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Una guerra en falso

Lo que odian los terroristas y lo que hace que su número se multiplique, es que Occidente se empeñe en imponer por la fuerza sus propios valores

Antonio Caballero
10 de julio de 2005

Después de lo de Madrid, de lo de Bali,, de lo de Estambul, de lo de Riad, de lo de Nueva York y Washington, estrellan ahora bombas terroristas en Londres, matando a decenas de personas e hiriendo a centenares más. Y todos los dirigentes políticos del mundo afirman al unísono que tomarán medidas para queel terrorismo no consiga imponer su dictadura sobre la democracia.

Muy bien. Pero ni el terrorismo es uno solo, ni la democracia es una sola, ni lo que quieren los diversos terroristas es imponer una homogénea dictadura: en el mundo islámico, en el país vasco, en Irlanda, en Colombia, etc. El terrorismo no es una doctrina, ni es un fin: es simplemente un método. Y por eso es absurdo, y está condenado al fracaso, combatir el terrorismo (los terrorismos) por medios militares. Así no se puede ganar esa guerra, precisamente porque no es una guerra.

Esto no es vana especulación de articulista de prensa, sino que ha sido de sobra demostrado por los hechos. Una guerra "contra el terrorismo" emprendió el gobierno ruso en Chechenia, con la comprensión del mundo casi entero: y ha destruido a Chechenia, pero ha multiplicado el terrorismo checheno. Dos guerras "contra el terrorismo" ha emprendido el gobierno norteamericano con el apoyo de medio mundo, destruyendo primero a Afganistán y luego a Irak. Pero sin otro resultado que el de expandir el ámbito de los atentados y el de multiplicar el número de los terroristas.

Dice el presidente de Estados Unidos que los terroristas (en medio mundo: del país vasco a Colombia, de Chechenia a Irak) atacan a Occidente porque "odian" sus valores: la libertad y la democracia. Dice el primer ministro británico que los ataques terroristas "no nos harán cambiar nuestros valores".

Nada de eso es así.

Lo que odian los terroristas, y lo que hace que su número se multiplique con las guerras declaradas para exterminarlos, es que Occidente se empeñe en imponer por la fuerza sus propios valores; y que, al hacerlo, renuncie a ellos. Los encarcelamientos sin fórmula de juicio, el uso de la tortura, el bombardeo sin declaración de guerra, constituyen precisamente la negación de los valores que Occidente ha predicado en los últimos dos siglos. Y son estos métodos los que han fomentado el odio a Occidente, a la arrogancia impositiva de Occidente, en el resto del mundo.

Es un odio históricamente natural: siempre ha existido el odio contra el invasor, desde el de los troyanos contra los aqueos en las guerras homéricas, hasta el de Tom Cruise contra los marcianos en la más reciente película de Spielberg. Pero todo se nos olvida. Por eso nadie recuerda que este enredo de ahora no empezó con el atentado contra las Torres Gemelas de Manhattan, ni con la destrucción de Afganistán, ni con el incendio de Chechenia, ni con el bombardeo y la invasión de Irak. Empezó hace 25 años, con la Revolución Islámica de los clérigos de Irán encabezados por el severo Ayatola Jomeini. Esa revolución contra el "Gran Satán" (los Estados Unidos) y contra su títere el Sha no surgió de que el régimen impuesto por ellos fuera dictatorial: sino de que era prooccidental, y occidentalizante. A Jomeini y a sus molás no les molestaba la tiranía, sino la impiedad.

La única manera eficaz de combatir el terrorismo (además de las necesarias acciones policiales, pero no militares: de las detenciones, no de los bombardeos) consiste en no pretender imponer los valores propios sobre los ajenos. Es decir: en no fomentar el odio.

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