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¿Líderes guerrilleros encadenados?

¿Qué sentido tiene encadenar a los jefes de las FARC como lo sugieren algunos dirigentes? No es necesario una bola de hierro para que le cumplan a Colombia.

Yezid Arteta, Yezid Arteta
4 de noviembre de 2016

Luego de la muerte de Roberto Bolaño y García Márquez, pienso que Mario Vargas Llosa es el mejor escritor hispanoamericano vivo. La mayoría de mis amigos de la izquierda no lo leen por prejuicios puramente ideológicos o porque sus extenuantes y estériles “debates” no les da tiempo para hacerlo y en algunos casos porque gastan más en alcohol que en libros. Comulgo poco o nada con las ideas cívicas de Vargas Llosa, pero me encanta su obra literaria y ensayística. ‘La guerra del fin del mundo‘ o ‘El sueño del celta‘, por ejemplo, valen más que mil ensayos acerca del milenarismo o sobre los derechos de los pueblos negros e indígenas.

Cito a Vargas Llosa porque repasando ‘El hablador‘, su opúsculo sobre los indios machiguengas que habitan la Amazonía peruana, me vino a la cabeza un asunto del proceso de paz colombiano: la prisión efectiva o metafórica para los máximos responsables de la guerrilla. Las cárceles, en realidad, no son como las muestran en las series de televisión. Son peores que eso. Más si son cárceles colombianas.

Narra el Nobel peruano que en una ocasión observó cómo un grupo de indios shapras hicieron prisionero a un hombre perteneciente a una tribu enemiga y sin embargo lo dejaban transitar tranquilamente por la aldea. En cambio, el perro del prisionero estaba encerrado en una jaula y celosamente vigilado. Explica Vargas Llosa que el prisionero y sus captores estaban tácitamente de acuerdo en que el perro enjaulado era la garantía de que el cautivo no huyera. La relación entre el prisionero y su perro era mucho más consistente, indisoluble e imperecedera que una mera cadena de hierro.

Por estos días las FARC han hecho demostraciones palmarias de que el asunto de los fierros es un asunto del pasado y están más preocupados por el suspenso creado alrededor de los Acuerdos de La Habana y en cómo enfocar su proyecto político legal. Así las cosas, qué sentido tiene la de encadenar a los jefes de las FARC a una bola de hierro como lo sugieren algunos dirigentes que están más interesados en la pirotecnia y las luces de la política que en los reclamos de la víctimas directas del conflicto.

Una decena de prisioneros de las FARC -entre los que se encontraban algunos con más de 20 años de privación efectiva de la libertad- fueron sacados de sus celdas por lo carceleros y llevados hasta los Llanos del Yarí para que asistieran como delegados a la X Conferencia Nacional de su organización. Estuvieron en el lugar de la Conferencia, y allí contaron sus desgracias, platicaron y se tomaron unas fotos con sus camaradas de filas, comieron, bebieron e hicieron alguna cosa más y luego, ciñéndose al protocolo convenido con el gobierno, volvieron a sus lugares de reclusión. Los prisioneros hubieran podido quedarse en el monte pero no lo hicieron por un asunto de triple honor: cumplirle a su organización, al gobierno y sobretodo a la sociedad. No fue necesaria una cadena de hierro para hacer lo pactado.

Se podría pensar, volviendo al libro de Vargas Llosa, que la obligación con sus víctimas y el deseo de volverse una organización política modélica son en realidad las dos razones (como el perro del indio) por las que las FARC no le fallarán al país y el mundo. Para esto no es necesario que los dirigentes de la guerrilla deban deambular por el país con una bola de hierro atada al tobillo.

* Escritor y analista político - En Twitter: @Yezid_Ar_D - Blog: En el puente: a las seis es la cita