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Wikileaks y las "buenas mentiras"

Bajo el sofisma de las "buenas mentiras" y los "secretos de Estado" las democracias contemporáneas se han visto pauperizadas debido a la ausencia de gobiernos abiertos al control ciudadano.

Semana
9 de diciembre de 2010

La semana pasada Wikileaks sacudió al mundo con la revelación de miles de comunicaciones de carácter confidencial entre Estados Unidos y sus delegaciones diplomáticas a lo largo y ancho del planeta. A pesar de que el website de la organización colapsó, al parecer debido a los ataques de un hacker nacionalista estadounidense (The Jester), el contenido de los cables comenzó a divulgarse en cinco de los diarios más importantes del mundo, mientras la página original mudaba de dominio y ahora está nuevamente disponible al público.

Las reacciones no se hicieron esperar y oscilaron entre quienes descubrieron en Julian Assange, el fundador de Wikileaks, un nuevo héroe del periodismo combativo en la era de la información global y quienes, por su parte, piden que lo capturen y procesen judicialmente por haber supuestamente puesto en riesgo con sus filtraciones la vida de diplomáticos, militares y espías estadounidenses.

¿Fue legítimo divulgar todos estos documentos? A no dudarlo. ¿Cómo no va a ser legítimo develar siquiera una parte del entramado de argucias y mentiras con base en el cual se desarrollan las relaciones exteriores de la potencia hegemónica mundial? Ese aquelarre diplomático donde los intereses de un solo país han querido disfrazarse durante años como los del mundo entero, a costa de las vidas de miles de inocentes, con la cooperación de la mayoría de medios de comunicación que se han prestado, cuando no para esconder, para manipular la información que ofrecen al público.

Como el cubrimiento nacional del escándalo ha sido paupérrimo, opté por seguirlo en las páginas estadounidenses, donde la oleada de ataques y calumnias contra Assange por parte varios periodistas, es realmente una vergüenza para un país que se ha caracterizado por ser la cuna y el terreno históricamente más fértil para la libertad de expresión, gracias a la protección de la primera enmienda constitucional.

Del alud de despropósitos que pude leer entre columnistas y bloggers sobresale la opinión de Larry Womack, en The Huffington Post, con respecto al cable número 10SANAA4. En este cable descubrimos, a través de una conversación entre el General Petraeus y el Presidente de Yemen, Ali Abdullah Saleh, que este último le permite al ejército de Estados Unidos perseguir a Al Qaeda en territorio yemení, mediante ataques aéreos con blanco específico desde bombarderos de ala fija, que reemplazan el uso previo de los menos precisos misiles de crucero, para así prevenir la muerte de civiles. Todo esto mientras Saleh le miente al Parlamento de su país diciéndole que se trata de ataques realizados por el ejército yemení, aunque con armas estadounidenses. En otras palabras, se trata de un caso típico de operación encubierta de las fuerzas estadounidenses. Sostiene Womack que este “arreglo es mejor para la seguridad de ambas naciones, pero causaría una enorme y violenta reacción si se conociera en Yemen. En breve: esto es lo que llamamos una buena mentira”.

En cambio, omite contar Womack en su artículo que el verdadero valor de este cable diplomático recién filtrado consiste en que corrobora las imágenes publicadas en junio de este año por Amnistía Internacional, fotografías que sugerían que el ejército estadounidense había realizado en diciembre de 2009 un ataque con misiles de crucero contra un campo de entrenamiento de Al Qaeda ubicado en la población de Al Ma’jalah, en el sur de Yemen, donde resultaron muertos 41 civiles residentes de la zona, entre ellos 14 mujeres y 21 niños, y apenas 14 presuntos miembros de Al Qaeda. Después de la divulgación de las imágenes en junio, donde se veían los restos de munición de racimo estadounidense y de los misiles de crucero Tomahawk usados en el ataque, Amnistía Internacional pidió al Pentágono que se pronunciara sobre la eventual participación del ejército estadounidense en la operación y las precauciones tomadas para prevenir la muerte de civiles, a lo que un vocero del Pentágono respondió que Estados Unidos se abstenía de hacer comentarios al respecto pues las preguntas debían formularse al gobierno de Yemen.

Vemos entonces con toda nitidez cuál es la dinámica de las “buenas mentiras” y lo útiles que resultan para encubrir lo que en el argot militar se conoce como “daño colateral”, es decir, la muerte impune de personas inocentes en ataques militares, justificada con el propósito de dar de baja blancos legítimos. Una práctica aberrante prohibida (al igual que el uso de municiones de racimo, desde el 1 de agosto de este año) por varios tratados y convenciones internacionales y que, también gracias a un video filtrado por Wikileaks donde se ve el asesinato en la guerra de Irak desde dos helicópteros Apache de once personas inermes, constatamos que no se limitaba a las películas de Hollywood.

¿”Buenas mentiras”? Con fundamento en esas “buenas mentiras” no solo el establecimiento estadounidense, sino en general todos los gobiernos del mundo, mantienen engañado al ciudadano promedio, inconsciente de las implicaciones de las decisiones públicas de relevancia, cuando es su derecho, como principal financiador del Estado y su ejército (además de proveedor directo de su “material humano”: los soldados), conocer en detalle los verdaderos móviles y alcances de su acción, muy en especial en las guerras que libra. ¿Acaso no fueron “buenas mentiras” las que el leaker Daniel Ellsberg puso en evidencia en 1971 mediante la publicación de documentos clasificados del Pentágono (Pentagon Papers) con la ayuda del reportero del New York Times Neil Sheehan (ese que Nixon llamó “a vicious anti-war type” en uno de los casetes del Watergate), y que sacaron a la luz el montón de atrocidades cometidas durante la Guerra de Vietnam, valiéndole luego el Pullitzer al diario neoyorquino?

¿No fueron “buenas mentiras” las que, con la complicidad de una periodista mediocre (Judith Miller) de The New York Times, que avaló la existencia de armas de destrucción masiva en Irak, le suministraron en 2003 al gobierno de George W. Bush el falso pretexto para invadir y bañar injustamente en sangre a un país donde ahora, nuevamente gracias a las filtraciones de Wikileaks, sabemos que el uso sistemático de la tortura era consentido por las autoridades estadounidenses y murieron a causa de la guerra 109.032 seres humanos de los cuales el 63% fueron civiles? Se pregunta con razón James Moore, también en The Huffington Post, cuántas vidas se perdieron debido a la información errónea y “secreta” que condujo a la invasión de Irak y, sobre todo, qué habría ocurrido de existir ya Wikileaks para la época y la posibilidad de proveer a la opinión pública información de primera mano que permitiera crear una oleada de resistencia ciudadana a los delirios bélicos de Bush junior.

Pero, sin ir tan lejos, ¿acaso no son “buenas mentiras” también aquellas con que el anterior gobierno colombiano aún insiste en esconder que compró la reelección presidencial y espió ilegalmente a sus contradictores, a pesar de la plétora de pruebas judiciales que lo confirman, y ahora además quiere hacer pasar por sinónimos el “asilo político” y la impunidad basada en el sabotaje a la soberanía del sistema judicial nacional?

De buenas intenciones y, habría que agregar que, definitivamente también de “buenas mentiras”, está lleno el infierno. El mundo está harto de las “buenas mentiras” y hoy reclama transparencia de quienes tienen (siempre en forma “delegada”, cabe recordarlo) el poder de dirigir los países. Bajo el sofisma de las “buenas mentiras” y los “secretos de Estado” las democracias contemporáneas se han visto pauperizadas y las relaciones internacionales envilecidas, debido a la ausencia de gobiernos abiertos al control ciudadano. Sin embargo, gracias a Wikileaks en adelante los gobernantes tendrán en cuenta que ahora juegan en un nuevo campo donde existe un actor que aumenta sustancialmente la probabilidad de que sus trapos sucios salgan al sol con mayor facilidad que antes. Aquella afirmación maliciosa de que la diplomacia es “el arte de pensar una cosa y decir otra” está ahora, a futuro, al menos parcialmente revaluada. ¿Por qué no construir un escenario global de relaciones internacionales con unos estándares mínimos de honestidad y transparencia entre los Estados y sus ciudadanos, donde la sociedad civil sea un verdadero contrapoder que evite los abusos? Esta, en el fondo, es la ambiciosa pregunta que Wikileaks le está formulando al mundo.

El fenómeno Wikileaks, además de una piedra en el zapato para los gobiernos mentirosos (permítaseme el pleonasmo), es también el principal testigo del fracaso del periodismo convencional que, de ser eficaz, habría ya divulgado en forma de historias el contenido de los cables que hoy son noticia. Las recientes filtraciones diplomáticas han puesto en evidencia la incapacidad del periodismo dominante, es decir, uno silenciado por los intereses económicos a los que sirve y el temor de los periodistas a quedarse sin trabajo o ser procesados judicialmente. En suma, si el periodismo que tenemos estuviera funcionando, el escándalo de Wikileaks no se habría producido.

En su página de Internet, la organización se proclama fundadora de “un nuevo modelo de periodismo” y ya dejó claro que lo es por cuenta de tres características revolucionarias: en primer lugar, la puesta a disposición del público de los documentos originales, que rompe con el mito de la “objetividad” del periodismo porque le facilita a cada lector hacerse una idea propia con base en la consulta directa de los documentos (sin el previo filtro, necesariamente subjetivo, de cualquier periodista); en segundo lugar, el modelo de trabajo colaborativo que propicia entre los distintos medios a partir del análisis de los contenidos comunes divulgados; y en tercer lugar el carácter anónimo de las fuentes, garantizado a través de un sistema de depósito de la información en una “caja electrónica” que en principio debe permitirles superar el miedo por su vida, además de los límites editoriales que normalmente imponen los intereses económicos de los dueños de los medios tradicionales. Anonimato que, sin embargo, se vio frustrado en la última filtración por un hacker (Adrián Lamo) que delató al presunto leaker, el soldado Bradley Manning, analista de inteligencia del Ejército de Estados Unidos que hoy enfrenta cargos que lo pueden llevar a pagar hasta 52 años de cárcel.

Entretanto, el gobierno de Estados Unidos se esfuerza por presentar como responsables de la hecatombe diplomática que enfrenta a Assange y Manning, en lugar de al cuerpo de mentiras y mentirosos que conforman la diplomacia mundial y sus tradicionales actores, ahora puestos en evidencia. Se les señala a ambos incluso como “terroristas”, en lugar de a las balas de los ejércitos que matan civiles y que ellos pusieron al descubierto. Assange se entregó a las autoridades inglesas debido a la presión de la Interpol que lo buscaba por una acusación de violación y acoso sexual en Suecia que muchos consideran un grosero montaje. Dice que quiere limpiar su nombre y, de resultar culpable de estos cargos, sin duda debe responder pero, en lo que concierne a la historia del periodismo y las comunicaciones, su invento, ese espacio virtual de divulgación y control universal de los más poderosos, o “Big Brother invertido”, ya hace parte del patrimonio de la humanidad. Tal vez ahora, en el ojo del huracán, Assange repita como un mantra la frase que se lee en la página de Wikileaks como principio rector de su rol divulgador: “si actuar en forma justa es más fácil que hacerlo en forma injusta, la mayoría de las acciones serán justas”.

Candidato a Doctor (PhD) en Ciencia Política por la Universidad París II Panthéon-Assas
http://iuspoliticum.blogspot.com
Twitter: florezjose