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Roguemos a dios con todos nuestros diablos

Colombia es un país puñeteramente clasista, racista y reducido a lo que piensan unos cuantos en Bogotá.

Yezid Arteta, Yezid Arteta
18 de agosto de 2015

No hay manera de elegir. Hay quien nace en uno de los bandos de la lucha de clases y no tiene chance de escoger. Salen al asfalto a vender limones como Diomedes Díaz o cigarrillos como Pambelé. Otros, como la mayoría de gánsteres, encuentran en las cloacas del sistema la manera de ganarse el pan. En algunos casos el destino se compadece y dota a un excluido social de una voz maravillosa, una zurda para driblar, unos puños poderosos o de una habilidad para apretar el gatillo.  

El mundo para que sea mundo y valga la pena vivir en él necesita de ídolos criados en las barriadas o de “gente mala”, como apuntan nuestros comentaristas de noticias para diferenciarlos de los “buenos”. El éxito de las películas de Joel y Ethan, los hermanos Coen, se debe en parte a las historias de gente perdedora o que tiene finales terribles. Historias como las de Diomedes Díaz o del campeón mundial Carlos Monzón, el mejor boxeador argentino de la historia, quien murió en un accidente de coche cuando volvía de un permiso penitenciario. Rocky Valdés, levantado en el viejo tugurio cartagenero de Chambacú, fue el único pegador que, en el casino de Montecarlo, envió a la lona a Monzón ante la asombrosa mirada de Jean Paul Belmondo, Alain Delon y los príncipes de Mónaco.

La vida del fallecido Diomedes Díaz, como la de todos los iconos del pueblo, sigue taladrando el cerebro de los vivos. Hace meses el canal RCN sacó un folletín de la manga para entretener a la gente que no tiene más diversión que el mero televisor. Una novelita en la que no hay un solo dialogo que valga la pena. Es como si los libretistas colombianos hubieran llegado a la conclusión de que la gente de abajo no habla sino estupideces. Están equivocados. A menudo la gente de abajo es más lista que los libretistas que la caricaturizan. Otras veces lanzan sentencias de vida más clarividentes que los latosos twitteres de la clase política que, por repartición, nos tocó. Los vendedores de droga en las calles de Baltimore, como lo muestran los esplendidos libretistas de “The Wire”, tienen las ideas mejor organizadas que los políticos, los jueces y los policías del puerto de Maryland.   

¿Vale una ley de honores para Diomedes Díaz? ¿Qué es lo políticamente correcto? ¿Qué entienden los legisladores por moral? ¿Qué entienden por cultura? ¿Cuál es la tabla de valores para diferenciar el bien del mal? ¿Qué hay más allá del bien y del mal? ¿Es preferible un dolor de muelas que un puñetazo en la boca del estómago?

Nadie le ha pedido a Messi que dicte talleres sobre la moral. El público sólo le pide al 10 del Barça que haga electrizantes regates y meta goles. A los políticos que no saben cantar, driblar o lanzar golpes en un ring se les pide, al menos públicamente, que no muestren su “lado inmoral”. Ningún estudiante le exige a su profesor de filosofía que haga una “ronaldinha” con una pelota pero si le puede pedir que le hable de un tal Platón. ¿Dónde está y quién crea el enredo?

Colombia es un país puñeteramente clasista, racista y reducido a lo que piensan unos cuantos acomodados en Bogotá. Lo demás es ripio. Una elite empotrada en Bogotá que algún día se le ocurrió decir que el mejor deportista de Colombia en todos los tiempos era el piloto de Fórmula Uno, Juan Pablo Montoya, y los periodistas deportivos se lo creyeron, lo dijeron y lo escribieron en sus programas y sus periódicos. Les parecía entonces que Pambelé no era un “referente” porque había vuelto a las alcantarillas, al duro asfalto, en el que armaba jaleo por una papeleta de bazuco.

Pambelé, el negro analfabeto, que llegó al Salón de la Fama del Boxeo como el mejor Welter Junior de todos los tiempos y considerado por los medios especializados como uno de los cincuenta mejores púgiles del siglo veinte junto con Muhammad Ali, Sugar Ray Robinson, Jake la Motta, Mike Tyson, Roberto Durán y otros tantos. Estos pergaminos no decían nada. Los diablos le pedían a Pambelé que se condujera como un santo. Ahora la cosa es con Diomedes Díaz, luego con Joe Arroyo y así nos van haciendo creer que la historia, la cultura y otras vainas más no tienen nada que ver con la gente que viene de abajo.

En twitter: @Yezid_Ar_D
Blog: https://yezidarteta.wordpress.com/author/yezidarteta/  

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