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Barichara, Colombia

Semana
12 de noviembre de 2010

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    Barichara es un lugar de ensueño. Un pueblo situado al nororiente, a seis horas en carro desde Bogotá; a dos de Bucaramanga, donde se encuentra el aeropuerto más cercano, y a veinte minutos de San Gil, la capital nacional de los deportes extremos. Está en el departamento de Santander sobre una meseta a mil trescientos metros sobre el nivel del mar, enmarcada por la Serranía de los Yariguíes y el risco que forma el cañón del Río Suárez, que luego desemboca en el Chicamocha, cuyo cañón se contempla desde un teleférico, y además, cerca de allí, hay un campo de golf estupendo.

    En la región se cultiva fríjol, tomate y cítricos hasta Villanueva, un municipio ocupado por los liberales en la década de 1950 a raíz de la Violencia, cuando los conservadores los desterraron, y desde entonces la zona ha estado en paz, incluso durante las últimas décadas de guerra contra las guerrillas, los paramilitares y otros narcotraficantes que azotaron al resto del país.

    Su casco urbano está rodeado por un cinturón verde. En el noroccidente se ubica el Bioparque Guane Móncora, propiedad de la Asociación Aquileo Parra, Amigos de Barichara. Y aquí vale la pena hacer tres aclaraciones: la primera es que el neologismo ‘bioparque’ no es una redundancia pues subraya la vocación ecoturística, una diferencia que se justifica hacer porque incluso a Disney World lo llaman parque; en segundo lugar, ‘Guane’ y ‘Móncora’ son sinónimos, se trata del nombre de la tribu que habitaba el área, una etnia perteneciente a la familia de los Caribes, pueblo beligerante y tejedor exterminado durante la conquista; y la tercera precisión que quería hacer es que el polifacético y muy liberal José Bonifacio Aquileo Elías Parra Gómez (1825-1900) fue militar, empresario y expresidente de Colombia.

    Luego de esta breve digresión continúo con la reserva forestal de ocho hectáreas, dotada de cinco jagüeyes, es decir reservorios para recoger aguas lluvias, un lugar de uso colectivo que promueve progreso y detiene la erosión. Su ecosistema tropical estuvo en vías de extinción por ser tierra fértil y muy apetecida para agricultura, pero logró recuperarse mediante semilleros producto del trabajo de voluntarios y empleados de la Asociación que sembraron árboles nativos, entre otros yarumo, balso negro, caracolí, anaco y guayacán rosado, que durante el verano exfolia sus hojas y luego se llena de flores rosadas, además de bello es extraordinariamente ávido por el bióxido de carbono. Pero este paraíso terrenal andino de clima templado y olores indescriptibles no es silencioso, lo habitan innumerables especies de aves fascinantes para los sensibles a la naturaleza y científicos de muchas procedencias. El más divertido podría ser el barranquero, llamado así porque hace nidos en los barrancos, un ave grande con plumaje azul y antifaz negro, que también lo llaman pájaro bobo porque tolera la proximidad humana, solo cuando se siente amenazado bate las plumas de la cola alejando de su cuerpo la codicia de los depredadores. En el futuro se construirán en el bioparque un camino con piedras de la región y varios observatorios, al igual que un hotel amigable al medio ambiente con pozo profundo de agua, una fuente de energía solar y tecnología para procesar aguas grises.

    Al salir de la zona boscosa se encuentra la Iglesia de Santa Bárbara, capilla muy apetecida para celebrar matrimonios fastuosos y concurridos, que se comunica con el Parque Principal mediante la Calle Principal, ruta que tiene la peculiaridad de ser una vía peatonal, porque allá no se requiere carro, todo es fácil. El pueblo cuenta con unos cien aljibes, algunos en vías de recuperación, situados entre construcciones coloniales. El aire puro y el colorido peculiar que le da la tierra rojiza y pedregosa, muy dura durante el verano, contrastada con el cielo azul y las paredes blancas le dan un ambiente muy especial. Además se sigue construyendo en barro con tapias pisadas, es decir emplean moldes donde se deposita la arcilla y luego los hombres caminan sobre ella compactándola y haciéndola crecer progresivamente, para terminar la obra utilizan otros materiales como teja de barro horneado, piedra, madera, caña. Se llama Arquitectura Viva puesto las construcciones terminadas siguen cambiando, en épocas de lluvias las paredes se hidratan y se expanden, mientras en las secas, sucede lo contrario, pierden agua y se contraen, así que es un desafío construir una puerta en Barichara. Pero no hay que subestimar su confort, además de viviendas y comercio variado, tiene banco con cajero electrónico, notaría, dos cafés Internet que próximamente ofrecerán servicio de banda ancha, una biblioteca, el ancianato y la escuela.

    Por otro lado, se come divinamente en esta villa tranquilísima. Sus calles se construyeron con piedras, también de la zona, y están bordeadas por andenes altos perfectos para sentarse a conversar mientras se saborea una cola Hipinto con una arepa santanderiana, es decir, de maíz pelado. ¡Casi un pecado, porque todo lo rico es malo! Así como hay una pizzería, por cierto, una de las mejores del país, también encontrará el famoso restaurante Color de Hormiga donde los platos son innovadores y únicos, se sirven con salsas a base de hormigas culonas, otra delicadeza regional. También puede degustarse la cocina de El Taller de Oficios de Barichara, iniciativa del abogado, literato y expresidente conservador, Belisario Betancur Cuartas en compañía de su esposa, la señora Dalita. Una fundación que enseña culinaria y música, así como a trabajar cerámica, piedra y joyería. Pueden disfrutarse toda clase de delicias, por ejemplo, el cabrito asado a la brasa, la carne oreada, un preparación que se hace secando al ambiente una posta impregnada con panela, sal y pimienta; así mismo se puede probar la pipitoria, un guiso memorable: en agua con sal se cocina hasta ablandar la carne de la cabeza de un chivo junto con el hígado, los riñones y el corazón, luego se desecha el caldo y se pican las carnes, se fritan a fuego fuerte y terminan de cocinarse a fuego medio combinándolas con macarroncitos, tomate, ajo, cebolla, perejil, mejorana, orégano, sal y pimienta, por último, se sírve sobre una cama de arroz blanco para no dilapidar la salsa magnífica.

    Y este pueblo insólito está habitado entre otras personas por el cura, obreros y jardineros, agricultores y comerciantes, intelectuales y artistas, artesanos y gente de otras regiones que tienen allí sus casas de campo, además su vida apacible y demorada atrae muchos visitantes, en especial durante la temporada de Semana Santa. Allí no hay guetos, no existe un barrio rico y uno pobre, así que las personas comparten su cotidianidad creando relaciones vivas, horizontales, cómodas, todos se conocen y sienten el municipio como propio, colaboran por el bien común. En Barichara nadie es desposeído, desempleado ni abandonado.