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Valores básicos

Ya era hora de que alguien, como Clinton, rompiera la paranoia patriotera en que han sumido a los Estados Unidos

Antonio Caballero
6 de octubre de 2002

"Nosotros los de izquierda?", dijo Tony Blair en la Conferencia del Partido Laborista británico, en Blackpool. ¿Blair de izquierda? En fin. El caso es que, como Dios no existe, un rayo no partió al Primer Ministro británico, que siguió hablando para explicar su irrestricta alianza con Bush con las siguientes palabras:

"Es fácil ser antiamericano. Y sin embargo los valores americanos básicos de democracia, libertad, tolerancia y justicia son también valores británicos y europeos, forjados en la derrota del nazismo".

Suena bien. Sólo que Blair se saltó el importante detalle de que la derrota del nazismo fue el resultado de una alianza muy distinta de la que ahora se dispone a sepultar a Irak bajo las bombas con consecuencias impredecibles, pero sin duda catastróficas, en la mitad del planeta. La alianza de entonces la formaban esencialmente tres elementos. La Gran Bretaña, galvanizada para la resistencia por Winston Churchill y todavía respaldada por los recursos de su vasto imperio. La Unión Soviética de Stalin, que puso la mayor parte de los muertos. Y los Estados Unidos. Sí, pero los Estados Unidos de Franklin Roosevelt: un presidente demócrata que era tildado de "rojo" por los republicanos de su tiempo, los cuales se oponían a que su país entrara en guerra contra la Alemania nazi y cuyas simpatías, por el contrario, estaban con ella. El George Bush de ahora no es un demócrata de izquierda, como el Roosevelt de entonces; sino un republicano de extrema derecha a quien los "valores básicos" de democracia, libertad, tolerancia y justicia no le importan un pito. Al revés: para su proyecto hitleriano de dominio del mundo son un estorbo.

Lo ha demostrado de sobra en los dos años se su presidencia. ¿Democracia? Ni siquiera en su elemento más formal, que es el aritmético de la cuenta de votos, la ha tenido Bush en cuenta. Es presidente porque así lo decidió arbitrariamente una Corte Suprema de mayoría republicana que dio por bueno el fraude electoral cometido en la Florida (estado gobernado por su hermano Jeb Bush) en contra de la victoria numérica de su rival el demócrata Al Gore. ¿Libertad? Ni siquiera la de comercio. Bush es el presidente más proteccionista que han tenido los Estados Unidos desde George Washington. Y en cuanto a las libertades ciudadanas, nunca, ni en tiempos de guerra verdadera, habían sido tan recortadas y restringidas como ahora con el pretexto de la fantasmagórica guerra antiterrorista. ¿Tolerancia? Parece un chiste. Bush es el hombre del "quien no está conmigo está contra mí", el campeón del unilateralismo imperial en asuntos internacionales, el presidente que ha decretado bajo sospecha a los ciudadanos de origen extranjero o de religión musulmana. ¿Y justicia? Todos los juristas de los Estados Unidos, para no hablar del mundo, están escandalizados con las reformas impuestas por su ministro de Justicia Ashcroft: la presunción de culpa, la negación de juicio, la incomunicación de los detenidos, el enjaulamiento, el recurso a la policía de "países amigos" para interrogar sospechosos mediante la tortura.

Tony Blair no convenció mucho.

Al día siguiente, también en la Conferencia de Blackpool, habló Bill Clinton. Y, tras colmar de elogios a su anfitrión Blair, no dudó en llevarle la contraria. Habló, sí, de un gobernante despótico y no elegido en las urnas que está arruinando a su país, que dispone de armas de destrucción masiva y constituye una amenaza para sus vecinos y para el mundo entero. Pero no se refería a Saddam Hussein, sino a George Bush. Condenó su política unilateralista, su desprecio por los aliados y por las Naciones Unidas, su ambición de "dominar el mundo", su obsesión con atacar a Irak, que puede traer "consecuencias no bienvenidas". Sobre la política interna del gobierno republicano dijo: "Discrepo de ellos en casi todo". Al pronunciar semejante discurso en un marco extranjero, fuera de las fronteras de los Estados Unidos, Clinton quebrantó la tradición norteamericana, que exige que no se haga política más allá de "la orilla del agua" ("politics stops at the water's edge"). Pero ya era hora de que alguien rompiera la paranoia patriotera en que han sumido a los Estados Unidos Bush y sus halcones. Ya era hora de que algún norteamericano saliera a defender esos "valores básicos" sobre los cuales se edificó su país, y que a Bush no le importan un pito y le parecen un estorbo.

Lo hizo Clinton en Blackpool, como acababa de hacerlo Al Gore dos días antes en territorio norteamericano. Dos norteamericanos de peso institucional: no un académico cascarrabias como Noam Chomsky o un escritor aguafiestas como Gore Vidal, sino nada menos que un ex presidente y un ex vicepresidente (y candidato ganador y defraudado a la presidencia) de los Estados Unidos. Los tacharán sin duda de antiamericanos, como hacían con Franklin Roosevelt los republicanos de su tiempo. Pero los que tememos que los delirios hitlerianos de George Bush nos lleven a todos a una guerra mundial empezamos a sentirnos menos solos.

Faltan todavía las protestas juveniles en las universidades, como en tiempos de la guerra de Vietnam. Pero ya se ha roto el silencio del rebaño.

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