un samperista purasangre, como González. Fue, sí, ministro de Turbay (pues hay antisamperistas que han sido turbayistas, y a quienes tal vez para volver a serlo sólo les faltaba el puesto); pero nadie es perfecto. En fin, insisto (o tal vez es la insensata esperanza la que insiste por mí): parece un tipo serio. Dice Echeverri, con toda seriedad, con toda la razón, que "la paz debe convertirse en una verdadera política de Estado", y al oírlo renace la insensata esperanza. Pero hay que ver la frase entera: "Se requiere la creación de una institución que a nombre del Estado adquiera la responsabilidad de la paz hasta convertirla en una verdadera política de Estado"; y entonces la esperanza afloja. Porque de esas instituciones ha habido ya docenas: consejerías de paz, comisiones de paz, asesorías de paz. La única institución capaz de convertir la paz en una "verdadera política de Estado" es otra, y se llama gobierno. Pero aunque Samper haya nombrado a un tipo serio en el Ministerio de Defensa, su gobierno no es serio. Y menos serio que en cualquier otro tema lo ha sido en el de la paz, que es sin embargo, de muy lejos, el más grave que afronta. Ha nombrado y después destituido y después olvidado y dejado de nombrar consejeros de paz. Ha oscilado, al azar de la ineptitud y de la inercia, al viento de las presiones y de los compromisos, entre la ampliación de la guerra y la búsqueda del diálogo. Y ha cedido siempre, por la facilidad de su propia falta de convicciones con respecto a cualquier tema, a la política que en fin de cuentas imponen sobre el terreno las fuerzas militares, que no es una política (ni tiene por qué serlo) sino simplemente una táctica. Echeverri, un tipo serio como es -o al menos como parece-, es en ese gobierno carente de política apenas esa golondrina de la que dice el refrán que sola no hace verano. Pero es una golondrina. Y la esperanza es loca.

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