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VAMOS A TEATRO

No todo lo que se está exhibiendo en este momento en Bogotá, es estelar

Semana
24 de septiembre de 1990


La primera etapa del proceso de maduración del "show business" de una ciudad es que la gente vaya a todo. Pero si esta es la primera, la segunda, en la que ya deberíamos estar los bogotanos, es saber a qué no vale la pena ir.

Haciendo crítica implacable, que en las principales capitales del mundo es la que determina la supervivencia de una obra teatral o musical, debo confesar que de los tres espectáculos que he visto en Bogotá en los últimos días, me tocó ver uno bueno, otro regular, y otro malo. Remalo.

El bueno es "La mujer del año" en el que, evidentemente, no se ahorró un peso. Dicen, quienes tuvieron la oportunidad de ver la obra original con Raquel Welch, en Broadway, que la versión criolla no tiene nada que envidiarle a la gringa, salvo por una que otra curva de menos de María Cecilia Botero, quien, no obstante, desempeña lujosamente su papel de "vedette" de la televisión. Es elegante, bonita, excelente actriz y tremendamente segura. Ah. Y además canta (aunque no cante), baila, e infunde en los asistentes unas ganas extraordinarias de vivir.

La escenografía es descrestadora. Gira, se desdobla, se divide y se multiplica, en medio de efectos luminosos a los que poco acostumbrados estábamos. La obra no tiene un actor malo (tres hurras para Consuelo Luzardo), no le sobra nada, y tampoco le falta. Los que no hayan ido aún, aprovechen. Se están perdiendo de algo realmente inolvidable.

A su turno, yo diría que "Doña Flor y sus dos maridos", más teatro y menos comedia que la anterior, lo cual debe abonársele, es regular.

Y diría aún más: de no haber sido Amparo Grisales la actriz, y Carlos Muñoz el actor, el montaje de esta famosa novela de Jorge Amado, habría resultado incapaz de defenderse por sí solo.

Amparo, como siempre, enloquece a los espectadores con su arrolladora sensualidad, y demuestra nuevamente por qué es la reina de la farándula colombiana. Se complementa excelentemente con ese actorzaso que es Carlos Muñoz, quien, aunque sale poquito, gusta muchísimo.
En cambio, y ahí vienen los peros, desde el actor que hace de Badinho (el muerto) para abajo, la obra tiene detalles ordinarios, escenas que sobran, y desnudos que en el contexto preciso de este montaje, constituyen una "lobería".

El supuesto frenesí sexual de Badinho, intenta hacerlo convincente el actor musitando "mamacita", con la boca entreabierta, en medio de movimientos de saltimbanqui.

La repetitiva aparición de un travesti negro de tules rosados es tan poco convincente que aulla.

Y aunque no se puede negar que la coreografía y la escenografía tienen grandes aciertos, mejor aún, gigantescos aciertos, el ritmo de la obra es desigual y el espectador termina aburriéndose cíclicamente.

A pesar de todo esto, hay que recomendarle al espectador que vaya. Amparo, Carlitos Muñoz y los logros coreográficos del musical bien valen la pena.

En cambio, madre mía, la zarzuela que han montado en el Colón, vamos, es una falta de respeto, un insulto a este género lírico musical y un espectáculo que, en un esfuerzo teatral de sexto bachillerato, aún deja mucho qué desear.

En general, la potencia de las voces es mínima y no se les oye sino un quejido lejano. Me tocó padecer "La del Manojo de Rosas" en la que un barítono de "bisoñé", ya rayano en los cuarenta y pucho, pero aparentando ser un universitario, le coqueteaba a una soprano gordita y de papada, disfrazada de Peter Pan, cuyo futuro, no hay duda, está más bien en un coro departamental.

Los actores jamás pudieron ponerse de acuerdo sobre el nombre de la protagonista. Unos le decían "Asunción" y otros "Ascención".

Sobre el escenario está estacionado un carro que encienden y manejan, mientras la orquesta, que está debajo, sale a perderse del susto de que se les venga todo encima.

A lo que fué originalmente este sainete lírico en dos actos, le intercalan "chistecitos" para que se ría el público nacional, como que el madrileño de marras es egresado de la Javeriana y que en la sesión de espiritismo van a invocar el espiritu de Napoleón, de Goya y el de Belisario Betancur.

Los actores hablan un rato en español de España y otro en español paisa. Y mueven las manos como recitando "Manecitas rosaditas, muy expertas yo te haré. . .".

Pienso que el Colón no debería prestarse sino para obras de óptima categoría. Pero si se trata de regalar el teatro, francamente habría preferido ver, en lugar de la zarzuela, una sesión solemne.

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