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¿Una reforma agraria?

Como muchas veces he dicho aquí, la guerra colombiana nace y se cría en el campo. Y no por casualidad, sino deliberadamente.

Antonio Caballero
10 de julio de 2010

El ministro de Agricultura designado por Juan Manuel Santos anuncia un viraje inesperado: casi una revolución. Nada menos que una reforma agraria -o, al menos, sus cimientos-. La devolución de sus predios a los desplazados y expoliados por la violencia "de todas las pelambres", que hará efectiva "destrabando los mecanismos legales" que la impiden. Y la atención a los campesinos. Porque el suyo es un ministerio, dice Juan Camilo Restrepo, "que está encargado no solo de orientar la política de la agricultura empresarial, que naturalmente tendrá todo el apoyo, sino del desarrollo rural, de la economía campesina, de la agricultura pobre del país, que hay que apoyar. Los mayores índices de pobreza del país están en esa área".

Son declaraciones, claro: palabras. Habrá que ver después las realidades que vengan. Pero en todo caso son declaraciones que dibujan una política agraria radicalmente contraria a la adelantada por el gobierno de Álvaro Uribe y su ministro Uribito, que ha consistido en respaldar a los ricos grandes terratenientes, ganaderos extensivos, latifundistas de la palma africana o del azúcar para etanol, y perseguir a los pobres: a los cruderos de la leche, a los minifundistas que crían ocho gallinas y dos cerdos. La mejor ilustración la dio el célebre caso de Carimagua, esa vasta granja experimental que estaba explícitamente destinada a un centenar de familias de desplazados y Uribito quiso entregarles a un par de capitalistas agroindustriales con el argumento de que solo ellos serían capaces de explotar bien la tierra. Y vino a remachar el ejemplo el escándalo del programa Agro Ingreso Seguro, que sirvió para subvencionar a unas cuantas poderosas familias de la costa y a varios testaferros de narcotraficantes. Ahora dice el nuevo ministro que "el AIS se creó para brindarles a los sectores más vulnerables de la agricultura colombiana ante los Tratados de Libre Comercio una ayuda, un apoyo que les permitiera procesos de reconversión y modernización. ¿Y cuáles son los sectores de la agricultura más vulnerables? La pequeña economía agraria campesina". Uribito y su jefe Uribe deben de estar indignados.

Porque -aunque insisto en que por ahora solo son palabras: y, como lo recuerda el propio Restrepo, hasta el AIS era, en teoría y en principio, para ayudar a los pobres- son declaraciones de intención que van en contravía de lo que han buscado los dirigentes de Colombia durante muchos decenios: el ideal de un campo sin campesinos. Vaciar el agro, expulsando a sus habitantes o bien hacia la miseria y la delincuencia de las ciudades desprovistas de industria que pueda darles empleo, o bien hacia la cada vez más remota frontera agrícola de las selvas del sur, taladas y sembradas de coca bajo el control de las guerrillas o de los paramilitares. Solo en dos ocasiones en el último siglo algún gobierno ha intentado tímidamente revertir esa política de desalojo, sin conseguirlo -y, la verdad sea dicha, sin intentar de veras conseguirlo-: en 1936, con la Ley de Tierras de López Pumarejo, y en 1968, con la Reforma Agraria de Lleras Restrepo. Dos tentativas prontamente sofocadas por la reacción de los terratenientes. Expulsar del campo a los campesinos es cosa que se ha hecho de todas las maneras: por la violencia "de todas las pelambres", como dice Restrepo: liberal y conservadora, guerrillera y paramilitar, y por lo que él llama "vericuetos legales y financieros". Y ha contado con el apoyo explícito del gran aliado norteamericano, deseoso de consolidar el monopolio de sus ultraprotegidas industrias agrícolas y pecuarias. Lo cual se agravó con la imposición de las consignas neoliberales del Consenso de Washington.

La consecuencia natural de todo eso ha sido no solo el empobrecimiento de los pobres y la concentración de la propiedad de la tierra en manos de los ricos, sino el crecimiento de la violencia. Como muchas veces he dicho aquí, la guerra colombiana nace y se cría en el campo. Y no por casualidad, sino deliberadamente. La crían los terratenientes, tanto los tradicionales como los que han crecido al amparo de los nuevos negocios de los cultivos ilícitos. Hace tres semanas, en una columna titulada 'El gobierno de Santos', escribí que el nuevo Presidente no se da cuenta de que la raíz de la guerra secular de Colombia es la lucha por la tierra. El nombramiento de Juan Camilo Restrepo y sus declaraciones muestran que me equivocaba, y me alegro.

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