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¿Y a los abogados quién los cambia?

Se pueden crear mejores normas pero si no nos preocupamos por crear mejores abogados, seguiremos perdidos

José Manuel Acevedo M., José Manuel Acevedo M.
18 de agosto de 2017

He dicho en anteriores columnas que los caminos ordinarios para reformar la justicia están definitivamente bloqueados. Cuando no es el congreso el que hunde los cambios propuestos, es la Corte Constitucional la que los frena, como ocurrió con la reforma de equilibrio de poderes.

Con esos antecedentes comprendo a quienes justifican una constituyente como la última y única salida viable para darle un vuelco definitivo a un sistema que genera incentivos perversos para que los magistrados de tribunales y de altas cortes caigan en actos clientelistas y de corrupción. 

No ha sido posible, por ejemplo, quitarle a los magistrados el regalo envenenado de la elección de altos funcionarios como el fiscal general o la conformación de ternas que distraen indeseablemente la atención de nuestros jueces en tareas distintas a las de la eficiente administración de justicia. Tampoco se ha logrado entregar la gerencia de la rama a los que de verdad saben hacerlo ni mucho menos encontrar un mecanismo de disciplina para castigar a los abogados y operadores judiciales corruptos que hoy se pavonean impunes por los juzgados frente a una moribunda e inoperante sala disciplinaria del también moribundo Consejo Superior de la Judicatura

Se necesitan requisitos más estrictos para que una magistratura sea el punto de llegada y no de partida de un jurista y se requiere, con urgencia, un sustituto creíble frente a esa farsa que es la comisión de acusación de la Cámara de Representantes.

Pero ninguno de estos puntos será suficiente para atajar a los corruptos de llegar a la Rama Judicial si no nos enfocamos en la manera en que estamos educando a nuestros abogados, si no reforzamos los filtros de salida de las facultades de derecho y si no incentivamos a los alumnos más sobresalientes para que entiendan que la única forma de cambiar el estado de cosas actual es que algunos de ellos se metan a la actividad judicial.

Ramiro Bejarano ha propuesto en el pasado una revocatoria general del poder judicial para comenzar de cero la búsqueda de los mejores jueces pero me temo que mientras no exista conciencia en las facultades de la necesidad de motivar a sus alumnos más aventajados de aspirar a entrar a la rama judicial, será muy difícil que nuevas caras lleguen y, en cambio, corremos el riesgo de adelantar un costoso intento de depuración que termine en los mismos con las mismas.

Ahí está el verdadero reto aunque tome años ver los resultados. Me he enterado de que la Universidad de los Andes (¡por fin!) ha iniciado un programa especial de formación judicial para que los estudiantes que quieran optar por esa vía puedan desarrollar desde primer semestre competencias para tal fin. 

Lo mismo deberían hacer otras universidades que están obsesionadas con formar exitosos abogados litigantes y se han olvidado por completo de promover la carrera judicial como una alternativa hoy más vigente y necesaria que nunca. 

Creo honestamente que no estamos frente a un fenómeno de manzanas podridas sino que lamentablemente los males de los jueces son ya una generalidad. Podemos intentar cambiar las normas y serán necesarios esos ajustes de diseño institucional pero mientras no cambiemos a nuestros abogados todo será en vano.

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¿Será verdad que el escándalo de los tres exmagistrados de la Corte Suprema terminará salpicando también a un exmagistrado de la Corte Constitucional? Sería muy lamentable…

Twitter @JoseMAcevedo

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