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Vietnam, El Salvador, Angola

Lo verdaderamente criminal del Plan Colombia es que no es suficiente para ganar la guerra pero si para prolongarla y hacerla más costosa y cruel

Antonio Caballero
16 de octubre de 2000

Como despedida de sus ocho años como presidente de los Estados Unidos Bill Clinton viajará en noviembre a Vietnam, 25 años después de terminada la guerra que costó varios millones de muertos vietnamitas y 58.000 muertos norteamericanos. Quiere, según dice, sellar la reconciliación entre los dos países. Pero deja servido en Colombia el plato de un nuevo Vietnam.

Me dicen algunos de mis lectores que no exagere, que no sea tan pesimista. Razonan ellos —y con ellos razonan igual sesudos editorialistas y columnistas de la prensa y políticos conversos— a partir de muchos ‘si es’ condicionales. “Si es verdad que el Plan Colombia sólo va dirigido contra el narcotráfico…”. Pero saben que no es verdad. “Si es verdad que la guerrilla no apoya el narcotráfico…”. Pero saben que no es verdad. “Si es verdad que la guerrilla desea la paz…”. Pero saben que no es verdad. Razonan a partir de bases falsas, y que saben falsas, porque les desagrada la cruda realidad. Por eso van perdiendo la guerra. La guerrilla la va ganando, en cambio, porque razona a partir de la realidad, por desagradable que sea: el Plan Colombia sí va dirigido contra ella; el narcotráfico es para ella una gran fuente de recursos; ni ella, ni el Establecimiento, desean la paz. Etcétera. Por eso la guerrilla va ganando la guerra: le miente al país, pero no se miente a sí misma. El Establecimiento también le miente al país, pero además se miente a sí mismo. Y así no se puede.

La guerrilla va ganando también por una razón estrictamente militar, la más antigua de todas las razones militares: que ella no sólo está dispuesta a matar, sino también a poner muertos. El Establecimiento, tan dispuesto a matar como ella, no quiere poner muertos propios. Pone los del Ejército, de acuerdo: soldaditos. Pero el Ejército mismo es reacio a ponerlos. De ahí su habitual tardanza en socorrer a sus unidades cercadas por la guerrilla, y ya dadas por perdidas. “Es que si vamos nos pueden emboscar —explican los generales—: tenemos que esperar primero a que se vayan ellos”. Y así, cada vez que no van por temor a sufrir una emboscada la guerrilla les gana otra emboscada. La guerra irregular consiste en eso.

Pero aunque eso sea así, razonan los optimistas del Establecimiento, todo cambiará cuando entre en juego la ayuda militar norteamericana del Plan Colombia. Y en particular, dicen los que más saben, los helicópteros. ¿De veras lo creen? Cuando la guerrilla derribe el primer helicóptero norteamericano con los cohetes tierra-aire que ya está comprando en el mercado negro de armamento norteamericano con los dólares que recibe de los drogadictos norteamericanos, ya veremos. ¿Qué veremos? Que los helicópteros norteamericanos no volverán a volar a las zonas de guerra. “Es que si van allá los pueden derribar”, dirán los generales. Ah, claro. Y los helicópteros sólo son 60.

Porque lo verdaderamente criminal que tiene el Plan Colombia no es que sea un plan para la guerra, como lo es, digan lo que digan. Sino que no es suficiente para ganar la guerra. Pero sí para prolongarla, y hacerla más costosa y más cruel. ¿Recuerdan ustedes la guerra de El Salvador?

No, no la recuerdan: la prensa colombiana (del Establecimiento) informó poco sobre ella. Pero tal vez alguno de los miembros del Establecimiento leyó algo al respecto en la inglesa o la francesa o inclusive en la norteamericana. Durante 10 años, los Estados Unidos le prestaron ayuda militar al ejército de El Salvador a razón de un millón de dólares por día. Para un país 40 veces más pequeño que Colombia, el equivalente a la parte militar del Plan Colombia cada dos años; y durante 10. Pero no era suficiente. El ejército salvadoreño mató con eso a mucha gente, pero no ganó la guerra. Al cabo de 10 años, la cosa quedó en tablas.

¿Y recuerdan ustedes la guerra de Angola? No, claro, menos todavía que la de El Salvador; porque ésta sería de mestizos, pero la de Angola era una guerra de negros, y no tenía cabida en las página de casi ninguna prensa. Hace 25 años (justo cuando se acababa aquella del Vietnam que mencioné al principio) se retiraron de Angola las tropas coloniales portuguesas, dejando allá dos fuerzas guerrilleras enfrentadas: las procapitalistas (digamos el equivalente de nuestros paramilitares) y las revolucionarias (digamos el equivalente de nuestras Farc y nuestro ELN). Las primeras se llamaban Unita, y eran apoyadas y armadas por los Estados Unidos. Las segundas se llamaban Fnla, y las respaldaba la entonces poderosa Unión Soviética. Dijo entonces Henry Kissinger, secretario de Estado de los Estados Unidos y criminal de guerra de muchas guerras:

—Va a ganar el Fnla, y nos da lo mismo. Pero nosotros seguiremos armando y apoyando a Unita para que al Fnla la victoria le cueste muchos muertos.

En fin de cuentas no ganó ninguno de los dos. Hoy, al cabo de 25 años, Unita y el Fnla se reparten las riquezas de Angola (allá no había amapola ni coca: sólo petróleo y diamantes), y siguen ambos matando gente. ¿Ganó Kissinger? ¿Ganaron los Estados Unidos? No sé. Pero sí sé que perdió Angola.

Y así perderá Colombia.

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