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UNA SALIDA DIGNA

Semana
7 de octubre de 1996

Por fin desembuchó Humberto de la Calle el bocado que tenía atragantado. La carta del vicepresidente al presidente Samper tiene muchos elementos interesantes, pero en términos prácticos significa el anuncio de algo que todos estábamos esperando desde hace tiempo: su renuncia. La situación de De la Calle es la menos envidiable entre las de todos los actores políticos de la crisis nacional. Fue claro que aceptó a regañadientes el puesto de vicepresidente en el tiquete electoral de Ernesto Samper, y también lo fue que tomó aquella decisión bajo la presión de los grandes jerarcas del Partido Liberal. Aparte de la evidente distancia ideológica existente entre los precandidatos Samper y De la Calle en la campaña electoral del 94, el hoy vicepresidente fue bien duro en sus ataques a Samper y además tuvo que brincarse la promesa de no ser su vicepresidente.
A medida que el gobierno fue avanzando y la crisis causada por el proceso 8.000 fue agarrando fuerza, la distancia entre De la Calle y Samper se volvió, como en la ranchera, cada día más grande, y el cargo de vicepresidente empezó a volvérsele más un encarte que un honor. Para De la Calle todo era malo. Si hablaba en favor del gobierno, en su doble condición de vicepresidente y embajador, resultaba poniéndose en contra de sus propios pensamientos y ubicándose al lado de sus enemigos políticos. Y si hablaba en contra de Samper, quedaba como un traidor a la causa por la cual había sido elegido compartiendo votos. Para colmo de sus males, su silencio era interpretado como una actitud cómplice, cómoda o cobarde.
Si a eso se le suma la relación tirante entre los dos, resultaba fácil prever que, más tarde o más temprano, el matrimonio indisoluble del que hablara Samper acabaría en ruptura. Soy escéptico del resultado concreto que pueda producir el gesto de De la Calle, aunque a la hora de escribir esta columna no hay demasiados elementos de juicio porque la tinta de su carta está aún demasiado fresca. Por supuesto, el Presidente no va a renunciar porque el Vicepresidente se lo pida. Tampoco se ve en el panorama que la propuesta de construir un gobierno de unidad nacional tenga algún tipo de viabilidad política inmediata. Es más: la perspectiva de renuncia del Vicepresidente agrega un elemento más a la crisis, pues, en caso de que se produzca, pone al Congreso la institución más desprestigiada del país como el escenario de escogencia del reemplazo de Humberto de la Calle.
Todo esto significa que mientras el país pasó dos años discutiendo si existía o no una salida digna para el presidente Samper, lo que se encontró fue una salida digna para De la Calle. Además de eso, el documento de Humberto de la Calle es el anuncio de que en adelante su postura va a ser de franca oposición a Samper, a juzgar por la contundente descripción de lo que a su juicio son los fracasos del gobierno en todos los campos. La carta de De la Calle es tremenda. Su diagnóstico crudo y terrible de la situación nacional, su recomendación de renuncia al Presidente, el anuncio de su retiro y la propuesta de un gobierno de transición habían producido un remezón en otras épocas, dada la gravedad de sus afirmaciones y de las soluciones que insinúa. Pero aquí la crisis se metió desde hace rato en un callejón sin salida, que consiste en que unos le piden a Samper que se vaya y él contesta que no. Y los que lo quieren tumbar no tienen la fuerza suficiente para hacerlo, aunque él tampoco la tenga para gobernar con comodidad.
En otras circunstancias, la carta de De la Calle habría sido el punto de partida para una discusión fría y seria sobre los problemas del país. Pero mucho me temo que va a terminar siendo una constancia histórica de su parte y una plataforma de lanzamiento para su candidatura presidencial.

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