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Una guerrilla misteriosa

Luis Eduardo Celis asegura que una de las grandes dificultades para abordar el problema de las Farc, es el enorme desconocimiento de los colombianos sobre este grupo armado.

Semana
2 de junio de 2007

Las Farc acaban de cumplir 43 años de existencia bajo esa denominación y hunden sus raíces en la acción campesina de los años 50; surgieron como autodefensa, los fundadores se “colgaron el fusil” defendiendo la vida de sus familias acosadas por la violencia que azotó el campo colombiano y dejó, según cifras no desmentidas, 300.000 muertos entre 1948 y 1958 e invirtió la estructura poblacional; de 70 por ciento de la población en las áreas rurales en la década de los 50, ya para los años 70 Colombia era un país de preeminencia urbana, y ahora solo el 30 por ciento vivía en el campo.

Ha pasado mucho agua bajo el puente de la vida colombiana, las Farc han visto llegar y partir 10 presidentes –Valencia, Lleras Restrepo, Pastrana padre, López Michelsen, Turbay, Betancur, Barco, Gaviria, Samper y Pastrana hijo– y estoy seguro que cada día que pasa, sueñan con la gran concentración de guerrilleros que van a realizar delante de las cámaras de CNN u otra cadena de noticias, en el marco de la campaña presidencial de 2010, para despedir los dos períodos del presidente Uribe y plantarle cara al presidente que venga, con sus propuestas de solución política, pero eso sí, con un gobierno compartido y reformas y cambios y su discurso de democracia real, justicia social, combate frontal a la corrupción y sus consignas de: “Nueva Colombia”, “Patria Grande” y “Socialismo”, que son con las que concluyen la declaración política en la que informaron en abril de este año, que habían realizado la novena conferencia.

Las Farc, nunca –aunque un poeta dice que no se deben pronunciar las palabras, nunca, ni siempre, ni jamás– creo yo, como lo creen todas las voces sensatas y medianamente informadas del mundo político y académico, las Farc nunca van a llegar al poder por la vía militar, son un aparato armado, que puede oscilar entre 15.000 y 20.000 combatientes, con un núcleo de conducción que bien puede estar por los dos millares, con una cultura organizacional, un discurso político, una diplomacia internacional y una fuente de recursos anclada en el narcotráfico, pero no exclusivamente en él.

Las Farc son una organización derrotada políticamente hace mucho tiempo, pero es un aparato con capacidad permanente de perturbación y de impedir el desarrollo de la democracia, la construcción de Estado de derecho, el agenciamiento de un orden de convivencia y ejercicio de derechos, porque en los territorios en los que se ubica, se comporta como un contrapoder y porque quienes han gobernado el país, jamás han abocado a fondo unas reformas que hagan posible la democracia y la vida sin azares en el campo, han perseguido a las Farc, con plomo y más plomo y las reformas sociales y las garantías para construir una sociedad de derechos y posibilidades ha sido una quimera, más que reformas en el campo lo que hemos vivido en los últimos 20 años es una contrarreforma agraria, o eso fue lo que nos dijo la Contraloría General de la República hace dos años con su informe sobre la situación de las estructuras agrarias, cinco millones de hectáreas en poder del narcotráfico y tres millones de campesinos desplazados de sus parcelas y fincas, es muy probable que si se cruza el dato coincida.

Y cuando las Farc “partieron cobijas” con el Partido Comunista Colombiano a principios de los años 90, cuando estas decidieron que ante el exterminio del movimiento político que habían montado conjuntamente, Farc y PC y otras fuerzas políticas regionales, la Unión Patriótica, aniquilado a sangre y fuego –y por lo cual el Estado colombiano, muy seguramente saldrá condenado por la Corte Interamericana de Derechos humanos, en los próximos años– lo que quedaba era prepararse para intensificar la guerra, camino que dividió al Partido Comunista, que mayoritariamente decidió quedarse en la acción legal y lo distanció de una alianza de tres décadas con las Farc, estas se fueron a desarrollar su proyecto de guerra y mostraron su capacidad para colocar en dificultades a una fuerza publica, a la que le propinaron una docena de derrotas –Patascoy, Puerres, Las Delicias, La Carpa, Cerro Tokio, Mitú, El Billar…– que hicieron presagiar que si esa dinámica se mantenía era posible un colapso militar, quizá una exageración pero que llevo a una reestructuración a fondo del Ejército y cambios en la aviación y la armada.

Luego del fracaso estruendoso del experimento del Caguán, porque fue mal conducido por el presidente Pastrana y porque las Farc, tienen una lógica maximalista y de tensionar siempre el “frágil y delicado camino de la solución política”, estamos viviendo un período de fuerza, de ejercicio de la acción de soberanía de un gobierno decidido a derrotar militarmente a unas Farc, que no cuentan con mayor apoyo político, solo una minoría los respalda, pero es una minoría que les da oxigeno para mantener su discurso político de reivindicaciones, estas minorías siguen en el campo, los excluidos de los excluidos, los perseguidos por la política antidrogas, entre las 300.000 familias que derivan su pan de los cultivos de coca, han encontrado las Farc, nuevas posibilidades de subsistencia.

Podemos decirles, narcotraficantes, terroristas, bandoleros, gente sin corazón en el pecho, lo que se nos ocurra, pero será inútil, mejor camino es conocerlos y entender sus lógicas y sus formas de actuación, el porqué son capaces de mantenerse en medio de la mayor ofensiva militar de todos los tiempos, con una fuerza pública que ha tenido cuantiosos recursos económicos, técnicos y un respaldo político formidable y aún así, la derrota de las Farc no se vislumbra, ni siquiera un debilitamiento significativo, allí siguen, propinándole golpes a Ejército y Policía, con un discurso político, con una iniciativa diplomática.

El gobierno del presidente Uribe puede excarcelar a todos los miembros de las Farc y están no moverán un dedo en el sentido de liberar a los políticos secuestrados y a los miembros de la fuerza pública en su poder, porque para las Farc, eso no cuenta, y quizá el presidente Uribe gane 10 puntos en la encuestas y sobre las Farc, caigan rayos y centellas, pero esto no nos acerca a la libertad de quienes llevan ya demasiados años en las selvas.

Es mejor repensar la estrategia, tratar de conocer y comprender más agudamente a las Farc, más que calificativos e improperios con las Farc, nos vendría mejor más estudios académicos, trabajos periodísticos, disertaciones, debate político, y sobre todo democracia en el campo y una revisión a fondo de la política antidrogas.

Hay que seguir el ejemplo del mundo intelectual francés que se viene ocupando por conocer y comprender a quienes tienen secuestrada a una de sus ciudadanas y compatriota nuestra también, Íngrid Betancourt, quizá por este camino podamos en los próximos años, diseñar políticas más acertadas, no solo para combatir y contener a las Farc, que por supuesto que en democracia es un deber y una responsabilidad de quien gobierna sino para lograr su extinción como fuerza armada y lograr su reconversión en movimiento político, así como se debe hacer con el paramilitarismo y sus aliados.


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