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Piedra, acero y clorofila

Desde los centros de poder se patrocina la privatización de la naturaleza y se estimula un turismo excluyente.

Yezid Arteta, Yezid Arteta
2 de octubre de 2015

A menudo detenía la marcha guerrillera para rendirme ante los arrebatos de la naturaleza. Por la estrechísima garganta de la Hoz de Minamá descendían con turbulencia las aguas del río Patía. Fue entonces cuando pude comprender la excitación del profesor Collantes frente a un mapa de Colombia que nos mostraba los más relevantes accidentes geográficos. Era entonces un adolescente con algunas espinillas en la cara y no tenía la menor idea de que el destino me llevaría años después por los exuberantes parajes selváticos y andinos del país. No como turista, sino como aventurero de una causa.

Una parte de mi vida transcurrió en más de una decena de Parques Naturales Nacionales: caminaba, echaba unos tiros, colgaba una hamaca, veía serpientes y bandadas de aves, leía a Camus, atacaba, reía, lavaba mi ropa de campaña en aguas diáfanas e impolutas, huía, aplastaba mosquitos, lloraba, pensaba, escuchaba el aullido de los monos, follaba, discutía política con mis camaradas de columna, arrancaba helechos para improvisar una cama, recorría en canoa caños y lagunas de aguas pardas, conseguía leña, comía palmitos y bananos silvestres, hacía notas en pequeños cuadernos de topografía, escuchaba noticias y narraciones de fútbol, cagaba como los gatos en un hueco que luego tapaba, examinaba con fascinación las trampas de los Awá para cazar animales de monte y los ingeniosos corralillos de los afrodescendientes para capturar pargos dentro del agua.

Los Parques Naturales Nacionales son el principal teatro de la guerra que se libra en Colombia. Los ataques aéreos, las trampas explosivas, los cultivos ilícitos, las fumigaciones con glifosato, la gran minería y los derrames de crudo, entre otros, han dañado bosques primarios y fuentes de agua. La guerra, por decisión de sus protagonistas, empieza a languidecer. Es más fácil destruir que construir. Después de la tempestad viene la calma. Una calma que puede convertirse en fuente de negocios. Los negocios son buenos porque abren oportunidades de trabajo e ingresos a los lugareños. Hay que ver cómo serán esos negocios.

Colombia es una potencial fuente de turismo natural, dicen por allí. Cuando se acabe la guerra interna, el mundo descubrirá vastos territorios cubiertos de clorofila y agua pura, anuncian los operadores turísticos. Centenares de especies naturales esperan desde sus madrigueras la mirada invasiva de millares de turistas. La angustiada gente de Europa y Norteamérica a veces siente un hastío por la piedra y el acero. Pasan su vida entre rascacielos, catedrales, museos, murallas, ruinas, autopistas, aviones, coches, trenes e infinitos kilómetros de hormigón armado. Las drogas heroicas les permiten imaginar paraísos, pero cuando salen del sueño desean paraísos reales. Más de la mitad del territorio colombiano es un paraíso tal como se observa en la esplendorosa película Colombia Magia Salvaje.

Los ambientalistas y las comunidades que habitan en esa Colombia de los días tres, cinco y seis del Génesis alegan con argumentos potentes que desde el gobierno de Álvaro Uribe hay una política de privatización de los Parques Nacionales Naturales. Desde entonces se viene patrocinando desde los centros de poder un turismo excluyente que sólo permite el disfrute de los bienes públicos a ciertas élites locales y a turistas del primer mundo que cuentan con los recursos para pagar los carísimos circuitos de ecoturismo.

Las nuevas autoridades de la ciudad de Barcelona, por ejemplo, vienen cuestionando el llamado turismo depredador que destruye el inmobiliario público y afecta negativamente la vida cotidiana de la población residente. El llamado “turismo de borrachera” llena los bolsillos de los operadores privados, pero la ciudad se ve afectada por turistas que mean, cagan, follan y gritan en las calles. Con los impuestos de los residentes toca entonces reponer contendores de basura, reemplazar losas dañadas, lavar calles y paredes y reparar los daños en la infraestructura de transporte.

Las selvas, las aguas, los animales y las plantas que ocupan la “Colombia Salvaje” son harina de otro costal. Lo que allí muere difícilmente volverá a renacer.

En twitter: @Yezid_Ar_D

Blog: https://yezidarteta.wordpress.com/author/yezidarteta/