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Carta abierta al papa Francisco

Santidad: vuestra visita pastoral a La Habana, donde se debate el proceso de paz, es una luz de esperanza sobre la realidad del conflicto armado en Colombia.

Uriel Ortiz Soto
4 de septiembre de 2015

Solamente quienes han padecido la guerra -que no son más que escaladas narcoterroristas- donde infinidad de veces la fuerza pública ha resultado comprometida con falsos positivos y el Estado ha tenido que salir a resarcir los daños causados, pueden dar fe de cómo esta es una guerra injusta desde cualquier ángulo donde se le mire: lo único cierto es que el secretariado de las FARC busca perpetuarse en ella con el fin de someter al pueblo colombiano, que todos los días desde que amanece hasta que anochece sólo espera malas noticias de: masacres colectivas, desplazamientos forzados, voladuras de oleoductos, destrucción de vías y escuelas, en fin, toda una horda demencial, que no es propia de un grupo subversivo que dice luchar por la reivindicación del pueblo y que últimamente aspira recibir la bendición papal con motivo de vuestra visita pastoral a La Habana, Cuba.

Si su Santidad logra entrar a las entrañas de la comisión de paz que conforman los grupos armados, se encontrará con grandes sorpresas que, aunque son de conocimiento del Gobierno, las está ignorando, puesto que sólo le interesa una paz, pero sin soportes fundamentales para desarrollar la etapa posconflicto –hasta la fecha no aparecen proyectos productivos por ninguna parte– la primera de ellas, Santidad, es que en dicha organización subversiva, tal como lo he denunciado varias veces por esta columna, no existe unidad de mando, y lo segundo, la falta de honestidad y de coherencia entre lo que se acuerda y lo que se decide en la mesa de negociación.

Son varios los intentos fallidos de diferentes gobiernos para conseguir la paz con el grupo narcoterrorista de las FARC, sin embargo, les ha faltado compromiso de honestidad y de grandeza, puesto que en su interior llevan inoculada la cizaña de la violencia y la maldad que se oculta en las maledicencias, con verdades a medias, para seguir masacrando especialmente a humildes campesinos que son quienes a través de más de 50 años vienen padeciendo una guerra a la cual son totalmente ajenos.

Sin embargo, es bueno que vuestra Santidad sepa que la paz que se negocia en la Habana, Cuba, desde hace casi tres años entre comisionados de las partes y el acompañamiento de la comunidad internacional no tiene la aceptación de la mayoría de los colombianos, sólo el 35 % la respalda, puesto que ven a nuestro presidente adelantándose a las circunstancias de tiempo, modo y lugar, es decir, apresurándose a conseguirla, pero a costos demasiado altos para la estabilidad: democrática, social, económica y política de nuestro país, que ve horrorizado cómo se avanza, pero sin seguir la agenda programática acordada inicialmente, comprometiendo las instituciones vitales de nuestro Estado de Derecho.

Santidad: los designios de Dios sobre el mundo católico, y en general sobre todas las demás religiones, deben tener especial relevancia en nuestra querida Colombia, que desde hace varias décadas lucha desesperadamente por conseguir la paz, pero con justicia social, sin comprometer nuestra estabilidad democrática sostenida con sangre, fuego y lágrimas por las Fuerzas Armadas y sus más de 46 millones de compatriotas.

Queremos con vuestra bendición apostólica conseguir para Colombia la paz definitiva que nos ha sido tan esquiva desde hace 60 años, y que en su lucha por accederla, se han escrito las páginas más tristes, violentas y dolorosas de nuestra historia republicana y del mundo.

Son más de seis millones los desplazados por la violencia: guerrillera, paramilitar y bacrim, sus promotores no han ahorrado ningún calificativo para hacerse llamar irónicamente los libertadores de la nueva Colombia.

Por cuenta de esta guerra injusta, Santidad, los grupos guerrilleros y demás organizaciones al margen de la Ley tienen atiborrados los estrados judiciales, puesto que nuestros jueces, además de indolentes y perezosos con la situación de nuestro país, son demasiado lentos, cuando no corruptos; son millones los expedientes que duermen el sueño de los justos en los anaqueles polvorientos de la justicia, muchos de ellos esperando ser archivados definitivamente bajo la figura de prescripción, dejando a sus víctimas en el más completo hermetismo de injusticia social.

La violencia en Colombia, con todos los escenarios más crueles y métodos denigrantes esgrimidos por los actores del conflicto armado, ya se han agotado: miles de mujeres violadas en presencia de sus hermanos, esposos e hijos, pero antes sometidas a las más crueles humillaciones, vejaciones y degradaciones, nada comparables con los lugares más violentos del planeta Tierra.

El reclutamiento de menores de edad de ambos sexos es otro capítulo que merece especial atención, puesto que muchos de ellos han sido reclutados, cuando no secuestrados a la edad de siete años, reciben un adoctrinamiento precoz y al no poder cumplir con los trabajos forzados que les imponen, son sometidos a consejos verbales de guerra, que finalmente conducen a la pena de muerte, cuyas ejecuciones deben ser aplicadas por uno de sus compañeros de filas, “para que sirvan de escarmiento y no se vuelvan a cometer actos de indisciplina”.

Pero lo más grave de todo, Santidad, es que la llamada guerrilla en nuestro país tiene mucho de narcotráfico y nada de ideología, son los mayores potentados en el comercio de las drogas ilícitas, con una infraestructura de: producción, industrialización y comercialización, debido a esto, amasan inmensas fortunas, para abastecerse de armas y el sostenimiento de la logística de sus ejércitos de matones y subversivos que si bien en los últimos años con los programas de seguridad democrática implementados por el entonces presidente Uribe se aminoraron, en el actual gobierno del presidente Santos, con tal de conseguir la paz, ha bajado la guardia.

Santidad: que Dios bendiga vuestra misión pastoral en pos de conseguir la paz para Colombia, vuestra presencia en Habana será una luz al final del túnel para poner fin a una violencia narcoterrorista que sólo ha dejado los campos sembrados de tumbas y calvarios con millones de desplazados, huérfanos, mujeres violadas, millones de ciudadanos mutilados por la minas anti persona y miles de inocentes en las cárceles pagando una condena injusta por la terrible corrupción de nuestra  justicia.

urielos@telmex.net.co
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