Home

Opinión

Artículo

Una mañana aburrida

22 de abril de 2002

A última hora, con unos amigos, nos contactamos con unos periodistas del diario El Nacional que nos garantizaron poder entrar a una rueda de prensa en el Palacio de Miraflores. Sin duda, en ese momento esto trastocó lo que se había pensado hacer. Como la cita era a la 9 a.m. cambié el tiquete al final del día o a primera hora el domingo. Era bien importante pues mi esposa cumple años y ya teníamos acordado todo un plan.



La cita en Miraflores no fue puntual. Las horas pasaban y nada sucedía. Uno que otro personaje aparecía y todo el mundo hacía mil preguntas. Dos preguntas que hice a igual número de funcionarios fueron molestas y no las resolvieron. ¿Garantizan que no se va a perseguir a las organizaciones de derechos humanos con los allanamientos que hay? fue una pensando en los amigos de Provea y ¿por qué si son válidas las represiones de parte de este gobierno, mientras que por algo menos se persiguió al gobierno de Chávez y se le condenó? Eran preguntas obligadas a dos personajes de aspecto similar y que están al frente de algunos de los varios cuerpos armados del estado que aquí funcionan. A propósito, entender el enredo de policías que hay aquí es cosa seria.



Estimo que esta situación es una de las razones para que aquí pase lo que pasa. Por ejemplo en Caracas hay ocho policías armadas. Todas diferentes y respondiendo a diferentes jefes. Aparte también en ciertos casos puede trabajar en la ciudad la Guardia nacional e incluso el ejercito. Es decir diez cuerpos armados sobre una población de cinco millones de habitantes. Tenaz. ¿Cierto?



Por ejemplo la gente que muestran disparando en los videos pertenecen a los Círculos Bolivarianos, liderados por Freddy Bernal, alcalde del municipio libertadores. Sin embargo, ya he recogido muchos testimonios de personas que dicen haber estado hay en los que aseguran que la policía metropolitana, dirigida por el alcalde de Caracas, fueron los que iniciaron los disparos. Es más, hay otros que dicen que los francotiradores pertenecen a la Disip, que la llaman policía política por que el presidente es quién escoge sus directivos.



La urgencia por informar



Las cosas tuvieron un giro inusitado esa mañana.



El pánico empezó a recorrer lentamente los campos del Palacio. Ante el coraje que causaba que lo que estaba sucediendo no se diera a conocer al público, sumado a las difusión de testimonios oficiales insistiendo que no estaba sucediendo nada, una tensión por dar a conocer a Colombia lo que sucedía me invadió. Con este fin, y ante la imposibilidad de comunicarme con mi editora, le escribí este mail. Luego me contacté con una emisora nacional colombiana para pasar la grabación de lo que tenía. No se pudo hacer por un simple asunto de forma. Que piedra.



La situación acá está muy delicada. – inicia el mail escrito al inicio de la tarde- Entre tanto el gobierno insiste en que no pasa nada, los dueños de los medios censuran la información de oposición y no registran lo que sucede en las calles por parte de los grupos prochavistas. Acabo de salir huyendo del Palacio de Miraflores. Contamos con suerte pues un grupo de periodistas alcanzamos a salir apretujados en un carro de seguridad. Sin embargo, mucha gente se quedó allá.



Entré esta mañana a Miraflores, pues he estado haciendo seguimiento a esta "realidad" tan compleja desde que llegué. Hoy en la mañana era la posesión de los ministros. Era la primera rueda de prensa. Por supuesto hay mil preguntas. Sobre legitimidad, constitucionalidad, respeto a los derechos humanos.



En la mañana entraba y salía gente. De la CTPJ, Disip, sindicatos, los nuevos ministros.



En un momento, no sé por dónde, entraron los dueños de los medios- incluido Cisneros-. Según le dijeron a una colega, llegaron a negociar poderes, incluyendo algunos cupos en el gabinete próximo a nombrar. ¿Te imaginas?



El clima se empezó a calentar cuando se comenzaron a escuchar disparos sueltos en unos bloques de apartamentos y un barrio marginal en la colina del frente llamados 23 de enero. Uno de los corresponsales de un medio internacional dijo haber visto un camión con militares subiendo. De un momento a otro comenzaron a escucharse ráfagas incesantes de disparos. Y todos nos refugiamos tras una edificación. Sonaban celulares y la gente empezó a decir que estaban matando gente y que había francotiradores en una capilla justo al frente de donde estabamos. Una periodista recibió una llamada de una muy buena fuente. "Sal de Palacio de inmediato por que lo van a bombardear", decía el mensaje. Un rumor que en esa mañana soleada dejó a más de uno frío. Entre tanto, para el gobierno no pasaba nada.



Al rato nos hicieron seguir. Con un grupo pequeño de periodistas alcanzamos a preguntarle al "próximo" ministro de Defensa sobre lo que pasaba y todos los rumores, incluido la sublevación de dos generales en Maracay. Entre ellos el de paracaidismo. Ya se está hablando con ellos- fue la respuesta-, aquí no pasa nada (Otra vez). Luego seguimos a la sala donde era la posesión. Unos minutos y pregunté a un agente de seguridad dónde estaban los directores de los medios- Mientras ustedes entraban ellos salieron- fue su respuesta. (¿Será que el hacernos entrar fue un pretexto para cubrir la salida de ellos?).



Ahí entró un vocero y anunció: No hay acto de posesión. Por favor desalojen el Palacio de Miraflores.



Todo el mundo salía, subía, bajaba, entraba. En fin total confusión. Ya se escuchaba una turba alrededor de Palacio y las cacerolas que desde temprano sonaban lejanas comenzaron a aumentar su lamento. En el sótano la confusión era igual. Los personajes de los carros oficiales intentaron salir y al acercarse a la puerta se escucharon disparos. Entre tanto militares con armas largas se apostaban a las entradas. Era inevitable recordar la toma al Palacio de Justicia.



En este punto tuve que suspender el mensaje. Luego pudimos conversar y se aprobó que continuara con el cubrimiento de los hechos para transmitirlos a revista SEMANA.



Los hechos, en medio de la angustia por la vida, fueron así:



Una mujer, ya entrada en años vestida con una bata color melón, se descalzó y lloraba diciendo "Dios mío, que es lo que está pasando".



En estos ires y venires me tope con una colega de televisión con la que antes del pánico disentimos acerca del cubrimiento de las protestas y saqueos que se venían surtiendo en la ciudad desde la noche anterior. Ella argumentaba que eran cosas aisladas, muy pequeñas y que por responsabilidad, para no generar según ella caos, no se trasmitían.



Insistí en que si bien las imágenes podrían ser cuestionables en estos momentos de tensión, a la gente se le debía respetar su derecho a la información. Además insistí. Yo no creo que sean minoría.



-Pues si son minoría, replicó algo airada, o si no por qué no se han manifestado.



Yo guardé silencio.



En esos segundos en que nos topamos le señalé hacia la puerta y le dije: Mira, ahí están tus minorías. Esquivó la mirada y siguió su camino.



Como hormigas acorraladas pasábamos de un piso a otro. Una periodista polaca se apertrechaba en un basurero buscando refugio.



Con dos colegas acordamos mantenernos cerca, por cualquier cosa. Entre tanto seguían descendiendo militares de camuflado y armados, lo que añadía mas tensión a la tensión.



Alguien bajó con dos neveras cargadas de hielo, agua y refrescos. Pocos se le acercaron. Yo tomé dos. Pensé en los magistrados de Palacio incendiándose y, no se por qué absurda razón, pensé que sería importante no tener sed.



En algún momento me encontré solo, perdido de mis amigos, en el último de los sótanos. Con mi cámara fotográfica realicé unas tomas de un soldado que resguardaba la entrada. ¿Quiénes son los que atacan? le pregunté. Dicen que son miembros de la Disip.



Esto se va a poner bien feo, pensé.



El bramar de los motores de los carros encendidos nuevamente en otro nivel, y ciertos movimientos sospechosos me hicieron estar atento de lo que podía pasar con ellos.



Y efectivamente. Con la misma agilidad con que las ratas saltan de una embarcación hundiéndose, uno a uno de los funcionarios se apertrechaba dentro de los carros y amenazaban con abrir la puerta del parqueo del primer sótano.



Me pareció irresponsable que lo hicieran pues operar la gigantesca puerta automática era dar vía libre a una posible muchedumbre herida, y con deseo de ingresar a costa de cualquier precio. Gracias a Dios no era así.



En uno de los vehículos alcancé a ver cómo unos colegas de la televisión local ingresaron afanados, luego una periodista amiga. Casualmente estábamos cerca con mis amigos y nos atravesamos para que nos dejaran entrar. Apretujados nos acomodamos.



Al inicio me acomodaron sobre otro en el asiento delantero pero la puerta no cerró. Si disparan de frente es al primero que le dan, me dije a mí mismo. El conductor accedió a abrir el portaequipaje.



Un sujeto (el dueño del carro) estaba recluido en el piso del asiento posterior y desde ahí daba las órdenes de lo que se hacía o no.



Finalmente se abrió la puerta y la estampida de autos salió directo a la avenida de enfrente. Alcanzamos a sudar frío. Afortunadamente la muchedumbre no era tan enardecida como decían y no se dejaron escuchar ningunas armas de fuego.



Con mi cámara trataba de registrar lo que pasaba. Una hilera de lujosos carros a velocidad, en medio de unas calles que se empezaban a poblar. A regañadientes, el dueño del vehículo accedió a parar en el centro y desde ahí huimos y nos refugiamos en el diario El Nacional. Se temió por la suerte de la gente que sabíamos no tuvo cómo salir.



Para este momento la sensación era de que aquí la situación iba para largo. Un pueblo desenfrenado, un creciente desgobierno y el poco existente con una tendencia clara a la opresión.