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Una propuesta capitalista

El gobierno tiene el corazón en tierra caliente, porque le cuesta afectar los intereses de los dueños de la tierra

Semana
6 de enero de 2003

Hace algunos meses, en un respetable periódico de provincia, me permití sugerir que los ganaderos colombianos también deberían pagar impuestos, como los empleados, los comerciantes y los industriales ya lo hacen. ¡Quién dijo miedo! En una reunión gremial fui acusado de ser comunista, y se me vaticinó ese final violento que suelen tener las vidas de los comunistas en este país: las balas. Quiero aclarar de una vez que no creo en absoluto en la posibilidad de llevar a la práctica con éxito la ideología comunista, ni aquí ni en ninguna parte. Y no lo creo por un dato fundamental: el insoslayable egoísmo de la naturaleza humana. Creo que una sociedad abierta, de capitalismo moderado por el Estado, que deje la iniciativa en manos de privados y respete la libertad individual, es mucho más compatible con la naturaleza humana, y por lo tanto será siempre más exitosa que la represiva e ineficaz dictadura del proletariado. Dicho esto, quiero repetir una propuesta que es capitalista, nada comunista, y que si molesta a algunos poderosos es porque pone en entredicho viejos privilegios feudales claramente premodernos: los de los terratenientes. La propuesta es muy simple: como primera medida, que se haga cumplir ese renglón casi siempre vacío de la Declaración de Renta que recibe un curioso nombre: semovientes. Un se-moviente (algo que se mueve por sí solo) es lo mismo que un auto-móvil, pero de carne y hueso. Un perro y un gato son semovientes, pero no significan mayor beneficio económico. Los seres humanos somos semovientes, pero no somos mercancía. En realidad por semovientes se entiende lo siguiente: bovinos, equinos, porcinos y ovinos. Mejor dicho: reses (vacas, novillos y toros), caballos, mulas y burros, cerdos, búfalos, ovejas y cabras. Se dirá que un impuesto a los semovientes perjudicaría a los pobres campesinos. Es cierto. Entonces propongo lo siguiente. Todo aquel que tenga menos de 20 semovientes bovinos, no tiene que pagar por ellos, los declara y queda exento de impuesto. Por encima de 20, empieza a pagar algo. Y no digo mucho, digamos 10.999 pesos por cabeza y por año. Y se puede excluir incluso a los terneros (animales de menos de un año de nacidos). En Colombia es común que el hato de un terrateniente tenga 1.000 reses de ceba. Pues bien, por 1.000 reses, el dueño pagará 10 millones de pesos. ¿Muy caro? Entonces paguen 1.000 pesos, pues, por cabeza, pero paguen algo. Si el impuesto sólo se cobrara a las reses sacrificadas, unos tres millones de bovinos (el hato ganadero total del país es siete veces mayor), el dinero recogido no sólo alcanzaría para financiar la Sinfónica de Colombia. Alcanzaría incluso para fines más urgentes. Hasta para la guerra contra la guerrilla, si el gobierno quiere. En Antioquia sacamos pecho por un merecido 'Guinness Record': la cabalgata más grande del mundo. No sé si fueron 10.000 ó 30.000 bestias sudando, en la Feria de las Flores. Pues bueno, con los caballos se puede hacer lo mismo: el que tenga más de cinco caballos (hasta ahí uno podría aceptar que son animales de trabajo o de transporte para el campesino pobre), debe pagar una platica por ellos. Y si son caballos de lujo, de esos que valen más de 10 ó 20 ó 100 millones de pesos (los del ministro Fernando Londoño son tan costosos que hasta le sirvieron de garantía en el negocio de Invercolsa, según la revista Cromos), pues deben pagar impuestos como los carros Mercedes. O aunque sea como los Renault 4. Pero no, en la nueva reforma tributaria le ponen IVA hasta a los condones y a las toallas sanitarias (¿serán objetos de lujo?), y se exime de impuesto a los caballos de paso, a los de salto, a los de polo y a los purasangre. Hasta aquí los semovientes. Pero hay otro renglón, señalado recientemente por Salomón Kalmanovitz en la revista El Malpensante. Siendo Kalmanovitz un activo miembro de la Junta del Banco de la República, imagino que él no será tildado de comunista. Pues bien, Kalmanovitz señala dos cosas: primero, que los terratenientes manipulan los concejos municipales, de manera que éstos no se interesen en actualizar los valores catastrales de las tierras. Y segundo, que el impuesto a la tierra, en promedio, apenas llega al 1 por mil, cuando los estratos 1 y 2 de las ciudades pagan el 3 por mil por sus predios. Según Kalmanovitz, con esta sola reforma (de tipo puramente capitalista, insisto, pues no hay reforma agraria, ni expropiaciones, ni nada de eso), "la tierra se abaratará y se utilizará más intensivamente, habrá más empleo rural, caerán los precios de los alimentos", etc. Cuando escribí, en esta revista, que el actual es un gobierno que tiene el corazón en la tierra caliente, lo que quise decir es que le cuesta afectar los intereses de los dueños de la tierra, cuyas propiedades más extensas, fértiles, valiosas y subutilizadas se encuentran en las zonas más tórridas del país. Cada vez que veo a los ministros buscando plata por todos lados, recortando aquí, congelando allá, aumentando el IVA más acá, siempre me pregunto lo mismo: ¿Por qué no se les ocurrirá la más capitalista de todas las reformas, la de unos simples impuestos a los propietarios más potentes? Es lamentable que los grandes propietarios de tierras le tributen a la guerrilla (mediante vacunas, extorsiones y secuestros), le tributen también a los paramilitares (de buena o de mala gana), pero nada o poco le tributen al único poder legítimo, el del Estado colombiano.

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