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Cuando no es suficiente hacer bien la tarea

Semana
20 de abril de 2012

 

¿Se le ha ocurrido que el éxito es un fracaso? De pronto ha tenido la noción de que las buenas intenciones, el trabajo dedicado y la excelencia en su proceder, no son suficientes. Tal vez le ha sucedido que no basta con alcanzar las metas que en alguna época le parecieron imposibles, ni con superar los obstáculos que fueron insalvables, ni siquiera con cumplir con el deber a cabalidad, y de manera ejemplar. Incluso es posible que aun cuando invirtió su mejor esfuerzo para vivir como mejor pensó que debía hacerlo, le queda una sensación vaga de zozobra, un cierto mal sabor en la boca, la impresión de que las cosas tal vez pudieron ser mejores. A veces algo de melancolía se presenta, una sensación inexplicable, una molestia asociada con el hecho de haber superado los mayores desafíos, y que, a pesar de su juventud relativa, de la fama y la fortuna que ha logrado, de la belleza y las relaciones públicas que ha cultivado, está cansado y no sabe cómo resolver este sinsabor que no lo deja en paz. Porque, el sentido de la vida está en la lucha, no tanto en lograr la meta, de modo que al alcanzarla y progresar, en todo caso, se siente mal. Se ha preguntado qué habría pasado si en lugar de elegir una alternativa, hubiese optado por la otra, con la sospecha infundada de que la vida habría sido mucho mejor. Y además en estas circunstancias no es fácil sentirse mal franca y abiertamente, no solo porque esa pesadez a menudo no tiene nombre, es inconsciente, sino porque resulta que se acompaña de culpa: en el mundo hay tantos problemas apremiantes, que solo a un loco desagradecido se le ocurriría quejarse teniendo tantas bendiciones.

 

Esta situación es bastante común. Estudiosos sobre el tema lo han considerado un problema del ajuste psicosocial, llamado, la crisis de la madurez. Sobre ella se han escrito volúmenes, y volúmenes, de libros de autosuperación tratando de ayudar al lector desconcertado que padece esta aflicción etérea e incapacitante, que aun cuando se trata de gente que se angustia, se siente triste y fútil, no necesariamente cumplen con los criterios diagnósticos de la depresión plena. Por otro lado, el problema se da entre los treinta y cinco y los cincuenta y cinco años, cuando no se es viejo, pero tampoco se es joven, en todo caso, cuando ya se han tomado decisiones, como la profesión, el campo laboral, en qué país vive, si se casa, si tiene hijos, el partido político, la religión, en fin.

 

De modo que se trata de estados de ánimo relacionados con cambios corporales que con los años afectan a todos, y en algunos son más notorios. Pero no siempre están relacionados con la menopausia, cuando en ellas declinan los niveles de estrógenos y progestágenos, ni con la andropausia -un término desafortunado que describe la situación del hombre cuando descienden los niveles circulantes de andrógenos, en particular de la testosterona-, de modo que a la crisis de la madurez no necesariamente subyacen condiciones médicas.

 

El hombre, duda de todo: de sus motivaciones, del sentido de la vida, de si su pareja es la adecuada, si es feliz, incluso si se conoce a sí mismo. El cliché es el tipo de cabeza plateada con entradas, atlético, de pronto juvenil en su manera vestir, un hombre mundano, interesante,  entretenido, quien tal vez practica algún deporte, en ocasiones extremo, y se transporta en un automóvil lujoso, con frecuencia acompañado de una joven, con quién eventualmente empezará una nueva familia. Mientras los hijos de su primer matrimonio, casi de la misma edad que la madrastra, ya están a punto de graduarse como profesionales. De modo que no es raro encontrar señores que al mismo tiempo tienen hijos universitarios y en montessori.

 

Tal vez lo que sucede es que a ellos también les gusta la vida familiar, y con frecuencia, cuando los muchachos crecen, todavía se sienten dispuestos a asumir nuevos retos de largo aliento, entonces se dan la oportunidad de iniciar una nueva familia. Por eso repiten. Sin embargo, la opinión pública tiene toda clase de interpretaciones al respecto: desde afirmar, simple y llanamente, se volvió un viejo verde e imbécil que no se da cuenta que la muchacha solo ve la relación con él desde el punto de vista de la chequera; hasta un grupo de mujeres, de todos los pelambres, que le ven ventajas a los hombres maduros, los encuentran atractivos porque saben mucho de mucho, han superado la actitud suplicante de la juventud, tienen cierta notoriedad y éxito, además cuentan con la sabiduría de permitir pequeñas derrotas, al haber superado la actitud beligerante de otras épocas. Y mi papá diría en este momento: lo que pasa, Mijo, es que los jóvenes no saben apreciar a la mujer. No lo sé, solo soy un psicoanalista, un observador de la condición humana.

 

Por el otro lado, en ella también hay crisis de la madurez. Suele coincidir con que los hijos crecieron y dejaron de necesitarla con la vehemencia del recién nacido. Se presenta cuando ha pasado gran parte de su vida como una madre ejemplar, cuando su identidad y el sentido de su existencia se basa en los logros de sus vástagos, y puede llegar a sentirse marginada, inútil, insegura, cuando ellos crecen. Además la relación de pareja ya ha sido puesta a prueba en muchas oportunidades, y ha fallado varias veces. Por otro lado, las circunstancias cambian, el marido puede volverse más dependiente de ella, ya no es aquel hombre aventurero y espléndido, lleno de iniciativa y vigor.


Pero también la crisis de la madurez es independiente del estado civil, entre solteras, separas, viudas y monjas puede encontrarse. Se siente desesperanza, la vida ya pasó, y muy rápido. También duda de su identidad y de su importancia en el diseño general del universo, la atenaza una sensación inapelable de soledad, de que el cuerpo no es como antes. Y en ocasiones se comporta de maneras sorprendentes, se vuelve irritable, incluso construye relaciones disparatadas, como en una segunda adolescencia. Y en este campo también hay mucha tela para cortar. Un día, Piers Morgan entrevistó en CNN a la senadora norteamericana Michele Bachmann, de cincuenta y tres. En un momento dado, luego de un diálogo brillante sobre temas variados, política y economía, religión y familia, incluso sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo, él le preguntó si el poder era afrodisiaco para los hombres, como evidentemente lo era para las mujeres. Ella respondió, no, definitivamente no. Sin embargo, junto con Vincent Van Gogh, Jorge Amado y Honoré de Balzac, me declaro admirador incondicional de la mujer madura, entrada en años, orgullosa y satisfecha de sí misma.

 

Entonces los libros de autosuperación recomiendan asumir con serenidad la crisis de la madurez. Haciendo un diagnóstico de las debilidades e inconformidades se pueden prevenir sus consecuencias más extremas, al menos para que no sean tan severas. Ayudan a tomarlo con calma.

 

Por ejemplo, si la relación de pareja es jartísima, trabaje por mejorarla, por hacerla divertida. Favorezca la comunicación, cree un ambiente más amoroso. Pero tenga en cuenta que su pareja también puede estar pasando por su propia crisis de la madurez, hasta podría tener bajos niveles circulantes de hormonas sexuales, así que el tedio de la vida conyugal podría no ser un asunto personal. De modo que no siempre es fácil restaurar el romance con el compañero habitual y de vieja data, pero el buen marido, o la buena esposa, según sea el caso, será comprensivo y tolerante, siempre y cuando le expliquen lo que sucede. ¡No espere de su pareja el don de la clarividencia!

 

Y así sucesivamente. Si su talón de Aquiles es la belleza, consérvela, cultívela, un cuerpo sano y una mente sana van de la mano. Si es perfeccionista y aficionado al control, no sucumba ante la angustia que generan las enfermedades, haciendo evidente la inminencia de la muerte. Organice con tiempo el porvenir de sus posesiones terrenales, luego de que haya desaparecido, además compre seguros de salud y de vida, así como un plan funerario acorde a sus expectativas. También los libros de autosuperación recomiendan viajar, en especial en cruceros, tener aficiones y amistades, así como un grupo de apoyo psicológico, en lugar de acudir a las drogas, el licor y las aventuras sexuales, además incentivan la lectura, la escritura, o cualquier otra forma del arte, al igual que la introspección, afiliarse a una religión y comprar una mascota. Todo esto en pos de construir un futuro, como adulto mayor, con satisfacciones diferentes y variadas, acordes a su edad, en las que debería imperar el reposo de la madurez y la sabiduría.

 

Por último, a mi manera de ver las cosas, la vida es una serie de crisis. Suponen la búsqueda constante de un equilibrio, que es dinámico porque el tiempo pasa, los desafíos cambian, al igual que las circunstancias y las condiciones. De modo que desde el nacimiento se construye la capacidad para adaptarse. Y, si bien, la crisis de la madurez es la época en que se esfuman definitivamente las fantasías e ideales juveniles, lo cual implica el duelo por el pasado, las demás crisis también conllevan lutos. Para el lactante es una crisis entrar al colegio, como lo es para el niño llegar a la adolescencia y luego a la adultez. Lo mismo sucede al decidirse por una carrera, a la hora de la entrada al mercado laboral, al casarse, tener hijos, o cualquier otra decisión que tome. Escoger implica renunciar. De modo que siempre se sortean las exigencias de la vida, abriendo la posibilidad de nuevos proyectos para seguir adelante, constructivamente. Así que la salud mental es crítica para asumir el envejecimiento, y sus desafíos, en especial ahora que la expectativa de vida ha aumentado tanto.