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“Dejen de quererme”

Semana
6 de septiembre de 2009

 
    Es una película de Louis Becker, con la actuación de Albert Dupontel, Marie-Josée Croze, Pierre Vaneck, Alessandra Martines, Cristiana Réali, Mathias Mlekuz, Claire Nebout, François Marthouret, Anne Loiret y José Paul. Su título original es Deux jours à tuer, que podría traducirse: dos días para matar.
 
    Antoine, el protagonista, cumple 42 años. Tiene un matrimonio promedio con Cecile, y dos hijos hermosos, eran una parejita, así que puede suponerse que este empresario de la publicidad ha superado la etapa reproductiva y realizó sus tareas vitales con éxito. Como dirían los parisinos, es un pequeño burgués, semejante a Lester Burnham, el antihéroe de “Belleza Americana”, interpretado por Kevin Spacey, así que vendió aburrido ese día su parte en la empresa, y se retiró, dejando el problema económico resuelto para su familia. Entonces almuerza con una hermosa acompañante, de cierta edad, una mujer interesantísima, quien además le regala una botella de vino extraordinaria. Como es de esperarse de los franceses, la comida es trascendental. Luego en su hogar, la señora le prepara langostinos con aguacate, como de costumbre para esa fecha, y los hijos le regalan dibujitos, también como es habitual.
 
    Logra salir airoso de un reclamo celoso de su esposa, a quien una detestable rubia chismosa le contó sobre el almuerzo con la morena cariñosa, pues  había conjeturado sobre los motivos ulteriores del encuentro de Antoine en el restaurante. Entonces los amigos llegan a su casa, para una predecible cena sorpresa, amenizada con champaña abundante. Una tenida que termina con violencia. Y en éste momento de la película se me ocurrió pensar que el título estaba mal traducido, que habría sido más adecuado, “Dejen de joderme”.
 
    Después parte en la mitad de la noche hacia donde la morena maternal, quien lo acoge y le da posada, luego de despedirse de su hija. A la mañana siguiente arranca en un viaje inesperado, agobiado por la nostalgia de las rutinas de su vida familiar.
 
    Además es una película con humor inteligente, y algo cínico. Hasta el punto que suena entre el carro, mientras el protagonista viaja con un indigente quien le pidió un aventón, la famosa “Me cansé de vivir” http://www.youtube.com/watch?v=9OZtja97SsY, una canción inofensiva de Julio Iglesias en versión francesa, que en ese momento se transforma en el símbolo de los aventureros que se lanzan a la deriva tras su destino, a ciegas. No hay que olvidar que se trata de un cuarentón en busca de la libertad y la paz.
 
    Finalmente llega a la cabaña de su padre junto al mar, en un villorrio. Vivía allí con tres caballos y un perro. Se trataba de un anciano saludable y lacónico, quien se había retirado de los avatares del amor hacía casi 30 años. Desde entonces habitaba feliz en ese paraje desolado y frío, pescando salmones y truchas en el río, todos los días.

    No abraza a su hijo, no lo besa, casi no lo saluda, después de todo habían vivido aislado durante muchos años, así que recordaba vagamente el nombre de su nuera y las edades de sus nietos. En cambio le prepara a la brasa un salmón que había pescado hacía un rato, para servirlo, le quita con sumo cuidado el cuero tostado -cosa yo no habría hecho, si fuera el cocinero le dejaría esa delicia- y se lo presenta con sal gruesa, jugo de limón y aceite de oliva, acompañado de papas al vapor y cerveza fría. Es obvio que cruzó el canal de la mancha, están en Inglaterra.

    Estas escenas me hicieron pensar en la compulsión a la repetición, en cómo él aprendió de su padre a manejar los dolores de la vida y como se aleja aparentemente sin motivos de su cotidianidad. Por último, prevalece el amor del padre por su hijo en este drama con misterio, y de final muy sorprendente.

 
    Salí del teatro pensando que la vida es una enfermedad terminal. Y esta película fue perfecta para el domingo pasado, para compartirla con mi prima Esperanza, luego de almorzar alegremente con ella, pues se trata de mi compañera de aventuras culinarias y de una mujer absolutamente divertida, de hecho está entre mis cinco autores predilectos. Así que la lección de esta experiencia es que renunciar a las cosas sencillas y gratas es absurdo, después de todo, el tiempo es limitado.