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¡VIVA LA CLASE POLITICA!

La clase política es tan corrupta como el resto del país, pero es el sector que ventila más públicamente sus verguenzas.

Semana
10 de octubre de 1994

SI HOY SE HICIERA UNA CONSULTA POpular proponiendo la pena de muerte para los políticos, la decisión sería unánime: todos al paredón. No hay ningún sector social -ni legal ni ilegal- que tenga un grado tan elevado de desprestigio entre sus compatriotas como el que tiene la clase política colombiana frente al resto de sus compatriotas.

No es que en el resto de países del mundo consideren a sus respectivos políticos como unas almas de Dios, cuya función no es otra que la de hacerle el bien a sus conciudadanos. Al revés. En todas partes ven a los políticos, y muy particularmente a los congresistas, como una antipática casta de privilegiados que viven del dinero de los contribuyentes, que trabajan poco y que de tiempo en tiempo aparecen enredados en escándalos que no pocas veces tienen que ver con el manejo indebido de dineros públicos, y que muchas otras se relacionan con el tráfico de influencias a los niveles más variados.

El asunto no es nuevo. Puede ser, incluso, tan viejo como la propia actividad política, y tiene la particularidad de que no tiene solución. La clase política es, por su propia esencia, una casta que se compone de personas que lo único que buscan es el poder. Grande o pequeño, pero poder, a secas. Y cuando lo logran, adquieren el privilegio inherente al poder mismo, que es la capacidad para mandar sobre los demás, lo cual los convierte en una élite privilegiada y distante. Pero mientras exista el poder del Estado, siempre existirá esa diferencia entre unos y otros, y esa diferencia siempre será antipática.

El problema en Colombia es que esa animadversión casi natural contra los políticos dejó de ser una simple displicencia hace mucho tiempo, y ya pasó a convertirse en fobia. Las encuestas hechas entre los ciudadanos muestran cómo la gente del común ya identifica más a los políticos como los principales causantes de los males del país, por encima de guerrilleros y narcotraficantes.

Es posible que la causa real de ese sentimiento sea el hecho de que los escándalos de corrupción son más frecuentes en el Congreso que en cualquier otro sector social. Pero eso no significa que ese sea un conglomerado más corrupto que los otros. Es posible, incluso, que la cosa sea al revés: puede ser que la mezcla entre el escrutinio público a que se somete el Congreso a través de la prensa, y algunos mecanismos que la propia política tiene para desenmascararlos, haya convertido a la clase política en uno de los pocos sectores que reciben en verdad un tratamiento de choque contra la corrupción. La clase política es tan corrupta como el resto del país, pero es el sector que ventila más públicamente sus verguenzas. Sería una ingenuidad creer que hay menos corruptos en los demás gremios por el simple hecho de que las denuncias públicas son menos frecuentes.

Esa presunción simplista ha hecho daños graves y puede provocar muchos más. Con la bandera de que los auxilios parlamentarios eran un asco se llenó de inhabilidades al Congreso en la Nueva Constitución, pero era bastante claro que el problema no era de auxilios sino de la incapacidad estatal para castigar el uso ilegal de esos auxilios. Sin embargo la opinión pública trepó palo arriba en esa tesis, y hoy en día los congresistas no pueden ser nombrados en ningún cargo del gobierno y están llenos de talanqueras por razón de su parentesco o su actividad económica. Quien quiera hacer una carrera política notoria sólo la puede hacer en el Congreso si cuenta previamente con una fuerza que le permita hacerse sentir como corriente. De resto, la única posibilidad de un político que quiera hacer carrera, es hacerse nombrar en el mejor cargo posible en el ejecutivo, y olvidarse de los organismos de representación popular.

Esa retahíla de inhabilidades, que despierta aplausos en la galería, acaba por producir el efecto contrario al que busca, pues convierte al parlamento en un lugar de profesionales de la curul, quienes desde que entran saben que nunca van a pasar de ahí. Y ese inmovilismo es el caldo de cultivo de la verdadera corrupción. Es el quiste que se institucionaliza. Por eso es tan preocupante que esta última racha de vagabunderías que se está destapando en el Congreso, se convierta en una presión para crear las condiciones para que florezca una clase política peor. O, lo que es más grave, para eliminarla del todo.

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