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Yidis hace pipí en una matera (una reivindicación de Sabas Pretelt)

Qué mejor lugar que el baño de Palacio para ventilar los destinos de la patria.

Daniel Samper Ospina
18 de diciembre de 2010

Caí en la tentación de leer el libro de Yidis Medina, “De rodillas en el baño presidencial”, porque siempre me ha gustado la literatura erótica. Es un buen libro, pese a que le falta ambientación. En el capítulo del baño, por ejemplo, se nota que no contaban con un buen ambientador.

Pero es un texto emocionante y relata momentos solemnes de la historia patria que vale la pena conocer, como aquel en que Yidis se mete al baño con el Presidente Uribe, éste se sienta en el bizcocho, ella en el bidé, y los dos discuten temas del más alto interés de la República. Es cierto que el asunto no olía nada bien y que, como decía alguien, si Uribe suelta el water en ese momento estaríamos ante un nuevo Watergate. Pero qué mejor lugar que el baño de Palacio para ventilar los destinos de la patria. Recuerdo que mi tío Ernesto, cuando era Presidente, también iba a ese baño y soportaba horribles asuntos que sucedían a sus espaldas.

Sin embargo, el verdadero valor del libro es que reivindica ante la historia la figura de Sabas Pretelt. Con qué facilidad juzgábamos todos al pobre Sabas; con qué ligereza lo tildábamos de mentiroso, de falso. Ahora, en cambio, podemos conocer su dimensión de prócer sacrificado. Prueba de ello es el episodio en que el ex ministro se encierra con Yidis en un salón. Afuera hay una jauría de periodistas que la buscan y de los que ella huye. Repentinamente, la Honorable Representante siente unos deseos incontrolables de ir al baño, pero en el recinto no hay ninguno. Mujer decidida y valiente, le pide el favor a Sabas de que se voltee y mire hacia otro lado mientras ella se alivia sobre una matera. Conmovido, el ex ministro dice:

- Vea, hombre, a esta mujer lo que le toca hacer. Bueno: todo sea por la patria, para que Colombia cambie.

Es un episodio que merece ser ilustrado en un fresco, que debería aparecer en los libros escolares. Sólo un hombre como Sabas es capaz de soportar el peso de un momento tan trascendental para la historia nacional como ese, que fue editado por motivos de espacio y que en realidad sucedió en el Palacio de Nariño de la siguiente manera:

- Doctor, doctor –dice Yidis-: me hago. ¿Puedo hacer en esa matera?
- ¡Pero tiene un cactus! –advierte Sabas.
- No importa, doctor, de todos modos ya estoy chuzada.
- ¿Y qué va a hacer: número uno o número dos? –indaga el ministro.
- ¡Número uno! –grita Yidis
- ¿Me llamaban? –ingresa Uribe por la puerta.
- Vea esta pobre mujer lo que hace por la patria –dice Sabas- Y nosotros que creíamos que el incontinente era Pachito.

Uribe está tentado a tomar un periódico enrollado para castigar a Yidis, como solía hacerlo con “el Pincher” Arias cuando el ex ministro hacía sus necesidades en el Salón de los Gobelinos. Después aprendió a hacerlas en la tierra, generalmente en la de los campesinos más humildes. Pero esa es otra historia. En estos momentos, se debaten asuntos graves para el destino del país y el Presidente lo sabe. Respira hondo y se calma; entiende que la patria misma está en juego.

- Nadie puede saber esto –le advierte Uribe a su ministro-: me preocupa que haya filtraciones.
- No las habrá, la matera no tiene rotos y abajo hay un platico, por si acaso –lo tranquiliza Sabas.
- Yidis: no vaya a cambiar de posición –suplica Uribe.
- Yo estoy firme con eso, doctor, tranquilo- responde ella.
- Si cambia de posición se riega todo –anota Sabas.

La costumbre de hacer pipí en las materas del Palacio de Nariño no es nueva. Virgilio Barco no sólo se aliviaba en algunas, sino que muchas veces debatía con ellas y hasta les ofrecía cargos.

- Y ahora, ¿con qué me limpio? –pregunta Yidis, preocupada, unos instantes después.
- Llamemos a José Obdulio, que sabe de lavados –sugiere Sabas.
- O con esta constitución- interviene Uribe, y saca una de su bolsillo.
- Constitución la de Yidis –comenta, pícaro, Sabas, mientras la mira de reojo.
- Tráiganme papel. Papel suave. Ustedes prometieron que me iban a ayudar- los increpa la ex congresista.
- Tranquila; le juro que le vamos a cumplir –la paladea Sabas.
- Me estoy irritando –amenaza ella.
- ¿O sea que también nos toca conseguir cremita? –pregunta Uribe con el ceño fruncido.
- Hagan algo. Tengo frío –pide Yidis.
- Ten paciencia, mujer –la suaviza Sabas-: mira que Teodolindo está en las mismas.
- ¿Meodolindo también? ¡Se nos van a acabar las materas de Palacio! – advierte Uribe, contrariado.
- Tranquilo, Presidente, que es una matera de Palacio, pero de Diego Palacio –aclara Sabas.
- Cúmplanme o hablo –amenaza Yidis.
- ¡No! –exclama Uribe-: si esto se sabe, van a decir que el nuestro no fue un gobierno limpio.

Entonces, con la ayuda de Dios, la reluciente calva de Sabas se ilumina en un instante glorioso y salvador.

- Yidis: tome mi hoja de vida. –y, mártir, se la pasa.
- Pero te va a quedar toda manchada –le advierte Uribe.
- No importa –dice Sabas, compungido-: lo hago por el bien de la patria.
- Vea, hombre, a este ministro lo que le toca hacer –dice Uribe-: bueno, todo sea porque esto cambie.

Entonces Yidis se asea y se baja la falda y se sube las medias veladas. Los tres se funden en un abrazo. Suenan las notas del himno nacional. Y desde entonces todo cambia.