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Cuando el amor se confunde con la muerte

Semana
8 de junio de 2012

Los negros pagaron durante varios siglos con esclavitud el pecado de haber nacido con un color de piel diferente. Los colombianos cargamos con una estigmatización por ser un país exportador de cocaína que hasta ahora empezamos lentamente a sacudirnos de encima. Los LGBTI apenas están logrando visibilización y están luchando porque sus derechos no sean inferiores a los del resto de la población.

 

No obstante, hay un grupo poblacional, inmensamente grande y del que estamos rodeados todos, que sigue pagando a un precio increíblemente grande el “pecado” de no ser hombre heterosexual machista: Las mujeres. Ellas, a pesar de sus luchas y sus reivindicaciones, siguen siendo víctimas de la violencia y el odio de una sociedad que de dientes para fuera dice alabarlas, pero de puertas para adentro sigue usándolas, golpeándolas, ultrajándolas y asesinándolas.

 

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No se explica que a una mujer moribunda antes de prestarle el auxilio se le pregunte "Señora, ¿usted tiene seguro?" y se le lleve, no a la clínica más cercana con los mejores recursos para salvarle la vida sino a uno de los morideros de pobres, que son los lugares a dónde se lleva a los ciudadanos que no pueden darse el lujo de pagar por un derecho.

 

Es verdad que vivimos en una economía de mierda en la que el ser humano pierde todo su valor para ser cliente, y en el caso de la salud en Colombia el cliente nunca tiene la razón. Tenemos constitucionalmente el derecho a la vida, es decir tenemos el derecho a la salud, porque sin salud se ve amenazada la vida, en consecuencia el derecho a la salud es un derecho constitucional por conexión directa al derecho a la vida.

 

El caso de Rosa Elvira Cely se ha convertido en uno emblemático en el que los medios nacionales se han visto desbordados por los twiterazos de sus lectores y se vieron obligados a tomar posición. Rosa Elvira es solo de muchos casos de feminicidio[1] que se suceden al año en Colombia (solo en esta semana son varias las notas de prensa sobre otras vulneraciones; violencia intrafamiliar, violaciones, exclusión a lesbianas), una situación que a pesar de lo grave que es ni siquiera ha merecido que los académicos de la lengua se tomen la molestia en definirla para que figure en el diccionario.

 

Tanta violencia como la perpetrada a Rosa Elvira Cely, quien fuera brutalmente violada, asfixiada, golpeada, apuñalada, sodomizada, empalada, torturada y arrojada a una zanja, nos demuestran que muchas personas viven en un estado emocional deplorable, con el agravante de que si no cambian sus emociones no cambia su actuar.

 

Y si a todo esto agregamos como agravante la indiferencia de la sociedad ante los constantes crímenes atroces en contra de las mujeres y otros grupos de seres humanos, no podremos avanzar jamás hacia una convivencia pacífica y respetuosa.

 

LA INDIFERENCIA: TAN PELIGROSA Y MORTAL COMO EL CRIMEN MISMO

Para muchos humanos la indiferencia es el motor emocional de sus acciones. Con esta emoción la persona no siente inclinación ni rechazo hacia otro ser humano. Al mostrarse indiferente, el sujeto se vuelve apático hacia este. Debería ser vista como un problema social, pues la persona se siente insensible o fría como si tuviera las emociones o los sentimientos anestesiados, por ello, no pueden mostrar respeto ni solidaridad, como tampoco interés en las creencias y motivaciones de las otras personas ante quienes emerge la indiferencia, pues, en última instancia, se hace una negación del ser.

 

En la indiferencia se suele mostrar frialdad y/o displicencia por las ideas, emociones y acciones expresadas por las personas ante quienes emerge esta emoción. Se siente desagrado o indiferencia en el trato y desaliento ante la posibilidad de la realización de una acción conjunta, por dudar de su bondad o de su éxito. Ante la persona que logra que emerja en nosotros la emoción de la indiferencia, surge aquello que conocemos como la “falta de calor humano”, dado que despierta en el ser desinterés, apatía, desapego y desamor.

 

En la emoción de la indiferencia el otro no es un auténtico otro; simplemente no existe para nosotros porque nuestro cerebro no logra ubicarlo en cuanto no evidencia en él recuerdos que le ubiquen como alguien a quien amar o rechazar.

 

La indiferencia es la más peligrosa de las emociones pues afecta la construcción de la convivencia en la emoción, porque cuando los otros seres nos son indiferentes, ellos “no existen” como seres reales con quienes se pueda construir.

 

Lo peligroso está en que somos una cultura en la que la indiferencia frente al dolor humano y las necesidades del otro, es vivida por una enorme mayoría de seres humanos.

 

Las mujeres y los maestros que continuamos su labor educativa podemos transformar la realidad, lograr que los niños y niñas descubran a todos los otros como auténticos otros; solo así será posible la convivencia solidaria y democrática.

 

Necesitamos mucho más amor. Quienes fuimos educados en el amor y podemos expresarlo tenemos que seguir trabajando para que el amor se aprenda, se viva y se enseñe. Solo en el amor la vida del otro es tan importante como la propia vida.


[1] En Castellano, los prefijos y sufijos son morfemas que modifican el significado de la voz a la que se añaden para formar una palabra derivada. Los primeros se colocan al comienzo y los segundos van pospuestos a la palabra a la que modifican o a su base léxica (o raíz). Formalmente, salvo el prefijo ex–, se unen sin espacio ni guión intermedio. “Cida” es uno de esos morfemas,  un sufijo que resulta productivo en la formación de adjetivos y de sustantivos en los que tanto el agente como el perjudicado por la acción son personas. Por lo anterior es correcto decir feminicida y feminicidio, y aun cuando es políticamente correcto hablar con respeto de la población LGTB, en Colombia y en muchos otros países en los que el asesinato de los diferentes por razón de su sexualidad es frecuente, no se habla de LGTBIcidio.