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Hoy es un mal día para morir

Las cargas explosivas revientan tus órganos internos y arrancan y atomizan trozos de tu cuerpo.

Yezid Arteta, Yezid Arteta
24 de octubre de 2016

Paraje rural de El Tambo. Departamento del Cauca. El enfermero estaba de rodillas junto al cuerpo del chico tendido sobre la hierba y le bastó un vistazo para formarse un juicio de las heridas. Se levantó y dirigiendo la mirada hacía mí, simuló con el índice un corte en el cuello. No había nada que hacer: el chico moriría. Le voy aplicar una inyección de morfina para que no sufra, me susurró al oído. El chico había perdido completamente uno de sus brazos y un trozo de cadera. Parte de su humanidad había sido desintegrada por efectos del explosivo. Una hora después moriría.

La guerra es una sumatoria de heridas. Heridas que pueden llevarte a la muerte. Una bala, una esquirla, una onda explosiva. Una bala rompe tu pellejo y desgarra órganos, músculos o huesos. El azar puede dejarte con vida como fue mi caso. Dos balas y varias esquirlas del ejército taladraron mis piernas durante un combate en Remolinos del Caguán. Sobreviví para contarlo. Cientos de soldados, policías y guerrilleros no tuvieron la misma suerte y murieron. Las heridas más brutales son las ocasionadas por los explosivos. Las minas sembradas en los caminos o las bombas lanzadas desde los aviones ocasionan estragos terribles a los combatientes y a los que no lo son.

El hombre antiguo ideaba engaños para apresar a un animal y comerlo. El hombre de este tiempo crea artilugios para cazar a otro hombre, a su enemigo. Las minas son trampas armadas con explosivos para dañar combatientes. Las cargas explosivas revientan tus órganos internos y arrancan y atomizan trozos de tu cuerpo. El mecanismo eléctrico se activa por la pisada de un combatiente o el roce de su cuerpo con una rama o una raíz. En ocasiones el artificiero que siembra la mortal trampa es víctima de ella. La explosión. El silencio. El grito desgarrador. La mirada de terror de los que no fueron afectados.

Los combatientes no están solos en las áreas de guerra. En los lugares más remotos de la geografía colombiana hay gente rebuscándose la vida y lo hacen a pesar de los combates. El combatiente está entrenado para olfatear el peligro y emplea su industria para protegerse de un ataque aéreo o usa instrumentos para detectar un campo minado. La población civil, en cambio, tiene todas las de perder en una confrontación armada porque su vida cotidiana no es la de hacer la guerra sino la de ganarse el pan con su trabajo.

La mujer indígena sale a buscar la leña, con tan mala suerte que una trampa explosiva le arrebata una extremidad o la vida. El campesino se dirige a la plaza de mercado con su mula cargada de café y de repente se encuentra con una refriega y un cohete lanzado desde un helicóptero mata a su animal de carga. Quien más sufre la guerra en Colombia es la gente que vive en los campos. La gente que reside en las ciudades debería entenderlo y apoyar todos los esfuerzos de paz.

* Escritor y analista político - En twitter: @Yezid_Ar_D - Blog: https://yezidarteta.wordpress.com/author/yezidarteta/

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