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Uribe y Santos… ¡a desmovilizarse!

Lo que no podemos seguir aceptando es que mientras más se acerca la paz, más intensa se hace la guerra entre el líder de la derecha y quien con todo y sus errores se esfuerza por conseguirla.

Germán Uribe, Germán Uribe
19 de febrero de 2015

La dura y frontal arremetida del expresidente Uribe contra su sucesor apenas este daba comienzo a su tarea de gobierno en el 2010 marcó el inicio de una guerra paralela a la que estamos empeñados en superar con la guerrilla y -honremos la verdad- en la que se vio obligado el presidente Santos a involucrarse, defenderse y responder. Es este y no otro el origen del escandaloso espectáculo que los colombianos estamos viviendo y sufriendo por estos días. Y a causa de él, el país se ha venido polarizando hasta el punto de llevar a pensar a los más sensatos que aunque se llegare a un acuerdo feliz en La Habana, con esta nueva modalidad de guerra verbal declarada unilateralmente por Uribe y su Centro Democrático, el esperanzador posconflicto tendrá un alumbramiento doloroso y muy probablemente la criatura que asome sufrirá quebrantos de salud que no le garantizarán una vida saludable y prolongada.    

Los que no estamos ni con Santos ni con Uribe -que muchos somos- sabemos bien quién es quién en esta confrontación.

El uno, al que no pocos se refieren como el “matón de barrio” que puede darte en la cara, marica, no tiene pelos en la lengua ni escrúpulos o reatos de conciencia. Frentero, eso dice que es este máster en barullos y demoliciones, quien con su eslogan de trabajar, trabajar y trabajar no le deja respiro al tiempo para maniobrar, maniobrar y maniobrar, nombre que debió llevar su tesis de doctor en política. Infatigable e insuperable en la construcción de mentiras e ilusiones falsas, es por ello mismo peligroso y casi imbatible.

El otro, flemático y de clubes, es un hombre de lealtades frágiles y criterios cambiantes que, aunque tahúr y habilidoso blofero, es un pokerista malogrado en lo político y como estadista que, cotejado con aquel, es por supuesto menos azaroso, pero tan inconveniente y perjudicial para el país como su contrincante.

El uno pareciera buscar en la paz de los sepulcros la fórmula redentora. El otro, la paz para su gloria… y el Nobel, quizá, y la satisfacción de superar en las páginas de la historia el tránsito político de su tío abuelo. Pero ambos, con su egocentrismo extremo, no alcanzarán recordación alguna que no esté marcada por el desengaño de aquel pueblo que los exaltó equivocada e inmerecidamente.

Pero como la pelea es peleando y los costos del destrozo no corren por cuenta suya, estos dos púgiles emblemáticos del egoísmo y la codicia no escatiman esfuerzos para combatirse. Cuando Santos, tras recibir los mandobles de Uribe, sin inmutarse lo invita a la mesa a tomarse un café o de las manos como cualquier creyente que ofrece su otra mejilla, no lo hace por salvar a la patria sino por salvar su pellejo en la Historia.       

Con sus apasionados y amplia y detalladamente publicitados enfrentamientos, a sabiendas de que atizan el fuego de la polarización de Colombia, ninguno dará su brazo a torcer mientras su desmedida ambición esté en juego y en tanto el pueblo se resigne con ello o participe animadamente en la reñida competencia.

¿Acaso alguno de ellos estará en condiciones de abrazarse a la cordura en medio de la frenética refriega verbal para reflexionar sobre la descomunal incoherencia que existe entre querer lo mejor para el país, como cada uno reclama, y a la vez batallar para impedir que el otro le invada los terrenos de su egolatría?

Pero lo que definitivamente no cabe en la mente de nadie es que mientras más se acerca la posibilidad de sellar la paz, más intensa se hace la guerra entre el líder y caudillo del guerrerismo y quien con todo y sus errores y falencias hace por prohijarla.

Colombia no tiene por qué pagar los platos rotos de sus diferencias.

A desmovilizarse, pues, ustedes también, señores presidentes.   

guribe3@gmail.com