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Antinomia

Semana
5 de junio de 2009

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Se trata de dos verdades opuestas simultáneas sin contradicción entre ellas. Un problema filosófico muy antiguo que puede ilustrarse mediante lógica matemática, con la ventaja de ser un argumento que seguro conmoverá al más riguroso lector científico. Según la teoría de los conjuntos, infinitos son cuando al menos uno de sus subconjuntos también lo es, por ejemplo, los números enteros, E = {1, 2, 3…}, son infinitos porque pares, P = {2, 4, 6…}, e impares, I = {1, 3, 5…}, también lo son. En otras palabras E = P = I, y arbitrariamente podríamos darles un valor de N. Sin embargo E = P + I -puesto que los enteros son la unión de pares e impares-, al substituir esa ecuación con N resultaría que N = N + N, entonces N = 2N; por último, al dividirla en ambos lados entre N el resultado es 1 = 2. Si continuáramos con este raciocinio subversivo podríamos demostrar que todos los enteros son iguales, derrumbando la coherencia aritmética. Pero esta catástrofe se impidió tolerando esa antinomia, se aceptó que en ese caso la parte y el todo fueran iguales, así que permitir aquella metonimia, junto con la prohibición de dividir entre infinito, conservó el prestigio matemático y la vida siguió su rumbo tranquilo.

En la mente todo es posible porque siempre existe la antinomia fundamental del ser humano, solía llamarla así Ignacio Matte Blanco, el célebre psicoanalista chileno. Con ella puede explicarse que el letal Adolfo Hitler amaba a Eva Braun hasta el suicidio, poco antes de que el ejercito ruso tomara su refugio por asalto; por otro lado, sé de una mujer inocente y dulce como María, la de Jorge Isaacs, a quien también le complace comportarse libre y apasionada como Carmen, la de Georges Bizet; además existe un hombre que igual disfruta de la música de cámara de Franz Schubert que de las baladas para planchar; así como una madre decente enamorada de un hombre casado deja caer al suelo todo a cambio de un beso apasionado con sabor a chocolate y almendras. A mí también me sucede: me comunico con usted todas las semanas, lector incansable, pero tengo cierto terror escénico por estar a punto de publicar mi primer libro, una colección de cuentos para adultos sobre la perspectiva masculina de la vida en pareja a largo plazo.

El cerebro clasifica. Reconoce sucesos aislados, eventos, objetos, vínculos, en fin, todo los estímulos que percibe, luego los relaciona con otros de acuerdo a conexiones lógicas y a nexos emocionales, que también los asocia pero sin el propósito de reconocer el caso particular. Así puede descifrarse por qué los enamorados siempre exageran: en un nivel, la persona conoce a su pareja como individuo, mientras sus sentimientos le dan otros significados con pasiones de intensidad inagotable y le atribuyen arquetipos rutilantes. El misterio de los románticos amores que perduran está en que al transmutarse de enamoramiento en amor maduro, la diferencia entre fantasía y realidad no es tan grande como el paso de la nube rosa al negro asfalto, más bien se trata de un descenso de unos pocos peldaños. En todo caso, es la pérdida de un ideal con luto que luego abre paso a la relación estable y eficiente en los asuntos prácticos, tan necesaria para el desarrollo armonioso de los niños.

Así que las personas a menudo tienen muchas facetas, en ocasiones, antinómicas. Aceptar esta contradicciones nos hace más humanos y tolerante, más felices y satisfechos, además crea, posibilita el arte y el humor, al igual que el desarrollo científico y el juego infantil, tan importante entre los adultos. El placer de la vida está en los ojos de quien contempla el mundo fascinado por sus misterios, después de todo, la realidad es una escuela maravillosa, mucho más rica que la fantasía, donde siempre se desmienten creencias y corrigen prejuicios.