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Y usted, ¿cuánta plata dona?

César Rodríguez, de Dejusticia, sostiene que los colombianos donan menos de lo que pueden y refuta las excusas de los que no donan.

Semana
28 de enero de 2007

Julio Mario Santo Domingo acaba de donar 24.000 millones de pesos a un programa de becas para estudiantes destacados y sin recursos de la Universidad de Los Andes. Sí, leyó bien: 24.000 millones, casi 10 millones de dólares. En un país donde la muestra máxima de generosidad es dar monedas en los semáforos y las universidades privadas son privilegio de las minúsculas clases pudientes, la noticia debería ser de primera plana y suscitar un debate sobre la filantropía criolla.

Pero en lugar de recaer en el viejo vicio colombiano de criticar a quien toma la iniciativa y ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, propongo que, por una vez, giremos el dedo acusador y nos preguntemos: ¿cuánta plata donamos usted o yo, que, por tener acceso a Internet y poder leer esta revista, probablemente hacemos parte de la minoría privilegiada que no está en la pobreza en Colombia? Al fin y al cabo, es más fácil mirar por la ventana que mirarse en un espejo.

Para confirmar que éste es el debate de importancia, basta mirar lo que está pasando en Estados Unidos a propósito de las donaciones recientes de los multimillonarios Bill Gates y Warren Buffett. Como se sabe, Gates donó el 35% de su fortuna (es decir, la bicoca de 30.000 millones de dólares) para abrir una fundación dedicada a combatir las enfermedades evitables que matan anualmente a cerca de 10 millones de niños alrededor del mundo, lo que equivale a 30.000 muertes en un día como hoy. Buffett no quiso quedarse atrás y ripostó con un regalo a la fundación de Gates de un poquito más: 31.000 millones de dólares.

El debate por semejantes donaciones no se hizo esperar. Y nadie lo ha analizado mejor que el filófoso moral de Princeton Peter Singer, el mismo cuyos libros sobre los derechos de los animales han convertido tantos carnívoros en mansos vegetarianos. En un ensayo reciente en el New York Times, Singer pone el dedo en la llaga que nos debería doler a usted o a mí cuando nos preguntan si damos algo más que limosnas en la calle.

Si Gates o Buffett pueden regalar una buena parte de su fortuna –pregunta Singer–, ¿no sería posible que quienes no son multimillonarios pero tienen más de lo necesario para vivir también pongan de su parte? ¿No sería factible que el 10% más rico de la población colombiana –que, según cifras de la Contraloría, recibe un asombroso 47% de los ingresos de todo el país (en promedio, algo como tres millones de pesos mensuales)– regale algo, digamos 10% de lo que recibe después de impuestos? ¿O que el 10% que le sigue contribuya proporcionalmente, digamos con un 5%?

Para responder, Singer propone un ejemplo paralelo contundente. Supongamos que estamos de veraneo y avistamos un niño que se está ahogando en la parte “pandita” de una piscina. ¿Sería moralmente permisible que sigamos de largo porque de pronto se nos daña la pinta o los zapatos nuevos al meternos a la piscina a salvarlo? Por supuesto que no: si podemos hacer algo para salvar una vida por un sacrificio menor, sería monstruoso quedarse quieto.

El problema es que eso es exactamente lo que hacemos todos los días cuando dejamos de donar una suma de la que podemos prescindir –y que se iría, por ejemplo, en unos zapatos nuevos–. Plata que podría salvar una vida (por ejemplo, la de uno de los casi 500.000 niños que, según cifras de la Misión Pobreza, tienen desnutrición crónica en el país) o mejorarla sustancialmente (por ejemplo, con una beca para estudiar en un colegio o una universidad) si fuera canalizada por una de las muchas instituciones como Unicef, Oxfam o el Minuto de Dios, que son profesionales en estas tareas.

Ya veo venir las críticas, que en este caso son a la vez excusas. Que la plata se la gana uno con el sudor de la frente y es para disfrutarla. Que primero está la familia y hay que gastar la plata que sobre en los papás o en los hijos. O que para eso están los impuestos y el Estado. Y que las donaciones no alcanzan para erradicar la pobreza y solucionar los problemas de raíz.

Lo de que uno se gana la plata solito es puro cuento. Como lo muestra Singer a partir de cálculos del Nobel de Economía Herbert Simon sobre Estados Unidos, el 90% de lo que la gente gana se debe a las facilidades que ofrece el medio, desde el acceso a la tecnología y la educación, hasta los contactos personales.

Lo de que la familia es primero significa, ni más ni menos, que valoramos mucho más la vida y las oportunidades de unas personas (los familiares) que las de los demás mortales. Siguiendo con el ejemplo de Singer: nos importa mucho más que nuestros hijos tengan el ultimo Xbox, que el hecho de que los 700.000 pesos que cuesta dejen de financiar vacunas o alimentos que pueden salvar varias vidas. Que las donaciones terminen siendo sólo para los familiares o amigos varados que piden un ‘préstamo’ muestra también que hace falta una cultura de la donación y mecanismos ágiles como los que existen en otros países, donde los bancos, las universidades y un sinnúmero de instituciones dan todo tipo de facilidades e información a los potenciales donantes.

Y aunque es cierto que el Estado tiene el deber de hacer realidad los derechos sociales con los ingresos fiscales, el argumento funcionaría sólo en un país como Suecia o Alemania. Pero en Colombia, donde casi nadie tiene que pagar impuesto sobre la renta, y los que tienen que hacerlo le hacen el quite cada vez que pueden, se convierte en una excusa para quedarse con la platica en una cuenta de ahorros o en un CDT.

Para rematar, tampoco es cierto que las donaciones no sirvan para mucho. Las cuentas de Singer muestran que si el 10% más rico de la población de Estados Unidos y Europa donara una parte modesta de sus ingresos (lo que les permitiría seguir siendo millonarios), la suma resultante sería seis veces la que hace falta para cumplir las Metas del Milenio de la ONU, que buscan reducir drásticamente la pobreza y las muertes evitables para el año 2015. Aunque habría que hacer las cuentas con calma, apuesto que si se hace un cálculo similar en Colombia, encontraríamos que las donaciones podrían llenar el hueco presupuestal que el Estado no ha querido o no ha podido llenar y que nos tiene rezagadísimos en el cumplimiento de las Metas del Milenio

Aunque la filantropía no es la varita mágica y no puede reemplazar al Estado, dos cosas son claras. Que es más fácil criticar la filantropía que tomársela en serio. Y que tomársela en serio es más que comprar frunas en las esquinas. A menos que podamos dormir tranquilos sabiendo que el niño traga agua en la piscina.


*Profesor de la Universidad de Los Andes y miembro fundador de Dejusticia.

El Centro de Estudios de Derecho, Justicia y Sociedad –DeJuSticia– (www.dejusticia.org) fue creado en 2003 por un grupo de profesores universitarios, con el fin de contribuir a debates sobre el derecho, las instituciones y las políticas públicas, con base en estudios rigurosos que promuevan la formación de una ciudadanía sin exclusiones y la vigencia de la democracia, el Estado social de derecho y los derechos humanos.

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